El Real se desmorona, Cristiano está en la grada, Messi vuelve a volar por los caminos del fútbol, pero el madridismo no se inmuta. Flemático tal que Anchelotti, parece haberse tomado el invierno como una estación de paso hacia el gran estallido de la primavera. La lesión de Modric desvistió al equipo de facilidad y estilo, lo hizo normal, táctico y dependiente del estado de forma de sus futbolistas, que según pasaban los partidos se iban escondiendo en los lugares inhóspitos del césped. Ahora llegaba la Real Sociedad, un contendiente con buenas trazas pero muy caballero, y el partido significaba algo. Había un plebiscito sobre Bale y el equipo debía sonar con otro ritmo. Claros en el Bernabéu y pespuntes nevados en el minuto de silencio.
Según comenzó el partido, un donostiarra emprendió una carrera loca que lo llevó a cruzar todo el campo del Madrid hasta que se precipitó por la línea de fondo. Fue córner. El balón sobrevoló el área pequeña a media altura y Elustondo se cruzó con él y no tuvo más remedio que marcar. En la tele hablaron de la maldición del Madrid y los balones parados, del misterio de los córners, o de cómo se pueden defender bien sin invocar a la virgen pura. Nadie se acordó del portero madridista, tótem ancestral que se resiste a salir de su demarcación para no espantar a sus muertos. En el fútbol cuando falla lo que no agrada explicar que falla, se recurre al cliché, la magia o el así es la vida; y en eso se parece tanto al resto de las cosas que pareciera que las leyes del balompié están dentro del ordenamiento jurídico y no son, como creíamos, una galaxia contigua en la que no existe relación causa-efecto.
Un gusto morboso recorrió la espina dorsal del madridista, que se olvidó de la crisis de su equipo y se imaginó un partido a tumba abierta con miles de oportunidades en ambas porterías. Ideal para combatir el frío. Y así, como si fuera proyectado por la imaginación del espectador, Marcelo se iba hacia dentro dejando sentando a su par y centraba con el exterior hacia la cabeza de James, que parecía irrumpir pero estaba parado y sin saltar, con su extraña elegancia de bateador, empataba un encuentro que volvía a nacer desde cero.
Una cierta ansiedad ha hecho mella en Bale y eso le resta precisión
Para el madridista, la Real es el equipo de Canales y Granero, que no son precisamente los bad boys. Al poco de empezar hay un momento que retrata al Santanderino. Tres jugadores le rodean y acude Granero en su auxilio. Dándose la vuelta sobre sí mismo, parece fagocitar el balón y la suelta con la puntera a la manera de los zurdos exquisitos. Granero le da continuidad a la idea metiéndole un pase al espacio que era de por sí, una oportunidad de gol. Canales corre como si estuviera aquejado de artrosis y cuando llega al punto convenido, ya es la siguiente jugada. La mente de un genio en el cuerpo de un empleado de banca.
Illarra manoteaba en el centro del campo, devolviendo las pelotas que le llegaban como si fuera un jugador de pin-pong, y parecía cada vez más un hombre normal. Sin atributos. Algo así como lo contrario a Ramos. Por el lado contrario, Isco absorbía la luz del partido y Gareth esperaba. Con el andaluz los partidos tienen algo de pantomima. Sus compañeros miran con fastidio sus amorosos lances con la pelota. Esperan la genialidad, pero esperan un rato más de la cuenta. Los balones llegan al espacio demasiado subrayados, con ventaja para el defensor, y muchos uyys en el ambiente porque el pase era otra genialidad abortada. Así que el balón le llega a Kroos, harto de barroquismo, con Marcelo e Isco piando a su izquierda. El alemán los obvia y ejecuta su limpísimo pase de rango medio que va a dar en el pecho palomo de Carvajal. La defensa girada y un montón de espacio que aprovecha Karim, el de las mil danzas, para merodear el gol.
Isco y Marcelo iban cerrándose los caminos, hilando cada vez más fino por su lado, y era un espectáculo observar a Bale, con su corpachón suspendido entre exclamaciones, acercarse o alejarse y tirar así de la jugada sólo con el poder de su influjo. Cuando al galés rozaba la pelota le faltaba un fotograma o le sobraba una esquinita de su cuerpo. Una cierta ansiedad ha hecho mella en él y eso le resta precisión. James era el dueño del carril central, a pesar de partir desde la izquierda, y cuando perdía la pelota cumplía las órdenes a rajatabla: volvía corriendo deshaciendo su diagonal hasta ponerse en formación en la zona derecha del 442, brigada de mediocampo. Karim volvía a ser el vértice de todas las combinaciones al borde del área, zona de riesgo para otros y salón de juegos para él. Los centrocampistas (excepto Illarrra que sólo va y viene), creaban ventajas y espacio para el ataque, y sólo faltaba la sangre en la definición. Otro rosca de Marcelo, sobrevuela el stablishment y llega al lado del área donde solía estar Cristiano. Es Karim y la rompe contra el cuerpo del portero, la pelota queda suelta y botando en el medio del área (algo así como un cebo para depredadores), y Ramos, que quien sabe qué hacía allí, la engancha con la alegría del instinto y echa a correr para dedicarle el gol a toda esa gente que le ha hecho como es.
Todos levantaron la vista y convinieron que el Madrid había vuelto a su cauce natural
El Madrid recupera de un golpe los caminos del gol y comienza a llegar por todos lados. Sólo Bale está desacompasado, como si necesitase pensar las jugadas, masticarlas unas décimas más que sus compañeros, que crecieron al sol haciendo paredes con sus sombras. En una contra llevada por Benzema, con el portero superado, Bale se la rebana del plato a James y la tira fuera de una forma estúpida. No es nada, sólo una ocasión fallada, pero inicia una línea dramática en el partido que se veía venir desde la previa. La gente le pita al galés y se va refunfuñando al descanso. También es la forma de que el público entre en la representación. Esa amplificación del detalle, hace único al Bernabéu. Y Bale tiene detalles de jugador antológico y otros de tuercebotas. No ayuda su ausencia de demagogia, de expresiones de rabia, su estupefacción cuando el balón se le sale por una cuarta. En la segunda parte concretó su juego e hizo de transmisor de la idea. Un poco lo de Karim. Decantaba las jugadas en zona de media punta, con un pase, un regate o un amague y hacía que se convirtiesen en oportunidades de gol. Una pared con Benzema, en la que vuelve a su camino de extremo y acaba asistiendo al francés, reconcilió al galés con la afición. Pero todavía tuvo una última penitencia, con un balón robado al central y una carrera en la que está demasiado solo, en un estadio demasiado cruel. Cinco segundos en silencio, con el Bernabéu pisándole los talones, y Gareth que se imagina todas las formas posibles de tortura. Exageró el escorzo y el portero le señaló el hueco por donde debía tirar. Ese fue el final y poco antes, Karim recibió cuando volvía de pescar en el área, remató hacia atrás con esa tensión maravillosa que tienen a veces los sueños, y festejó el gol por la escuadra con la alegría del patio. Todos levantaron la vista, incluso el hombre del periódico enfrascado en la política, y convinieron que el Madrid había vuelto a su cauce natural.
Jugar al fútbol.
R. Madrid, 4-Real Sociedad, 1
Real Madrid: Casillas; Carvajal, Varane, Sergio Ramos, Marcelo; Illarramendi, Kroos (Khedira, m.81), Isco; James (Jesé, m.74), Bale y Benzema (Chicharito, m.80). No utilizados: Navas, Arbeloa, Nacho y Coentrão.
Real Sociedad: Rulli; Aritz (Bergara, m.63), Mikel, Iñigo Martínez, Yuri; Elustondo, Rubén Pardo; Granero, Xabi Prieto, Canales (De la Bella, m.46); y Vela (Agirretxe, m.17). No utilizados: Zubikarai, Castro, Zaldua, Finnbogason.
Goles: 0-1. M.1. Aritz Elustondo. 1-1. M.3. James. 2-1. M.37. Ramos. 3-1. M.52. Benzema. 4-1. M.77. Benzema.
Árbitro: Álvarez Izquierdo. Amonestó a Illarramendi, Marcelo, Khedira y Yuri.
71.653 espectadores en el Bernabéu.
Ángel del Riego