domingo, noviembre 24, 2024
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Encuestas y complejos

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Es innegable la fascinación que generan los números. No sólo por sus propiedades canónicas –aquellas que nos enseñan en nuestra más tierna infancia y que nos ayudan a iniciarnos en el complejo mundo de las matemáticas- sino, sobre todo, por sus propiedades mágicas, aquellas que convierten un simple dígito en símbolo de veneración o victoria.

Sirva de ejemplo el número 3: un simple número impar, ni tan siquiera el más importante, pero capaz de generar euforia en un aficionado del Barcelona y aflicción en uno del Real Madrid por obra y gracia de una victoria o una derrota en la Liga y su consiguiente entrada o salida del liderato.

Pero si hay un terreno en el que las propiedades de los números se multiplican es en el de las encuestas.

Hace unas semanas, el CIS –cuya cocina no comparto, pues infravalora al PSOE y sobrevalora al PP y a Podemos que, a mi juicio, no tiene voto oculto, su estimación más razonable es el voto directo o, en un supuesto muy favorable, el voto + simpatía– otorgó un triple dos (22,2) al PSOE de gran impacto mediático dado que suponía que pasaba a la tercera posición en estimación de voto. Curioso el revuelo cuando el PSOE, según esa estimación, retrocedía 6 puntos desde las últimas generales, pero era el PP el que se desplomaba 17 puntos, dejándose cerca de la mitad de su electorado. Desde luego, revelador de cómo se genera el discurso en este país que un agujero de ese calibre histórico apenas encontrara mayor eco…

El problema, como siempre, es quedarse con un dato aislado, cuando lo que importa es la tendencia. Y en esta empiezan a observarse aspectos verdaderamente interesantes.

Como ya he dicho en otras ocasiones, España camina hacia un escenario de cuatro fuerzas políticas a nivel nacional: dos entre el 25 y el 30 por ciento y otros dos en torno al 15 por ciento, lo cual exigirá capacidad de diálogo y acuerdo para garantizar la gobernabilidad del país.

Pero, frente a lo que la estrategia mediática de la derecha preconiza con el único ánimo de fortalecer a un PP en caída libre, lo que está en discusión no es si el PSOE va a aguantar en el grupo de cabeza, es si lo logrará el PP.

¿Por qué? Porque si se revisan las diferentes encuestas, el PSOE ha empezado a ganar terreno gracias a su apuesta por la renovación, la presentación de propuestas, la adopción de decisiones difíciles como la de la Comunidad de Madrid y actuaciones positivas como la de Pedro Sánchez en el debate sobre el Estado de la Nación. Tendencia que va a acrecentarse gracias al impulso que le va a otorgar la victoria sin paliativos en Andalucía gracias al liderazgo de Susana Díaz, que devolverá al Partido Socialista al primer puesto en las preferencias de los andaluces, con gran diferencia sobre el resto de fuerzas.

Mientras, en el campo de la izquierda, Podemos por vez primera ha empezado a caer y perder terreno, a lo que sin duda no ha sido ajena la fallida respuesta de su dirigencia ante los primeros reveses y contratiempos de significados miembros de su cúpula. Pero también, la ausencia de un discurso propositivo más allá de la indignación.

Por el contrario, en el campo de la derecha, el Partido Popular no deja de ceder terreno debido al triunfalismo y arrogancia en el ejercicio del poder, la falta de resultados positivos de su política, la clara percepción de la injusticia de las medidas adoptadas y la falta de renovación de sus estructuras y de voluntad regeneradora alguna. Por si fuera poco, y como algunos venimos advirtiendo desde hace tiempo, Ciudadanos ha entrado directamente en su electorado tradicional.

Por tanto, en un escenario abierto como el descrito, inédito en buena medida al pasar de dos a cuatro fuerzas políticas en disputa a nivel nacional, no son desde luego los complejos los mejores compañeros de viaje.  

Al contrario, si algo necesita el Partido Socialista es, precisamente, sacudirse los complejos. En primer lugar, porque nada de lo que ha venido después de la derrota de 2011 ha sido mejor para España. Al revés, el Gobierno del Partido Popular ni siquiera ha podido evitar tener que solicitar el rescate del sistema bancario, y se ha dedicado a mercantilizar la sociedad, deteriorando y privatizando servicios públicos, precarizando condiciones de vida, disparando la desigualdad.

En segundo lugar, porque si hoy se ha empezado a hablar de crecimiento y empleo, y no de déficit y austeridad, en Europa es, precisamente, por la presión y las condiciones impuestas por la familia socialdemócrata a la nueva Comisión tras las últimas elecciones europeas. Impulso que está detrás de la flexibilización de las normas fiscales, del plan de inversiones o del plan de empleo juvenil. Armas todas ellas de una nueva política que busca expandir la demanda para frenar la carrera hacia el abismo de la recesión perpetua a que nos conducía la austeridad sin conciencia ni medida.

Por tanto, para que las encuestas nos saluden digamos con humildad, pero de una vez, adiós a los complejos.

José Blanco

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