Lamento mucho decirlo, porque aborrezco los linchamientos, y algo en lo que va trascendiendo del feo asunto de las 'tarjetas B' de Caja Madrid tiene de linchamiento; lo siento, sí, pero Rodrigo Rato no puede seguir siendo miembro del Partido Popular. Aunque haya devuelto el dinero mal gastado _y no sé si malgastado_ con la dichosa tarjeta opaca con la que otros miembros del Consejo de la Caja se pagaron copas, viajes, vinos, cacerías, lencería o vaya usted a saber qué caprichos, porque tampoco faltaron quienes, lisa y llanamente, sacaban el dinero del cajero, lo tomaban y corrían hacia quién sabe cuál establecimiento de moda, restaurante de lujo u hotel compartido.
Rato, como Blesa -y como los demás, no nos engañemos-, no podía desconocer la irregularidad de estos 'sobresueldos en negro', más indignantes cuanto mayores eran los sueldos que percibían algunos altos cargos de esa Caja que hemos tenido que rescatar todos los españoles, al precio 'de ganga' de apenas veintitrés mil millones de euros de nada. Y, sabiendo el estado de la Caja, algunos de sus responsables, políticos o técnicos, se regalaron quince millones y pico en caprichos más o menos suntuarios.
El episodio es, todo él, indignante, por supuesto. Y está lleno de connotaciones políticas y sociales. La primera de ellas, desde luego, el desprestigio de los partidos, sindicatos e instituciones que dejaron de vigilar con la suficiente atención lo que hacían las personas a las que ellos habían 'enchufado' en la Caja. La segunda, que ese desprestigio se traducirá en votos hacia otras opciones ausentes del reparto del botín en la Caja, sobre todo, claro, Podemos. La tercera, que episodios como este hacen que nos preguntemos si estamos en buenas manos. ¿Lo estábamos, por ejemplo, cuando Rato era vicepresidente del Gobierno y, antes, portavoz parlamentario? ¿Y cuando Rato se marchó a dirigir el Fondo Monetario Internacional? De las otras ocupaciones de quien pudo haber sido designado sucesor de Aznar como candidato a la presidencia del Gobierno ya no digo nada. Pero me pregunto qué habría ocurrido si, por un azar acaso no tan improbable, este hombre, tan descuidado -digámoslo así- en cuestiones económicas, hubiese habitado algún día La Moncloa: ¿otro Sarkozy?
Pues eso: la sanidad democrática exige que quien lo fue casi todo en el PP deje de figurar ya en partido. Y los demás que no hayan cesado aún, militen donde militen, se desempeñen donde se desempeñen, lo mismo. ¿A qué esperan? Lo pido con el derecho de ser un ciudadano que, también, ha contribuido a que Bankia sea hoy lo que es, a pesar de estos pícaros. Lo pido con el dolor de tener que reconocerme amigo de algunos de estos descarados que han aparecido en la 'lista de la infamia': estaban entre nosotros, y se justifican diciendo que eso que ellos hacían siempre se ha hecho y todos lo hacen. Esa acusación, tan grave, supongo que tan falsa, habrían de demostrarla: si no pueden esparcir su basura hacia todos lados, clavarán otro clavo en su ataúd. Porque este no es, como ellos quisieran, un país tan corrupto como ellos.
Fernando Jáuregui