– No te puedo besar…
– ¿Por qué?
– Por el ébola…
– ¿Cómo?
Y ahí me quedé yo, compuesto y sin sexo. La alarma social que se ha creado por el virus mortal empieza a notarse en mis relaciones sociales… y sexuales. Aquella mujer que prometía compartir conmigo una noche de placer inolvidable lo tenía claro…
– Si hay riesgo de contagio estando a menos de un metro en línea recta de alguien contagiado, ¿cómo voy a compartir fluidos contigo que te acabo de conocer?
– ¡Pero si no tengo síntomas y lo caliente que estoy es por tí, no porque tenga fiebre! –le contesté como el poeta urbano que soy tratando de excitarla y tranquilizarla a partes iguales.
Pero no hubo forma, aquella mujer había activado su protocolo de seguridad sanitaria con más autoridad que una ministra. Así que aquí estoy, sufriendo una semana de abstinencia sexual solamente comparable con la de mis amigos que llevan más de diez años casados.
No soy el único, me confiesan mis amigos homosexuales que empiezan a notar el miedo en garitos de sexo anónimo y cuartos oscuros. Digo yo que temerán un ébola gay…
El conde crápula