Pablo Iglesias es persona inteligente, con enorme facilidad para generar empatías, con un discurso fluido en un universo de políticos que necesitan un papel para dar los buenos días. Conoce la política por su vinculación a fundaciones que han asesorado a líderes latinoamericanos progresistas. Incluso su aspecto de reedición moderna de Jesucristo frente a las masas le proporciona un aura de confianza en su palabra. Su evangelio se reduce al episodio de Cristo echando a los mercaderes del templo. Tiene enormes aliados en la corrupción; si no existiera Miguel Blesa, Pablo Iglesias tendría que fabricarlo. Es su mejor cartel electoral. La desafección de los ciudadanos frente a las instituciones es el solar donde está edificando su propia maquinaria de poder.
Estoy convencido de que «Podemos» es un fenómeno populista, dicho sea sin acritud, como diagnóstico que un politólogo como Iglesias no tendría más remedio que suscribir. Predicar en este erial que solo ampara corrupción, ineficacia y falta de esperanza es fácil con la condición de no contrariar a los feligreses.
Su gran fortaleza, como la de todos los populismos, es el hartazgo de los ciudadanos en esta España en crisis sistémica. Abominar de todo lo que observamos es requisito imprescindible para atraer a los descontentos, que son muchos. Diferencias económicas en expansión favorece el rechazo para quienes están y gobiernan las instituciones. Pero hay más requisitos para el éxito: afirmar lo que la mayoría quiere oír y evitar pronunciarse sobre los asuntos que un pronunciamiento claro generarían división o rechazo. Hasta ahora tenía un blindaje frente a la indefinición de lo controvertido: no formulaba un discurso de poder. Ahora lo ha hecho: quiere ser presidente de Gobierno. Y ese objetivo obliga a presentar propuestas concretas de todos y cada uno de los asuntos graves; ya no vale, a partir de ahora, la indefinición.
Hay videos memorables de Pablo Iglesias, rápido con el trueno en la respuesta. Afirmó que el Rey debe aguardar lista de espera para sus tratamientos médicos. El daguerrotipo de Urdangarin metiendo mano a la caja incita a disfrutar de la imagen imposible del Rey en la cola del ambulatorio. Es un brindis al sol, porque nunca su ministro de sanidad tomaría disposiciones para que esa imagen fuera real. Pero como boutade es atractiva, casi incluso para mi.
Preguntado por la coalición de Obama para atacar al Califato, su respuesta es que la violencia no es la solución; que hay que dialogar con los líderes yihadistas que degüellan gentes de centenar en centenar. De tal modo que Iglesias, como corolario, es partidario de hablar y no hacer otra cosa frente a la expansión del Califato. No tiene receta para intentar evitar miles de asesinatos fríos en nombre de la fe verdadera. Ahora, la debilidad, una de ellas, de Pablo Iglesias es su confrontación con la realidad con la obligación de adelantarnos sus recetas de gobierno.
Hay asignaturas pendientes en el ideario de podemos. No le da mucha bola al feminismo, incluso en declaraciones de sus líderes, Podemos no cree que la regulación progresista del aborto sea una prioridad en España.
Pero el gran problema de Iglesias es las contradicciones de su discurso clásico populista con sus actos de partido.
Al final, Iglesias, abominador de la «casta» y de los partidos tradicionales, está a punto de inaugurar su organización con estructura clásica de partido y pasar a formar parte de la casta dirigente. Un líder, un partido disciplinado y un programa de gobierno para atraerse al centro político. Este politólogo brillante ha terminado de golpe con el eje político izquierda-derecha, como si los privilegios de la casta no estuvieran sustentados en una ideología profundamente conservadora y en las diferencias económicas. Dar por desterrada la lucha de clases es una ingenuidad perversa.
Todo populismo necesita un «jefe» indiscutido y una guardia pretoriana que obligue a obedecer sin pestañear. Iglesias acaba de enterrar la asamblea como instrumento de control del aparato; y ha creado un partido que será gobernado por un sanedrín similar al de los partidos tradicionales. Para ganar necesita unidad de acción. Una formulación leninista del partido en quien niega la necesidad de la izquierda. Lo ha dicho claramente, sin tapujos: para asaltar el poder hace falta un líder. Solo uno.
Pablo Iglesias surfea sobre una ola favorable. También disfruta de la comprensión del PP, que sabe que el PSOE es el más débil frente a la embestida de Podemos. El PP considera mucho más amenazante una recuperación del PSOE que la eclosión de Podemos.
Tengo algunos prejuicios contra Podemos porque considero que los populismos, por su propia naturaleza y por los ejemplos de la historia, son la mayor amenaza para el sistema democrático. No creo que el cáncer sea nuestro sistema de partidos y de representación. El mal son estos partidos y la forma en la que sus élites ejercen su poder e influencia.
Hay un dicho cubano que viene al caso. El marido o la mujer burlada pueden tener la tentación de arrojar por la ventana el lecho de la infidelidad. Pero librarse del sofá o la cama obliga a dormir en el suelo. Los muebles, las instituciones, no son el problema. Los responsables son quienes duermen en la cama o reposan en el sofá.
Carlos Carnicero