miércoles, octubre 2, 2024
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Las ramblas de Jartum

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Uno que desde muy joven se ha enfrentado a los arcanos de la lengua árabe, sin llegar a alcanzar metas demasiado gloriosas y siempre sin pasar de aquellos textos que tal vez por ser los más simples son los que conservan una hermosura más desconcertante, no puede dejar de admirarse al ver cómo ese señor que ahora preside el Gobierno catalán propone que la bella lengua de los beduinos del desierto arábigo se enseñe en las escuelas catalanas.

Muy bien dicho, sí señor, que aprendan árabe los hijos de los payeses del Ampurdán, y también los de los obreros del Bajo Llobregat y los de la muchedumbre desempleada del cinturón industrial del Tarragonés. Qué razón tiene este señor. Mientras los políticos se dedican a lo que por desgracia les es propio, y sus hijos estudian en el Liceo Francés, la Escuela Italiana o el Colegio Alemán, que al menos esos pobrecitos a los que no les queda otra disfruten de los suaves versos de al-Mutanabbi, de las jarchas medievales que tanto apreciaba don Emilio García Gómez y de las licenciosas rimas de Abu Nuwas. Que se olviden del puchero vacío recitando los poemas de Ibn Hazm. Que sublimen el amor, mientras sobreviven al invierno con la luz cortada, recordando lo que escribiera Nizar Qabbani.

Si el frío, como es previsible, llega a ser excesivo, que se junten todos en la madrasa, dejándose de zarandajas que desde lejos apestan a páramo mesetario. Se encontrarán por fin en completa paz y definitiva armonía. Podrán así contemplar en beatitud cómo manan las aguas abundantes y frescas de esa nueva fuente, dulce como la miel, fresca como la leche, que es el resucitado espíritu nacional. Estarán, y por eso es bueno que para entonces sepan algo de etimología árabe, viviendo la auténtica y definitiva intifada.

Bueno será también que hayan aprendido ya lo bastante como para leer en su lengua original un libro que realmente merece la pena, Estación de la emigración hacia el norte, del sudanés Tayeb Salih, donde con pinceladas maestras se describe la dicotomía entre tradición y modernidad. La narración de Salih también se ocupa de otros asuntos importantes como la relación entre hombres y mujeres en el Islam moderno o el espejismo de un regreso insensato a unas raíces pretendidamente tradicionales que encarnarían los valores auténticos frente a los foráneos, impuestos por los colonialistas mediante una educación avanzada.

Esta narración, que se publicó por primera vez en aquel Beirut mítico de mediados de los años sesenta, tiene además el mérito de recrear un personaje magnífico, Mustafá Said, quizás uno de los más extraordinarios de la novela árabe del siglo XX. Se adivinan en su carácter poliédrico no sólo las tensiones que hoy en día convulsionan al mundo sino también los sentimientos que pueden transformar a cualquiera de nosotros en ese héroe imprescindible para salvar el mundo o en el peor de los tiranos que para mostrar su horrible rostro únicamente espera que lleguen, en Jartum o en Barcelona, las circunstancias oportunas.

Ignacio Vázquez Moliní

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