Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y aunque se deje los piños, no aprende. Yo creo que no se enseña suficientemente bien la historia en los colegios y que leemos muy pocos libros de historia. Debería ser obligatorio para aprender lo que hicieron mal nuestros antepasados y no repetir sus errores. No es así. La historia se usa demasiadas veces para arrojárnosla unos a otros como una piedra puntiaguda para fomentar lo que nos separó una vez, para reincidir en la intolerancia. No aprendemos. Y si no nos gusta cómo fue, la reescribimos. Sucede en Cataluña, sucede entre países vecinos como Ucrania y Rusia, Israel y Palestina, sucede en guerras de religión que, muchas veces siguen siendo querellas soterradas… No aprendemos. Hasta la pequeña historia de cada día, la actual, la de ayer, nos la inventamos como nos interesa. En lugar de aprender de la historia, la utilizamos para hacernos daño.
En España hemos tenido siglos de guerras y disputas y todavía muchos españoles vivieron la última y terrible contienda. Pero la inmensa mayoría no había nacido cuando terminó. ¿Cuántos años hacen falta para cerrar las heridas? A veces ni la conquista de la libertad y la democracia bastan para la generosidad de todos con todos, para el respeto al contrario, al desigual, al que piensa diferente. Eso hay que enseñarlo también desde la escuela y desde la familia. Pero nuestra sociedad sigue siendo tremendamente intolerante y proclive al insulto injustificado y gratuito.
En el Museo Nacional Reina Sofía, que se financia con los impuestos de todos los españoles y que es un lujo para Madrid y para España, hay ahora una exposición titulada «Un saber realmente útil» que muestra obras de 30 personas y grupos. Entre esos artistas hay un colectivo argentino, «Mujeres públicas», cuya obra maestra es una caja de cerillas con un dibujo de una iglesia ardiendo y un título que resume todo su pensamiento constructivo y moderno: «La única iglesia que ilumina es la que arde. Contribuya». Hay también un «padrenuestro proabortista» y frases de absoluta falta de respeto al Papa Francisco I, el pontífice que más está haciendo por una Iglesia abierta a todos. No sólo es un insulto a los católicos, también a los que, gracias a la ayuda y las puertas abiertas de la Iglesia, tienen una oportunidad para sobrevivir a la crisis; un insulto a los ciudadanos más desfavorecidos del mundo que sobreviven gracias a la labor de los misioneros católicos, los que no se van cuando todos abandonan el barco.
La Iglesia ha cometido errores, pero ni eso puede justificar lo que este colectivo de largo recorrido defiende y lo que el Reina Sofía alberga. Eso que se camufla como arte, en un lugar que debería exigir y exigirse mucho más, es una burda provocación antidemocrática a la violencia más gratuita e injustificada. El odio no engendra nada más que odio y nunca disminuye con más odio.
Francisco Muro de Iscar