Pensará usted, acaso, que lo que va a leer a continuación raya en la frivolidad del papel couché. Tengo que defenderme: en política, las formas son tan importantes, al menos, como los fondos. Y, por ejemplo, la polémica sobre las corbatas, que no es de ahora, ha impregnado esta semana a los más serios rotativos europeos e implicado a los más sesudos comentaristas de las 'viejas damas grises' en Gran Bretaña, Francia o Alemania, donde aún resuenan los ecos de las polémicas levantadas, por ejemplo, por el peculiar sincorbatismo del ministro griego de Finanzas, Varoufakis. Mientras, en España se hablaba de la estirada compostura de Pedro Sánchez a la hora de acudir a La Moncloa, compitiendo en tonos serios y formales con el clasicismo, si se quiere algo rancio, de Mariano Rajoy, para firmar el pacto antiterrorista. Hay banqueros/as que hacen cuestión esencial de mantener o no las corbatas y los 'foulards' con el color corporativo instaurado por sus mayores. Y la eurosocialista Elena Valenciano criticaba las 'diecinueve corbatas' -o sea, todos hombres- que, según ella, controlaban el poder en España. Y ¿quién dice que a veces lo que llevan puesto los galardonados/as en los premios Goya no suscita a veces más comentarios que la propia película premiada? No desdeñemos, pues, la estética, que ya advertía Unamuno que puede ahogarnos.
Pompidou, el injustamente olvidado presidente francés, ya dijo que la división entre derechas e izquierdas era más que nada una cuestión de marcas de corbatas. Exageraba, claro. Como lo hacía otro insigne olvidado, nuestro gran novelista Luis Martín Santos, cuando bromeaba en la cárcel, ante otros perseguidos del franquismo, diciendo que, si ves a un señor con una camisa verde, una corbata morada y un pantalón amarillo, es un comunista; si su corbata entona con su camisa y su chaqueta, todas en colores suaves y discretos, entonces es un socialista. Y hasta comunistas de entonces, que se pasarían luego al socialismo, como Enrique Múgica -otro al que no deberíamos olvidar–, le reían la broma en los paseos por el penal de Burgos.
Yo creo que la actual hegemonía de la derecha, siempre uniformada de manera convencional, y no hablo, por supuesto, de la cursilería de-pañuelito-en-el-bolsillo-superior-de-la-chaqueta de un Bárcenas, viene en parte -ojo, digo en parte: no se me acuse luego de instalarme en la 'boutade'- de que, en cambio, en la izquierda proliferan los estilos variopintos. Lo que desconcierta, claro, al personal. Y el público no sabe muy bien a qué carta quedarse: si a la de la camisa blanca del secretario general del PSOE en los mítines o a la del traje oscuro con aspecto almidonado de Pedro Sánchez para ir a La Moncloa; si a la inenarrable (mente fea, con perdón) estética de Varoukafis o al atildamiento del 'franco-catalán' primer ministro galo Manuel Valls, un clásico en sus vestimentas, como su propio teórico jefe Hollande. Todos ellos juntos, pero para nada revueltos, en la teoría del socialismo.
En la izquierda proliferan los estilos variopintos
Y puede que el éxito de Podemos se deba en parte -insisto: en parte_ a sus propuestas formales, tan inéditas, tan rupturistas. ¿Qué pasaría si el actual Pablo Iglesias, tras una hipotética victoria electoral en España -oh, Diossss-, se plantase con su coleta en un Consejo Europeo junto al traje de chaqueta de Merkel? Claro que por allí -por Bruselas, digo, que por España ni se ha planteado venir, ni, incomprensiblemente, nadie le ha llamado, por lo visto- irá el primer ministro heleno Tsipras, y todo parece indicar que concurrirá sin la corbata que le ha regalado su homólogo italiano, Renzi. O ¿qué ocurriría si alguien de apellido tan (in)apropiado como Monedero, con sus chalecos de contable -ahí va, lo que he dicho-, apareciese, ya investido de ministro de Economía del Reino de España -vaya, otra barbaridad que se me escapa-, por el Eurogrupo? Pues eso: que puede que estemos yendo demasiado aprisa en cuanto a revoluciones estéticas. O puede que las revoluciones que se nos proponen se limiten apenas a la cosmética, quién podría decirlo a estas alturas en la que todo es pelea en la superficie -verdad, Tania Sánchez- y nadie se preocupa de bucear a ver qué hay en realidad en las honduras. Así que repito: ya ve usted que la forma compite en relieve con el fondo. Al no existir claridad en el fondo, hala, todos pendientes de las corbatas.
Fernando Jáuregui