Esto, simplemente, no puede continuar así. Los países democráticos, también los islámicos, tienen que defenderse del terror asesino de los verdugos que, en nombre de Alá, asesinan, torturan, sojuzgan a sus semejantes simplemente porque no piensan como ellos. No es una cuestión de Oriente contra Occidente, de conflicto de civilizaciones, como decía Huntington. Una civilización no está en conflicto con otra cuando tras ella se amparan los intolerantes, fanáticos, criminales: empieza a estar en guerra contra las cavernas porque desde ellas quieren declararla. Quizá el conflicto se halle en el Islam frente al Islam, entre quienes quieren practicar una religión y quienes abusan de ella.
No caigamos en la trampa. No es Alá, ni Mahoma su profeta, ni el Corán, quien arma los brazos de los asesinos. Culpar a una religión, a unas creencias que predican en su origen el bien y la paz, de lo que está ocurriendo, de todo eso cuyo último y más brutal exponente es el atentado de este miércoles contra Charlie Hebdo, es un error. Hay que ir a buscar a sus covachas a quien utiliza nombres sagrados para cometer sus delitos, para intentar callar a quienes piensan diferente, para sojuzgar a mujeres, a niños, a los más débiles. No será cerrando mezquitas ni persiguiendo a los mulsulmanes como se solucione el conflico; al contrario, se agravará.
Hay que ir a buscar a sus covachas a quien utiliza nombres sagrados para cometer sus delitos
Pienso que, frente al terror, más tolerancia. No, por supuesto, con el terror, con el que hay que ser implacables; pero resulta cuando menos sospechosa esa insistencia en creer, y decir, que la civilización occidental es superior y es la única. Eso solamente llena de votos ultraderechistas las urnas de la vieja Europa. Creo que es la hora de abrazarse todos, cristianos, judíos y musulmanes, como se hizo en la época más floreciente de las culturas, para detener a los heraldos de la guerra, a los jinetes del Apocalipsis. Ellos son cuatro y nosotros, cientos de millones. A por ellos, pero no a por quienes rezan en las mezquitas o emplean vestimentas específicas, siempre que no sean denigratorias, claro está, para la mujer ni para nadie.
Puede que el ministro español de Defensa tenga razón cuando habla de que el yihadismo es cobarde y se dirige solamente contra los débiles. Sin embargo, yo no lo creo. Pienso, más bien, que el atentado de París ha sido contra unos valientes que, en aras de defender su libertad de expresión, que es la nuestra, siguieron desafiando a una muerte que les llegó de manos fanáticas. Lo malo es que débiles somos todos cuando no podemos, ni queremos, ni debemos dar una respuesta alejada del estado de derecho a quienes se comportan tan brutalmente. Nosotros, claro está, no podemos callar ante el atentado terrorista que ha sufrido el semanario satírico francés 'Charlie Hebdo' y que ya fue conocido hace unos años por sus famosas y polémicas caricaturas del profeta del Islam, Mahoma.
En su momento ya me posicioné hablando de este tipo de publicaciones: ser satíricos no supone necesariamente ofender a nadie, y siempre hay límites. Es cierto que en el caso de Mahoma, como ya ocurrió en la prensa sueca años antes, los islámicos se sienten ofendidos al ver retratado a su santo profeta, algo considerado como una gravísima falta para su religión. En ningún caso puede servir para justificar a los salvajes que hacen todo esto. En ningún caso esas limitaciones se pueden imponer a quienes no se sienten obligados a cumplirlas, de la misma manera que un país islámico no puede impedir que se levanten iglesias católicas, ni debería impedir que las mujeres, si así lo desean porque practican otra religión o tienen otras creencias, vayan sin velo. La tolerancia tiene que caminar en ambas direcciones.
Los periodistas necesitamos de la libertad, incluso aunque libertad implique caer en el mal gusto o ir más allá de lo políticamente correcto. Sobre todo, cuando se trata de humor. «Humor o muerte», nos dejó dicho ese héroe que, en adelante, será siempre el asesinado director de Charlie Hebdo. Todo una llamada a la libertad de expresión, todo un compendio de lo que, en mi opinión, debe ser la tolerancia y de dónde están los límites: la libertad no tiene restricciones ni cortapisas más allá de los límites que imponen los códigos civil y penal. Nos horrorizan la censura y las presiones de los poderes políticos y económicos. ¿Qué decir, entonces, cuando se llega a los extremos intolerables de lo ocurrido en las últimas horas en París? No lo soportemos: todos somos hoy Charlie. Ni un periodista debería hoy permanecer callado ante la sangre inocente, heroicamente derramada.
Los periodistas necesitamos de la libertad
Somos periodistas críticos, y por tanto nos solidarizamos con el 'Charlie Hebdo', sobre todo porque este atentado trasciende al mundo de la prensa: cada vez son más y más graves los atentados islamistas, de radicales y terroristas que quieren controlar y callar a los que consideran 'infieles'. E 'infieles', para ellos, somos todos los que conservamos un mínimo de honradez intelectual, de compasión en nuestras almas y de solidaridad con la humanidad. Desde al ahora en boga 'Estado Islámico', a cualquier otra célula que opera en Europa, el plan está siendo cada vez más peligroso para nuestra cultura occidental. Casi hasta el punto de pensar que, para estos asesinos profesionalizados, todo occidental será objetivo islamista sólo por el hecho de no practicar la religión islámica ni considerarla oficial en los respectivos Estados.
El ataque al 'Charlie Hebdo' es sólo un aviso. Y lo más peligroso es pensar que incluso con medios policiales no se pudo evitar este terrible suceso. Nos queda mucho por sufrir, pero sobre todo, mucho por luchar: por nuestras libertades y por nuestros derechos. Al igual que defendimos en el pasado estos derechos y libertades, toca volver a la faena. Ni un paso atrás. Ojalá no haga falta ni una gota de sangre para cumplir estos buenos propósitos. No; esto hay que hacerlo desde el triunfo de la ley y también desde la tolerancia con quienes no piensan como nosotros, pero respetan las reglas del juego.
Fernando Jáuregui