Con retraso, el CIS ha publicado su último barómetro que concede a Podemos la primera posición en intención directa de voto y al PP en estimación de voto, siendo el PSOE el que ocupa la segunda posición en ambos casos. Los datos se han obtenido después de pasar por una cocina que ha sido complicada en esta ocasión por la irrupción de una fuerza política de la que la mayoría de los electores no conservan recuerdo de voto. El pormenor de los datos, en todo caso, importa poco. Lo que detecta el barómetro del CIS, y no es la única encuesta que lo hace, es que el bipartidismo que se repartía tradicionalmente el 80% de los votos en las elecciones ha volado por los aires. En estos momentos hay tres fuerzas que compiten casi por igual en el reparto del 75% de los votos y, sólo la evolución de las circunstancias de aquí a las elecciones determinará quién rompe el empate a su favor.
Y son estas circunstancias las que afectan negativamente a los dos grandes partidos, pero muy especialmente al PP en el gobierno. Porque la inmensa mayoría de los ciudadanos no perciben la mejora económica que predica día sí y día no el gobierno. Porque los potenciales votantes ven como segundo problema del país la corrupción y ésta difícilmente afectará en los próximos meses a un partido como la formación de Pablo Iglesias que aún no ha tocado el poder. Y porque la importante desmovilización de antiguos votantes del PP es paralela a la imparable movilización de los simpatizantes de Podemos, que no ha dejado de crecer desde su fundación y, muy especialmente, desde su espectacular resultado de las elecciones europeas.
El horizonte político que se presenta es insólito, pero también es apasionante.
El horizonte político que se presenta es insólito, pero también es apasionante. Podemos tiene en su haber la virtud de haber demostrado que muchísimos ciudadanos no vivían en la desafección política sino en la desafección por determinadas formas de hacer política. Y pase lo que pase en las próximas elecciones, gana quien gane, esas maneras tendrán que cambiar a la fuerza salvo que el sistema se dirija definitivamente al suicidio.
Isaías Lafuente