La espantosa imagen del yihadista, rematando al policía herido e indefenso en el suelo, la he asociado a escenas semejantes que aquí se han producido a docenas, protagonizadas por policías, guardias civiles y asesinos de ETA. Con el agravante de que los pistoleros acudían al lugar donde se encontraba la víctima gracias a la información de un delator que indicaba el bar, la calle y el número donde se encontraba el cordero a abatir. Y recuerdo el ominoso y cobarde silencio de la sociedad vasca, tragándose el sapo del terror, hasta que el hedor de los cadáveres era tan insoportable que, incluso desde las filas del PNV, comenzó a decirse lo que durante algún tiempo vergonzoso se omitió: que matar no estaba bien.
Para llegar a esta degradación hay que comenzar con pequeños amilanamientos, vilezas de andar por casa, sustentar el «algo habrán hecho», mirar hacia otro lado cada vez que junto a ti, en el trabajo, se está cometiendo un abuso intolerable, que tú toleras por no meterte en líos.
Aquí, no se meten en líos los profesores y los directores de los centros educativos ante las graves evidencias del acoso escolar hasta que una niña se suicida. Aquí, los profesionales de la Política callan con servilismo las meteduras de pata del jefe, e incluso las jalean, porque lo primero que descubre un cagón es que es más sencillo defender una nómina que defender una ideología. Aquí, gran parte del empresariado catalán se ha mostrado pastueño y dócil ante la deriva hacia el precipicio económico que conlleva el separatismo, por eso mismo, por no meterse en líos. Y, aquí, los sindicalistas honrados, que los hay en tal alto porcentaje como en los partidos políticos, no han querido enterarse de los latrocinios de los camaradas y, en escalas más modestas, han amparado con su silencio acosos laborales vergonzosos.
Este no es un país para valientes, y la prueba está en que los primeros que satirizan a la Iglesia Católica y sus jerarquías, los que se regocijan -¡qué gracioso!- cuando unas insensatas le muestran las tetas a un cardenal, no osan hacer ni una leve broma que pueda cabrear a los yihadistas, por si acaso, vamos a meternos con los curas que sale gratis, pero respetemos las gilipolleces de los yihadistas. No, este no es país de valientes, y aunque estemos en época de rebajas, el coraje sigue teniendo su precio.
Redacción