jueves, noviembre 28, 2024
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Dos Españas, dos. Como siempre

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Temo que este comentario no va a gustar ni a uno ni a otro, y bien que lo siento: era, quizá, su destino. Primer encontronazo entre Mariano Rajoy y el actual líder de la oposición, Pedro Sánchez. Rajoy presenta una visión idílica de una España en la que el actual Gobierno nada ha hecho mal y el anterior, socialista, nada bien. Por la tarde, Pedro Sánchez desmonta toda la argumentación triunfal con una visión de tintes negruzcos. Es imposible el acuerdo entre dos países tan, tan diferentes como la España sonrosada y la grisácea. El tono de Rajoy es más controlado, el de Sánchez más fogoso. El presidente vocaliza de forma más pausada, el secretario general del PSOE, más apresurado en su vehemencia.

Rajoy, en el fondo (y en la forma) está contento con la marcha de las cosas. Sánchez parece profundamente descontento: se le agolpan las acusaciones, las reivindicaciones. Ambos, supongo, hacen correctamente su papel, cada cual en su esfera, absolutamente incompatible con la otra (y bien que siento decirlo). Pero ninguno de los dos remonta el vuelo como estadista. He asistido a prácticamente todos los debates sobre el estado de la nación desde que, en 1983, Felipe González los puso en marcha. A su final, siempre alguien me pregunta quién ganó. Casi siempre he evitado pronunciarme: es difícil que me convenza cualquiera de los dos contendientes. Solamente el día en el que se tiendan la mano para construir sobre algunos de los edificios en ruinas -que, obviamente, no son todos, ni la mayoría- ambos se ganarán mi aplauso; quizá por eso prosperan opciones que están situadas fuera del Parlamento.

Y el caso es que encuentro razones convincentes en parte del discurso de Rajoy: evitó uno de los rescates posibles -no el otro–, ha hecho imperar la calma, la disciplina y, al final, los datos le están dando algo de razón, que no toda la razón. Y es el caso que también hallo argumentos plausibles en una porción de lo que dice Sánchez: hay motivos suficientes de crítica a tantas cosas de lo que hace y no hace este Gobierno, tanto que desmentir en el triunfalismo trompetero… Encontré frío a Rajoy, tibio a Sánchez, en sus intervenciones iniciales.

El líder de la oposición pareció enfadar a Rajoy, que sacó a pasear sus perfiles más mortíferos en el turno de réplica: confrontaba la España de la botella medio llena con la de Sánchez, que presentaba la medio vacía, y renuncio a reproducir aquí los detalles de cifra contra cifra, estimación contra estimación, que poco aportan al telespectador, al oyente, al lector atento del que fue un debate poco -nada- constructivo. O sea, lo de siempre; para esto, mejor no hacer estos debates, tan necesarios, por otro lado. Seguramente, en algún lado estará la verdadera España, pero no es ni en el rosado del Gobierno ni en el plomizo presentado por el PSOE, sino en algún territorio situado en alguna otra galaxia.

Rajoy, obviamente, conoce mejor la Administración y sus recovecos. Sánchez llega con la frescura de quien no tiene demasiadas hipotecas, excepto algunas derivadas de sus antecesores: tiene una mirada nueva y es, como proclamó, «un político limpio». No hay empatía posible entre ambas posiciones, la del veterano que mucho ha recorrido y la del nuevo que no ha recorrido casi nada. Cuando alguien dice a alguien «usted no tiene vergüenza» es que algo falla en la mecánica parlamentaria y en la propia convivencia política: no es este el sentimiento en la calle, que ya no da su aval ni a unos ni a otros, y empieza a mirar hacia las afueras de la Carrera de San Jerónimo, en busca de otras soluciones, en busca de soluciones. «Pise la calle», le dice Sánchez a Rajoy, no sin razón. Pero me parece que ya ninguno de los dos da la mano, preguntándole por sus problemas, a un ochocientoseurista, ni se apea del coche oficial, ni encuentra tiempo para escuchar a gente corriente y moliente; y es que las agendas oficiales están tan cargadas…

Fernando Jáuregui

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