El juicio sobre el acontecer político genera estados de ánimo. En la España de hoy, el más común, cursa en términos de indignación. No sin razón. Visto que raro es el día en el que no asoman a los medios los detalles de algún nuevo caso de corrupción. El último ha sido la imputación nada menos que ¡a todo el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía presidido por Manuel Chaves entre los años 2005 y 2007! Aunque suene a rutina, lo cierto es que no hay precedentes. Lo que induce a pensar que es imprescindible una limpieza a fondo del sistema. Una depuración. No solo desde la exigencia del esclarecimiento de los hechos -tarea que corresponde a fiscales y jueces-, también estamos necesitados de una catarsis política. Si ayer conocíamos la decisión de la juez Mercedes Alaya que instruye el caso por el fraude de los ERE, antes de ayer, la noticia era el veto del Grupo Parlamentario Popular (mayoritario en la Cámara) a una iniciativa de los partidos de la oposición para que Mariano Rajoy acudiera al Congreso a explicar el capítulo principal del «caso Bárcenas». Sumario judicial cuyas postreras novedades en el escrito de la Fiscalía anotan como probada la financiación irregular del Partido Popular. A la hora de argumentar el porqué del veto, desde las filas populares quieren hacer creer a la parroquia que no sabían quién era Luis Bárcenas pese a sus 18 años de militante vip en el PP: primero como adjunto al tesorero y después como titular de la gestión de los dineros de partido y senador por Cantabria.
Parecida amnesia es la que se despacha en CiU a la hora de aceptar, a regañadientes, la comparecencia de Artur Mas, presidente de la «Generalitat», ante la comisión del Parlamento de Cataluña donde le preguntarán por sus presuntas conexiones con los negocios (bajo sospecha de procedencia ilícita) de la familia Pujol. Unos y otros llevan tantos años instalados en sus rutinas de poder que no son conscientes de que el tiempo de la impunidad se está acabando. Lo peor es que encima nos daban lecciones de ética. Catarsis, es la palabra.
Fermín Bocos