Empecemos por lo importante: esperemos que los signos positivos en la evolución de Teresa permitan que supere la enfermedad y pueda volver a recuperar la normalidad en su vida. Eso, junto con el deseo de que todas las demás personas bajo observación resulten finalmente libres de contagio, es lo primordial en estos momentos en que Teresa lucha por su vida.
Dicho esto, no salgo de mi asombro ante lo sucedido en los últimos días. Porque a la evidente cadena de errores que se ha producido y que ha provocado el contagio de la enfermera por ébola se ha sumado una gestión política de la crisis que sólo tiene un nombre: despropósito mayúsculo.
Lo primero es evidente: no solo por el contagio de Teresa, sino por todos los detalles que hemos ido conociendo de los días que transcurrieron desde que atendió al religioso contagiado hasta que ella misma ingresó en el Carlos III. La falta de rigor, alerta y respuesta del sistema de seguimiento del personal que tuvo trato directo con el religioso fallecido, el deambular por centros de salud y hospitales, la lentitud en el traslado del hospital de Alcorcón al centro de referencia tras su ingreso, la falta de material adecuado para atender un caso de esta gravedad como evidencia la carta escrita por el médico que la atendió en Alcorcón… trasladan la falta de seriedad y rigor en el cumplimiento del protocolo diseñado –o en el protocolo mismo– para atender un virus de esta gravedad. Todo lo cual plantea una cuestión de base: el porqué de la repatriación de los misioneros contagiados cuando todos los manuales, y el sentido común, dictan que debían permanecer aislados y ser tratados en el lugar de contagio para evitar el posible riesgo de expandir la epidemia.
En ese contexto, las críticas realizadas por los expertos del Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades sobre la inadecuación del Carlos III para afrontar crisis de este tipo son el triste colofón a todo lo anterior y el dramático recordatorio de adónde conducen los recortes sanitarios aprobados con fruición por el Gobierno y comunidades como la de Madrid, que decidió, con la aquiescencia del Ejecutivo de Mariano Rajoy, desmantelar el único centro de referencia en enfermedades epidemiológicas con que contábamos en nuestro país, dejándonos en situación precaria ante emergencias como la vivida en los últimos días.
No falla el sistema sanitario, falla la gestión del mismo
Pero es la gestión política de lo sucedido lo que genera más desasosiego, tanto por la sensación de descontrol e incompetencia trasladada a la ciudadanía como por la vergonzosa verborrea del consejero de Sanidad madrileño. La falta de respuestas, el desconcierto y el descontrol de la ministra de Sanidad en su comparecencia de hace una semana han contribuido a generar un estado de alarma social en vez de calmar a la población. La incontinencia verbal del consejero madrileño, descargando toda la responsabilidad de lo sucedido en la enfermera contagiada, han logrado sumar indignación a la alarma. Y ahí siguen, sin haber presentado la dimisión y sin que nadie se la haya demandado.
Que el Gobierno, además, haya tardado cinco días en crear un gabinete de crisis para enfrentar el asunto no hace más que evidenciar la parálisis y el aislamiento de la realidad en que se encuentra. Algo, por desgracia, a lo que ya nos tienen acostumbrados los gobiernos del Partido Popular. Precedentes como los del Prestige o el Yak-42 recuerdan la tendencia natural de este partido a tratar de tapar los errores cometidos antes que a encarar las crisis y trasladar información de forma puntual, amplia y veraz a la ciudadanía.
Desde luego, la falta de competencia demostrada ha dañado innecesariamente la imagen de nuestro país, ya muy golpeado por todo lo sucedido en estos años de larga e insufrible crisis.
Con todo, sería una injusticia poner en solfa al sistema sanitario español. La cadena de errores cometidos obliga a dirigir la mirada hacia los errores mismos y las decisiones que están detrás de ellos, no a enjuiciar a un sistema sanitario que sigue estando entre los mejores del mundo gracias a la entrega de los profesionales que lo integran, que cada día deben hacer frente a la reducción de plantillas, a recortes presupuestarios y al deterioro progresivo de material e instalaciones. No falla el sistema sanitario, falla la gestión del mismo. Son los gestores quienes deben dar explicaciones. Y cuanto antes.
José Blanco