Fue el anterior presidente del Gobierno de España, llevado sin duda por su natural buenismo -y ya de paso para ahondar en el error de Aznar entrando en la guerra de Irak- quien relanzó en 2004 ante la ONU su idea de una Alianza de Civilizaciones; no era una propuesta original sino más bien un sucedáneo de lo dicho por el ex presidente de Irán Muhammad Jatamí que ya había sorprendido al mundo en la década de los 90 hablando del Diálogo de civilizaciones como alternativa a la teoría del choque de civilizaciones de Samuel P. Huntington, y aun antes el intelectual francés Roger Garaudy, en la década de los 70. Pues bien, quien esto escribe puso inmediatamente una humildísima distancia porque ni todas las ideas son respetables -¡faltaría más!- ni todos los diálogos ni alianzas son posibles o deseables y menos aun cuando una de las partes no distingue el gran acierto laico de Jesús en el Evangelio cuando aseguró que hay que dar al Cesar lo que es el Cesar y a Dios lo que es de Dios. Pese a que fue una respuesta contundente, clara y concisa, después de veinte siglos siguen sin entenderla muchos católicos y una buena parte quienes mandan en el Vaticano. Pero si esto es así, imagínense lo que se puede dialogar con quien cree ciegamente que a Dios hay que darle lo que es de Dios, lo que es del Cesar y hasta las barbaries que ningún dios podría ni querría aceptar.
Decía José María Fidalgo hace unos días en Onda Cero que lo primero que hay que establecer en una negociación es lo que no es negociable. Y naturalmente tenía razón: no sólo no es una paradoja sino que, sin esa premisa, resultaría casi imposible llegar a ningún acuerdo. Y este es el gran problema del panorama hoy en el mundo, del desencuentro radical entre Occidente y bastante más de Oriente Medio: nuestra forma de entender la sociedad, la libertad, la laicidad, el respeto, la igualdad que todo eso, sencillamente, no es ni negociable, ni materia sobre la que se pueda siquiera dialogar «Héroes yihadistas han matado a 12 periodistas (…) para vengar al Profeta» afirmaba un comunicado en la radio oficial del llamado Estado Islámico. Con esta idea ¿de qué se puede hablar? Ya, claro, ya sé que no hay que generalizar ni confundir el islamismo radical con quienes interpretan el libro sagrado del Profeta de forma infinitamente más moderada y sobre todo con quienes lo interpretan inundando de dólares a Occidente. Esos países están en contra de los yihadista, del increíblemente sangriento Boko Haram o de lo que representan los talibanes, pero parecen tener claro algunas cosas: el papel de la mujer que es ser invisible, la no libertad de cultos, y la magnífica -para ellos- confusión entre el poder divino y el terrenal.
Occidente debe estar alerta y en guardia contra este tipo de terrorismo al que no se puede llamar guerra
Lo malo es que esos árabes todopoderosos que se paseaban por Marbella en tiempos y ahora compran equipos de fútbol, no sólo no mejoran su más que discutible legislación político-religiosa interior, sino que miran para otro lado -en el mejor de los casos- cuando «héroes yahadistas matan a 12 periodistas para vengar al profeta».
Claro que Europa y EEUU, Occidente, debe estar alerta y en guardia contra este tipo de terrorismo al que no se puede llamar guerra. Pero mucho más podrían y deberían hacer los estados árabes porque aquí se pueden sufrir las consecuencias, pero el cáncer de esa barbarie ha hecho metástasis en su propio entorno y sólo es cuestión de tiempo: Bin Laden amenazó a sus hermanos de Arabia Saudí y son esos países -con los que pese a todo tenemos vocación de alfombre- los que deberían darse cuenta del peligro que les amenaza a ellos mismos como demuestra Boko Haram un día sí y otro también.
Y son los que aquí en Occidente se empeñan aun en culpar a las victimas amparados en un progresismo inmoral y cobarde que no resiste un minuto de análisis racional serio y sin demagogias, por el daño que nuestro mundo haya podido hacer a Oriente (EH Bildu sin ir más lejos). Estamos en el Siglo XXI y morir acribillado por el delito de hacer viñetas de humor ni tiene explicación ni puede tener disculpa.
Andrés Aberasturi