Acusó Pedro Sánchez, secretario general del PSOE y líder de la oposición, a Mariano Rajoy de estar instalado en el «desgobierno». El pretexto para esta acusación, en la sesión de control parlamentario al Gobierno (o al desgobierno, en apreciación de Sánchez), era la (des)coordinación ante la crisis del ébola, pero también sobrevolaban la sesión las tarjetas de Caja Madrid, tema en el que Cayo Lara se mostró especialmente duro, y, cómo no, el asunto estelar, el a estas alturas ya incomprensible para el común de los mortales embrollo de Cataluña.
Yo no diría que estamos en el (des)gobierno, sino en un indudable (des)concierto. Que no ha sido precisamente sembrado por Rajoy ni por sus muchos silencios, sino, en el tema catalán, por Artur Mas y sus corifeos; en lo de las tarjetas, por la nula vigilancia de los responsables de Caja Madrid, que yo diría que eran más bien gentes de Aznar que de Rajoy; y, en el ébola, la verdad es que han fallado algunos parámetros, lo cierto es que la ministra de Sanidad quizá nunca debió serlo y lo evidente es que bien podría haber aprovechado Rajoy sus palabras en el hemiciclo para haber dedicado algunas a criticar la necedad del consejero madrileño de Sanidad, que inexplicablemente aún no ha sido ignominiosamente cesado por sus ataques a la heroína Teresa Romero. Y no es este, ni mucho menos, un tema menor: un alto cargo público ha demostrado que le importan un pimiento los sufrimientos de los pacientes a los que él tendría que tutelar. Fuera con él.
Conste que no estoy tratando de exculpar al presidente del Gobierno de tanto (des)gobierno. Pero hay atenuantes ante cualquier declaración de culpabilidad. Y es que los acontecimientos se han producido en cascada: la llegada del ébola a nuestras playas (por favor, que nadie culpe a la correcta decisión de traer a España a los dos misioneros) ha sido uno de esos desastres devastadores que requieren una infraestructura algo mejor de la que el Ministerio correspondiente ha podido ofrecer, de acuerdo; sin embargo, llámeme usted políticamente incorrecto si quiere, pero la verdad es que los efectos de esa 'invasión' están siendo controlados, aunque las tardanzas, los balbuceos, han sembrado una lamentable inquietud en el cuerpo social.
De lo de Cataluña solo se puede culpar a Rajoy por omisión de palabras y explicaciones. Ignoro si la 'longa manus' del Gobierno central ha tenido o no algo que ver con el desbarajuste palpable en las filas independentistas, pero lo cierto es que hay que reconocer que los últimos acontecimientos han beneficiado no poco a las posiciones, que de todas maneras yo calificaría de inmovilistas, de Rajoy.
Y, finalmente, las tarjetas 'B' de Caja Madrid. En el feo 'affaire' estaban implicadas todas las formaciones que integraron el Consejo de la Caja, los sindicatos y algunas instituciones. No se puede, como hizo el coordinador de IU, culpar casi en exclusiva al actual Gobierno del absoluto (des)gobierno de una entidad que todos quisieron tomar al asalto en provecho de sus propios bolsillos. Y debo admitir que, todo considerado y exceptuando que ya debería haber sido expulsado Rodrigo Rato del PP en el que tanto mandó, la reacción del Ejecutivo no ha sido tan mala como en otros asuntos de aún peor calado, como Bárcenas.
Debo decir que, en cualquier caso, me pareció bien el tono de Pedro Sánchez en esta sesión, aunque, como se ve, no esté yo en todo de acuerdo con ese concepto de 'desgobierno' que aplicó a la trayectoria de Rajoy. Quien también estuvo, me parece, bien en la réplica. No sé en qué tono hablarán ambos cuando se llamen -que creo que es muy frecuente- por teléfono: en el Parlamento hubo, desde luego, encontronazo, aunque faltaron manos públicamente tendidas, y no es este el momento de andarse con juegos de palabras en busca de titulares. Hay retos muy serios que aguardan todavía alguna solución más allá de ponerse de acuerdo acerca de si al entierro político de Mas hay que ir o no con corbata negra.
Fernando Jáuregui