Felipe VI recordó en la Pascua Militar la obligación de administrar los recursos militares eficaz y eficientemente. Nuestras Fuerzas Armadas tienen, pues, aún trabajo por delante pues sobran ciertas capacidades y faltan otras sin perjuicio de su innegable mejora gracias a que España está en la Unión Europea, en la Alianza Atlántica y participa en operaciones internacionales de mantenimiento de la paz.
Respecto a la Alianza hay quienes piden modificar la relación estratégica entre América del Norte y Europa. Rusia anhela la disolución de la OTAN para que los EEUU le abandonen los indefensos polluelos europeos. América para Washington y Europa para Moscú, sueñan en el Kremlin. Algunos se contentarían con que España se saliese de la Alianza para alejarnos de los EEUU. Algún europeísta pide sustituir la OTAN por un pacto militar bilateral de la UE con los EEUU dejando imprudentemente en la cuneta a Canadá y otros históricos aliados europeos no comunitarios como Noruega y Turquía. Hay quien quiere refundar la OTAN argumentando que sigue siendo una organización de la Guerra Fría. Ciertamente ese fue su origen en 1949, pero conviene saber qué nueva refundación se necesita ahora puesto que la OTAN se ha renovado ya varias veces y afirmar que sigue en su clave inicial es falaz. Es Putin quien vuelve a la Guerra Fría anexionando Crimea, amparando militarmente al secesionismo ucraniano o realizando provocaciones aéreas sobre el Báltico y el Atlántico Norte.
La refundación más importante de la Alianza tuvo lugar tras caer el muro de Berlín hace 25 años, caida que arrastró la del comunismo en Rusia y en sus satélites del este europeo, permitiendo la reunificación alemana y europea. La Unión Europea y la Alianza Atlántica acogieron a los europeos del este que antes estaban separados por el Telón de Acero de Stalin. No podía ser de otro modo salvo que se pretendiese una Europa privilegiada y segura y otra que no lo fuese.
La Alianza se reorganizó sobre bases diferentes a las de la Guerra Fría y complementarias a su objetivo esencial, un pacto mutuo de defensa. Se iniciaron programas de cooperación con los antiguos adversarios y otros países. Con Moscú se llegó incluso a crear un Consejo OTAN-Rusia con esta última en igualdad de condiciones en su seno con los aliados, voto incluido. Con el tiempo la OTAN ha ampliado sus círculos de consulta y cooperación con países del norte de África, de Oriente Medio, del Golfo, de Oceanía, de Asia y del Extremo Oriente. Una OTAN así no es la de la guerra fría y no se la puede tirar por la borda con alegría extinguiéndola de una forma u otra.
La carga de la prueba está en Europa que prefiere vivir en materia de seguridad, por ahora, al amparo y socaire de los EEUU
La Alianza también contribuye a operaciones militares para mantenimiento e imposición de la paz, generalmente en coaliciones específicas con no miembros de la OTAN y respaldo de la ONU. Ello es positivo para la Comunidad Internacional sin perjuicio del coste en dinero, medios y bajas, incluso mortales. Aunque ha habido críticas por esos costes materiales y humanos, y por errores cometidos en las operaciones militares, prevalece un balance satisfactorio por estas misiones que deben realizarse en un marco político más amplio y director.
De cara al futuro sólo son actualmente imaginables dos nuevas refundaciones. Una utópica con el ingreso de Rusia en la Alianza, irrealista ahora aunque teóricamente posible por ser europea. La otra, deseable y necesaria, consistiría en que en el seno de la OTAN los europeos hablasen primero con una misma voz y luego con una sola representación. Consecuentemente, será necesario que los miembros de la UE integren sus políticas de Asuntos Exteriores y de Defensa así como sus propios ejércitos. La carga de la prueba está en Europa que, sin embargo, prefiere vivir en materia de seguridad, por ahora, al amparo y socaire de los EEUU que, ciertamente, han salvado a las democracias europeas en tres ocasiones, dos guerras mundiales y una fría, posibilitando asimismo con su protección el nacimiento de la UE. Pero Washington lleva tiempo pidiendo, sin conseguirlo, más participación e inversiones europeas en defensa.
Esta transformación “europeísta” sería esencial para que la voz de la UE pudiese tener el mismo peso que la de los EEUU en la Alianza. La UE no es capaz hoy en día de defenderse por sí sola pero ha de prepararse para ello siendo útil, en este sentido, que realice operaciones militares propias. Un Mando militar común y una Escuela de Estado Mayor europea serían convenientes pero el vínculo amplio transatlántico en materia de defensa no debiera ser cuestionado cuando no lo es en otros ámbitos relacionados como el económico, el cultural o tecnológico porque el Atlántico Norte es ahora un «Mare Nostrum» con intereses y objetivos comunes. La UE no debiera pretender lo que no puede hacer y tampoco debiera indisponerse gratuitamente con otros.
Carlos Miranda