Ayer estuvimos comentado los amigos, en nuestra habitual tertulia de cada tarde en el Grémio Literário de Lisboa, el último capítulo conocido sobre los escándalos en Portugal. Se trataba, como no, de las abultadas cuentas bancarias que 611 compatriotas, ni más ni menos, tienen en un banco de Ginebra, el Hong-Kong Shanghái Banking Corporation, HSBC, cuyo nombre recuerda los tiempos de nuestras añoradas glorias ultramarinas.
Poco más sabemos, de momento, sobre esas cuentas. No se sabe quiénes son los dueños, ni tampoco la procedencia lícita o no de los dineros. Apenas sabemos que uno de los titulares atesora en una de ellas la extraordinaria cifra de 143 millones de euros. Tanto mis amigos como yo, que seguimos llevando la contabilidad doméstica convirtiendo los euros a su equivalente en nuestros escudos, apenas conseguimos hacernos una idea cabal de cuánto dinero representan en realidad todos esos millones.
Mis amigos y yo estamos todos jubilados. Somos de aquellos que, antes de realizar el gasto, nos decimos a nosotros mismos: 45 céntimos del café equivalen casi a 100 escudos; 18 euros del almuerzo son 3.600 escudos; los 5 euros del taxi son lo mismo que un Conto de Rei, esto es 1000 escudos, y así adelante. Lo que está claro es que con las pensiones que en Portugal nos pagan, uno apenas consigue llegar a fin de mes.
Con las pensiones que en Portugal nos pagan, uno apenas consigue llegar a fin de mes
En Portugal hace años que desaparecieron las pagas extras de los pensionistas y de los funcionarios. Ese corte en los ingresos supuso para muchos no poder hacer frente a los pagos de cosas básicas. Conozco a muchas familias que dedicaban esos dos salarios anuales a los gastos extraordinarios de los colegios de los niños. Otras, los consagraban a las letras del coche familiar. Algunas los reservaban para el fondo de pensiones que al cabo de los años aliviaría la escasez de las pensiones públicas. Cuando el Gobierno decidió que se extinguían las pagas extras, todas esas familias tuvieron que adaptarse a la nueva situación. Se acabaron las actividades extraescolares, el comedor y la ruta del autobús del colegio. También se acabó el pequeño utilitario y el completar el fondo de pensiones.
Todos estos sacrificios impuestos a los portugueses, que no se han superado ni mucho menos, consiguieron un ahorro de algo menos de 500 millones de euros.
Cuando se comparan los dos importes, el de las cuentas de nuestros compatriotas en Ginebra y el de los euros arañados con tanto dolor a la totalidad de la población portuguesa, a uno le entran ganas de olvidarse de su tradicional mansedumbre lusitana, dejarse de tertulias en el Grémio Literário y lanzarse a la calle para, con sus escasas fuerzas, gritar: ¡basta, se acabó, es el fin! Y luego que acusen a Podemos y Syriza de exagerados
Rui Vaz de Cunha