Los periodistas amamos este tipo de cosas: determinar quiénes son las personas más ricas o influyentes, por ejemplo, y luego elaborar listas de 'top ten' de poderosos. Reconozco que no soy demasiado aficionado a este tipo de jugadas, en las que siempre se deslizan conceptos interesados, arbitrarios, injustos o desenfocados. Pero no puedo evitar hoy, cuando dentro de pocas horas tendrá lugar su comparecencia ante un centenar de medios españoles y extranjeros, hablar de quien yo considero el personaje más influyente de España.
Él es catalán, rico, trabajador hasta lo increíble, austero hasta la exageración y de él dependen muchos miles de puestos de trabajo. Vive obsesionado por la discreción y estoy seguro de que, si llega a conocer el contenido de este comentario -que lo conocerá, porque tiene a su disposición un importante aparato de comunicación–, se horrorizará: la publicidad personal es lo último que le gusta.
He hablado en las últimas horas con algunos grandes empresarios y comunicadores catalanes. Todos viven pendientes, lo mismo que los políticos, sean independentistas o no, de una palabra de este hombre, del que muchos de estos empresarios dependen de una u otra forma. Unos quieren que se pronuncie en un sentido acerca de esta secesión (o no) de Cataluña o, al menos, que diga algo sobre el lo proceso que está en marcha. Otros desearían que jamás se pronunciase, prolongando un período de incertidumbre e indefiniciones, precisamente todo el mundo, pese a los silencios, sabe lo que el personaje piensa sobre la carrera iniciada por Artur Mas. Pero inclinar la balanza puede resultar peligroso para quien tiene negocios repartidos entre Cataluña y el resto de España; además, la máxima sagrada en la compañía es 'dad a Dios lo que es de Dios y a la política, lo que es de la política'. No rozar esta política ha producido, hasta ahora, buenos resultados, contables y de estabilidad.
Muchos de quienes pensamos asistir a su comparecencia de este viernes nos preguntamos si este hombre, a quien jamás se le ha escapado una palabra que no quisiera pronunciar -por eso sus palabras son escasas, y valoradas–, acabará aprovechando la oportunidad, centrada teóricamente en rendir cuentas económicas, para dar algún indicio, para constatar la inquietud con la que una clase empresarial catalana -y de toda España- vive la carrera hacia quién sabe dónde. Me consta que esa clase empresarial, tradicional y laboriosa, que gusta poco de alharacas, está horrorizada ante el espectáculo que la política de esta Generalitat presente -y no digamos ya de la pasada, encarnada entonces por Jordi Pujol- está dando: corrupción, traiciones, dislates de todo tipo, que han llevado a la necesidad de que incluso su peculiar socio de Esquerra obligue a Artur Mas a comparecer ante el Parlament para hablar de todas las trapisondas del ayer. Y a Artur Mas, claro, lo mismo que a casi todos los políticos que en el mundo son, le gusta muy poco acudir a sede parlamentaria para hablar de lo que no quiere hablar.
Son muchos los que creen en Barcelona, desde donde escribo este comentario, que, tal y como están las cosas de enconadas con su socio Junqueras, ni Mas puede afrontar unas elecciones anticipadas en septiembre, ni nuestro personaje, que ahora es el más influyente de España, puede mantener mucho más tiempo su prudente silencio. Hay cosas que las voces autorizadas, con peso moral, han de denunciar, porque también de su testimonio, aunque no sean políticos -o tal vez por ello- viven los ciudadanos, las gentes que transitamos por la calle, pagamos nuestros impuestos, compramos artículos y mantenemos cuentas corrientes en los bancos.
Tengo, la verdad, la esperanza -remota– de que la aceleración histórica que vivimos se contagie a estamentos, a los que respeto profundamente, que han hecho de la impasibilidad su divisa. Y que haya signos, algún signo, de que ya son muchos, y de peso, quienes piensan, y lo hacen en voz alta, que de aquí, de este desbarajuste, ya no se puede pasar, por el bien de todos, incluidos los que están propiciando el caos. O empezando por ellos.
Fernando Jáuregui