domingo, octubre 13, 2024
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En memoria del Marqués de Fronteira

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Fernando Mascarenhas falleció ayer, 12 de noviembre, a los 69 años. El que fuera marqués de Fronteira y conde de la Torre, por citar sólo los dos títulos que prefería entre los muchos que ostentaba, fue una figura irrepetible, en la que se mezclaba la auténtica aristocracia, en el sentido orteguiano, ganada con su extraordinaria cultura y excelente buen humor,  y la pertenencia a una de las más antiguas estirpes lusitanas,  junto con una decidida apuesta –fallida– en pro de modernizar este Portugal nuestro en el que parece que nunca nada haya de alterarse.

La última vez que vi al marqués fue hace unos meses en su extraordinario palacio de Benfica, en las afueras de Lisboa, joya del renacimiento portugués y famoso en el mundo entero por sus maravillosos paneles de azulejos. Presentaba un libro al que había prestado su mecenazgo y cuyo título iba como anillo al dedo, tanto al palacio Fronteira como al propio don Fernando: “La mesa de los reyes de Portugal”.

Conviene recordar a los más jóvenes que en ese palacio se conspiró mucho durante los largos años de la dictadura salazarista. Las reuniones clandestinas se disfrazaban de cena elegante, soirée dançante o recepción mundana, en las que como por causalidad y al albur de los corrillos se juntaban las cabezas pensantes de los movimientos izquierdistas de antes de la Revolución de los Claveles. Tanto fue así que la siniestra PIDE, la policía política de la dictadura, sospechó al fin de las actividades del marqués y le citó para que acudiera a declarar a la sede central, que estaba en el Chiado lisboeta. El marqués, como no podía ser de otra manera, acudió puntual, impecablemente vestido, en un magnífico Cadillac conducido por su fiel chauffeur. Al poco, llegó la Revolución. El marqués, a pesar de sus actividades en favor de la democracia, se vio privado de sus numerosas fincas, viéndose, como él mismo diría, “en la contingencia de tener que trabajar”. Luego vinieron unos años de exilio, primero en Marruecos y después en Londres,  para regresar por fin a su amado palacio. En aquellos años, un periodista francés calificó no sin cierta clarividencia a Fernando Mascarenhas como representante de una corriente política única, a la que denominó “marquesismo-leninismo”.

El marqués de Fronteira escribió mucho y bien. Dejó un ensayo dirigido al hijo de su primo, que será su sucesor, titulado “Sermón a mi sucesor – Notas para una ética de la sobrevivencia”, cuyas sabrosas páginas espero que pronto se editen para disfrute de todos los lectores. Entre otras cosas, le indicaba al futuro marqués que primero fuera un hombre, y sólo luego, pero mucho, mucho después, un aristócrata. Don Fernando también se definía como “cristiano por educación y agnóstico por ignorancia”, afirmando que su defecto más tolerable era la pereza. Se declaraba lector impenitente de Tolstoi, sobre todo de Guerra y Paz, que releía continuamente.

Con estas rápidas notas les dejo, ya que el funeral tendrá lugar esta misma tarde, todos naturalmente de riguroso luto, casi a la Federica, en el cementerio de Olivais, un cultísimo guiño más de nuestro llorado marqués, uno de los lugares más queirosianos de nuestra recoleta Lisboa.    

Rui Vaz de Cunha

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