Suele decirse que hay verdades, mentiras y estadísticas, lo cual no deja de ser injusto pues los datos no tienen culpa de la interpretación que de ellos se haga. Algo semejante pasa con las encuestas: una cosa son los datos que arrojan las respuestas dadas a las preguntas de un sondeo, otra es la cocina que se hace de ellos. Y ya en otra dimensión se sitúa la querencia de algunos por hacer creer a la gente en su carácter predictivo.
En los últimos días hemos conocido diferentes encuestas que nos dan una foto fija del momento que vivimos: un momento de inmensa desafección y malestar ciudadano ante la dureza de la crisis, los recortes sociales, el crecimiento del paro, la desigualdad, la pobreza y la exclusión social y la sucesión de casos de corrupción. Crisis sobre crisis que están haciendo que los ciudadanos se lo replanteen todo y apenas crean en nada, especialmente en sus representantes políticos y en las instituciones.
Catalizador de todo ese malestar ciudadano, un malestar no limitado a una ideología política, clase social o en un territorio, sino transversal ideológica, social, económica y territorialmente
En este maremágnum, las encuestas están constatando la irrupción de una nueva fuerza, Podemos, como el catalizador de todo ese malestar ciudadano, un malestar no limitado a una ideología política, clase social o en un territorio, sino transversal ideológica, social, económica y territorialmente. Un hecho que no sólo está impactando en los dos grandes partidos, PP y PSOE, sino en todos aquellos que han sido claves desde la Transición, pero también en fuerzas que se definían como regeneracionistas pero que están sucumbiendo al hartazgo ciudadano, como UPyD.
Con todo, quizás por la fuerza política y comunicativa de lo anterior, no se está resaltando suficientemente el desplome histórico que viene sufriendo el partido en el Gobierno. Un desplome que se verificó en las pasadas elecciones europeas cuando el PP perdió 16 puntos de apoyo ciudadano, el mayor deterioro conocido en respaldo a un partido en tan breve período de tiempo. Y que, de mantenerse la tendencia actual, le llevaría a perder más de la mitad del voto cosechado en 2011. Es decir, que de confirmarse, llovería, más bien diluviaría, sobre mojado.
Lo cierto es que la tendencia es clara: el partido de Mariano Rajoy se encuentra en estos momentos en caída libre, consecuencia de su gestión de gobierno y de la traición a los compromisos que adquirió en la campaña de las generales de 2011 y que le sirvieron para acceder al Gobierno. Rememorar promesas como acabar con el paro, bajar los impuestos o no tocar educación, sanidad o pensiones producen hoy no solo sonrojo por el engaño que suponen a sus votantes y al conjunto de la sociedad, sino indignación y hartazgo ciudadano en combinación con los casos de corrupción que afectan a esta formación.
Todo ello revela que, más allá de una extrapolación coyuntural en uno u otro sondeo, pasado el ecuador de la legislatura en la sociedad española anida una verdadera pulsión de cambio que abre una ventana de oportunidad para quien consiga sintonizar con los anhelos expresados por los ciudadanos de acabar con la política de austeridad, fortalecer las bases de la cohesión social, dotar a las instituciones y a los propios partidos de más transparencia e impulsar una regeneración profunda de la vida pública para erradicar la corrupción.
Ante esta situación, estrategias como la impulsada por Pedro Arriola de buscar la fragmentación del voto de izquierda como única vía para mantener al PP en el poder van camino de conducir a esta formación a una derrota aún más amplia en la medida en que lo único que generan es más desafección ciudadana hacia un partido que no puede ofrecer resultados económicos –hay más paro, más deuda y más desigualdad que cuando tomó las riendas del gobierno-, que ha perdido la credibilidad política y que, además, evidencia así que no se toma en serio las preocupaciones de la ciudadanía.
No puede ofrecer resultados económicos –hay más paro, más deuda y más desigualdad que cuando tomó las riendas del gobierno-
Por tanto, aunque Podemos se está erigiendo en el vehículo de expresión de la frustración ciudadana, está por ver si un proyecto apenas esbozado puede lograr el respaldo suficiente pues, hasta ahora, se han movido en una ambigüedad perfectamente calculada: como le gusta decir a su líder, no son ni de izquierdas ni de derechas o, mejor dicho, prefieren no definirse porque su única ambición es llegar al poder y creen tener una oportunidad moviéndose en el terreno de lo inconcreto y sin decirle a la gente qué quieren ser o hacer. Igualmente, está por ver cómo puede impactar en su credibilidad la falta de confianza que demuestran en sí mismos y en la propia ciudadanía con su negativa a presentarse a las elecciones municipales, precisamente el ámbito político más cercano a aquellos a quienes dicen representar.
En este contexto, el PSOE, que está logrando mantener su porcentaje de apoyo, tiene ante sí un escenario abierto. Habrá que ver si la línea de renovación emprendida por Pedro Sánchez logra sintonizar con las demandas ciudadanas y ofrecer un horizonte de esperanza y de futuro que logre recuperar la confianza de una ciudadanía ávida de un nuevo liderazgo. Si esto es así, desde luego estará en condiciones de ganar y gobernar.
El desafío, por tanto, es enorme. La recompensa, inigualable.
José Blanco