Dicen viajeros a La Moncloa que el presidente Rajoy ha pasado días de «agonía» contemplando, desde el recinto presidencial, cómo estallaban casos de corrupción centrados en personajes significativos del Partido Popular. Cierto que también afectan esos casos que ahora se van destapando a miembros de otros partidos políticos, y hasta salpican indirectamente al candidato socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Tomás Gómez. Pero la verdad es que el PP, como formación gobernante mayoritaria que es en los niveles estatal, autonómico y local, registra muchos más casos que los demás. Así, Rajoy pasó, en cuarenta y ocho horas, de considerar que los 'affaires irregulares' que iban descubriéndose son «unos pocos asuntos» a tener que pedir «disculpas» a la nación por lo que ha ocurrido, y presumiblemente ya no está ocurriendo, en su partido.
Los periódicos han estado toda la semana repletos de páginas dedicadas a revelar la marcha de esos oscuros 'affaires' que se iban encadenando: 'Operación Púnica', tarjetas 'black, nuevos coletazos del Gürtel, Oleguer Pujol, ERES de Andalucía… Que se pida una condena mucho mayor para quien asaltó la casa del encarcelado Luis Bárcenas que casi para el propio Bárcenas es algo que demuestra en qué punto de desconcierto se encuentra nuestra justicia, que eterniza instrucciones sumariales, que se pierde tantas veces en si son galgos o podencos: qué lamentable, por poner apenas otro ejemplo, toda la demora que se está imponiendo al juicio del 'caso Urdangarin' a cuenta de la idoneidad de los jueces que deben dictaminar sobre la imputación, o no, de la todavía infanta Cristina.
Para luchar eficazmente contra la corrupción se necesita algo más que una 'caza de brujas'
A mí me parece que, entre los motivos de presunta 'agonía' del, en apariencia imperturbable, inquilino de La Moncloa debería figurar también el estado de los 'casos estrella' en manos de la justicia: por una parte entra en la cárcel Granados y por la otra sale, de permiso, Jaume Matas. Porque, si le digo a usted la verdad, tengo la impresión de que la gran redada de la 'operación Púnica', por ejemplo, adoleció de faltas contra el garantismo y contra el derecho a la intimidad de personas que serían puestas en libertad sin fianza y que se vieron, no obstante, sometidas a la pena infamante 'de telediario'. Para luchar eficazmente contra la corrupción se necesita algo más que una 'caza de brujas', que es en lo que ocasionalmente derivan algunas acciones espectaculares en las que se mete en el mismo saco a Francisco Granados y a algún alcalde despistado de mínimas localidades madrileñas. Y se necesita algo más también que las tímidas medidas enunciadas el viernes, tras el Consejo de Ministros, por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Para mejorar la 'marca España' en lo relativo a los índices de corrupción se necesita toda una movilización nacional que nadie parece querer propiciar.
Son, en definitiva, muchas las cosas que hay que reformar en España. Lástima que el debate parlamentario de esta semana, que teóricamente iba a versar sobre Europa y acabó centrándose en la corrupción, no haya aportado ni un paso adelante en la lucha contra esta lacra, que, dicen las encuestas del CIS -y atención a la que viene la semana próxima, verdadera entronización, dicen, de 'Podemos'-, constituye ya la principal preocupación de los españoles, por encima incluso del desempleo. El lenguaje político sigue instalado en el 'y tú más': una antigualla que no puede enmascarar los verdaderos motivos -electorales- por los que las principales formaciones no llegan a un pacto contra la corrupción.
La inacción de Rajoy está propiciando un incremento de los independentistas
Rajoy sigue instalado en viejos esquemas, incluyendo su manera de afrontar la que nos viene encima en Cataluña, de la mano, primero, del acorralado Artur Mas y, segundo, de la del probable vencedor en unas elecciones autonómicas anticipadas, el 'intratable' -definición monclovita- dirigente de Esquerra, Oriol Junqueras. He detectado en las filas del PP opiniones que dicen que la inacción de Rajoy está propiciando un incremento de los independentistas, que, según una poco fiable encuesta del Govern catalán, superarían el 49 por ciento de los encuestados. Y este mismo Govern es el que está insinuando que la larga mano 'subterránea' del Ejecutivo nacional organiza, desde Madrid, no solo recursos legales contra lo que pueda pasar el 9-n -que nadie parece saberlo-, sino hasta las acusaciones periodísticas contra personajes relevantes del nacionalismo catalán, como el alcalde barcelonés Xavier Trías: ignoro si esta 'longa manus' está tan activa, pero sí sé que, gracias a los errores políticos de unos y otros, se está gestando un serio conflicto de fondo, que ya alcanza al sentir de la ciudadanía, entre dos maneras de entender el Estado.
Ya ve usted que motivos para sentir algo parecido a un vértigo en el estómago, sobre todo si eres el máximo responsable de la conducción de las cosas en el país, no faltan. Pienso que la que tantas veces ha sido una de las mayores virtudes del presidente del Gobierno, esa flema británica que le hace lo mismo enfrentarse en una batalla legal con el molt honorable president de la Generalitat que desoír las presiones de quienes pedían una intervención de los 'hombres de negro' europeos en la economía española, se puede convertir ahora en uno de sus principales defectos. Al 'agónico' de La Moncloa no le han salido las cosas mal hasta ahora: convenció al país de que él era la mejor opción, lo que no era demasiado difícil viendo las otras opciones posibles. Nos persuadió de que él nada tenía personalmente que ver con las corruptelas que estallaban a su alrededor, y creo que esto era cierto: nadie ha podido demostrar que Rajoy no sea un hombre de sólida honradez. Lo que ocurre es que él todo trata de minimizarlo a base de convertir grandes crisis en 'hilillos' o en 'unas pocas cosas'. Siento decirlo, pero eso, con una ciudadanía alarmada, parte de la cual se echa en brazos de opciones que claramente son incompatibles con la gobernanza de la nación, ya no basta. Ahora falta saber quién va y se lo dice a la cara al prisionero de La Moncloa.
Fernando Jáuregui