El muy mediático -demasiado- alcalde socialista de Lisboa ha desbancado a su rival, António José Seguro, y se convierte así en el adalid (palabra muy señera que prefiero a líder) del Partido Socialista. Habrá un posterior congreso para confirmar esta triunfal elección en unas primarias entre 150.000 simpatizantes, en la que ha obtenido el 68% de los votos.
La prensa portuguesa, obsesionada como siempre con la política, que ocupa la mayoría de sus páginas y comentarios con temas y cotilleos políticos sin gran interés de fondo, está exultante. Sólo se habla de Costa.
Para muchos es un buen comunicador, que ofrece confianza, un político avezado que sabe crear alianzas. Para otros es como un eucalipto, nada crece a su alrededor. De origen goés por parte de padre, de familia culta y cosmopolita, es un producto típico de Portugal. Educado en la muy prestigiosa Universidade Católica de Lisboa, ha desempeñado varios puestos de gobierno y también fue eurodiputado. Es además muy simpático. Me lo encuentro a menudo metido en las zanjas de Lisboa, supervisando el avance de las muchas obras que sufrimos. Siempre saluda sonriente y le encanta hacerse fotos con todo el que pasa. Sin embargo, aunque algunos proyectos hayan sido excelentes, como la renovación del degradado barrio del Intendente, donde Costa ha instalado su despacho, o la recuperación de Cais do Sodré, creando el paseo más hermoso de Europa, uno se pregunta si no sería mejor que se concentrase en asuntos propios de nuestra talla, y mandase arreglar de una vez por todas los innumerables baches y socavones de nuestras sufridas calzadas, o cambiase las bombillas fundidas de las farolas públicas.
Costa tiene muchas posibilidades de ganar las próximas elecciones generales, dada la impopularidad del actual gobierno de Passos Coelho. Pero esperemos que no las gane por negatividad sino porque proponga soluciones realizables. Es decir, que no sea solo criticar al gobierno actual, lo que es demasiado sencillo. Espero que haya más visión, a más largo plazo y no solamente política politiquera, que eso ya sabemos que en Portugal se nos da muy bien. Y que el consenso, esa falsa palabra mágica de muchos políticos, no prevalezca como regla, pues es la tumba de las ideas y de los proyectos.
Pero como residente en Lisboa tengo, y ya lo he dicho hace tiempo en esta columna, algunas quejas, sobre todo porque ha convertido Lisboa en un todoturismo.
La Baixa, Alfama, el Chiado están perdiendo su alma a base de tiendas de recuerdos y baratijas que han suplantado el viejo comercio. Masas de turistas gregarios suben y bajan por las calles, las terrazas ocupan el espacio público, comiéndoselo y, en general, dando productos de tercera a turistas incautos y baratos.
El Bairro Alto es el botellón, el barullo y la suciedad. Discotecas, bares, de todo por doquier. Alfama va por el mismo camino, con desprecio de los moradores, que no tienen más remedio, si pueden, que cambiar de casa -yo mismo me tuve que mudar- ¿Es ese el futuro que queremos para Lisboa? ¿Es la nueva movida el modelo? Menos mal que a uno siempre le quedan esos refugios seguros, oasis de paz en pleno Chiado, que son el Grémio Literário y el Círculo Eça de Queiróz.
¿No ve Costa lo que ha pasado en Venecia, en Toledo, en Barcelona? Uno también piensa que nuestro flamante alcalde ha sido a menudo demasiado tibio frente a proyectos impresentables que, en busca de lucro fácil y rápido, pretendían alterar la esencia de nuestra querida e irrepetible Lisboa, como el disparate de levantar un rascacielos de Foster a orillas del Tajo, o el de llenar de contenedores toda la fachada fluvial, ocultando en río para siempre.
Yo espero que sus proyectos para Portugal no sean parecidos a lo que él ha hecho de Lisboa, y convertirnos en una especie de la Florida de Europa. Y espero que más que de políticos, de egos y vanidades, se hable de ideas, de propuestas, de los verdaderos asuntos que preocupan a los portugueses.
Y sobre todo, espero que los grandes problemas de Portugal -desigualdad creciente, bolsas de pobreza, élites egoístas- no sean reducidos a una nueva justa o torneo entre siglas y paradigmas, entre las ideas convencionales de izquierda y derecha. Echamos de menos en Europa políticos con verdadero carácter. Que se preocupen más por su país, su ciudad, su pueblo, que por su afán personal.
Rui Vaz de Cunha