martes, noviembre 26, 2024
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El corazón en la boca, el cuchillo en el vientre

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Hoy nos conviene tener la pelota, aunque sea a lo bobo. Que los primeros minutos pasen en paz.

Así se decía el hombre del bar, aposentado en la barra, mirando de reojo las alineaciones y con miedo de decir siquiera el nombre fatal.  Los primeros planos de la retransmisión descubren a Casillas cuchicheando con el enemigo. Primero se le acercó su consorte Xavi, para felicitarle por los dos goles que iba a encajar y luego, llegó el resto de la tropa nacional encantado de saludar a un mito viviente y embalsamado, de los que el madrid gusta poner en el escaparate en el final de cada civilización. La pradera del Camp Nou está reluciente, como si el culé dejara un rastro de baba sobre su objeto de deseo, y con ese brillo detrás, la pelota comienzó a rodar.

Los primeros minutos estuvieron petrificados por el miedo a la pérdida, esa emoción tan masculina. Eran dos estructuras rozándose y sin hacer un solo aspaviento de más. Bastó una pared entre Suárez e Iniesta, que se fue disparado hacia el interior del área en un movimiento mil veces repetido y que Carvajal siempre se come, para que el madrid se quitase el manto de encima y comenzara a fluir hacia todas partes.

El espectador en un barsa madrid, no quiere sólo el brillo de los detalles o la alegría o pena del gol. Quiere saber de forma fehaciente quién está jugando mejor. Quién tiene la razón moral. De qué parte está el fútbol. Eso a veces no es fácil y hay que ir más allá del farragoso ir y venir, hasta que la pelota se posa en uno de los contendientes y las cosas comienzan a aclararse. En este partido se decantó la función rápidamente. El madrid volvió a sus pieles del mes de septiembre, enfrentando una presión del Barcelona abierta e ineficaz y sacando el balón con un gesto entre la parsimonia y el erotismo. Parecían estar desvistiendo una mujer, con cuidado, sin violencia pero con autoridad. Y más allá, la BBC se extendía sobre el campo y se cernía sobre el balón en un mismo movimiento comandado por Karim e indescifrable para la defensa culé. Eran unos segundos de sacudida en los que se abría un enorme corredor central donde Modric, Kroos, Marcelo e Isco preparaban el toque para el gemido final.

Pero este no acababa de llegar.

El mismo hecho de mover el balón, con esa finura, en la  boca del barça, parecía llenar al madrid de gloria y se demoraba en exceso la estocada. Sólo un regate en seco de Karim y el travesaño siguiente de Ronaldo, estuvieron a las puertas del gol. La inteligencia de Piqué, un segundo por delante de todo, el desgarro de Mattieu, y el gesto increíblemente lento de un Bale, atorado en los cimientos de su fútbol, dejaron en una emoción espectral el dominio de los bancos.

Y luego llegó Messi, claro.

El barça atacaba y el Madrid iba retrocediendo escalones, sin meter la pierna (sin meter la pata), sabiendo que un regate con el argentino presente, significa que una pieza queda liberada y allá al fondo, un barcelonista encare libre a Casillas. Era muy didáctico el asunto, porque el 442 madridista se podía ver desde el tibidabo. No había espacios para los dibujos animados y detrás esperaban Ramos y Pepe con el saco bien dispuesto. Los barcelonistas acababan perdiendo el balón y llegaba la fiesta del madrid. La única oportunidad culé venía de alguna pérdida y el pase subsiguiente que normalmente era un veneno de Messi hasta la cocina del Real. De esa manera, hubo una falta en un lateral del área merengue en el minuto 20. Mala señal se dijeron los ancianos. Estaba Casillas bajo los palos como una instalación del Moma, metáfora de algún miedo paralizante que atenaza a la clase media. Y está Messi a los mandos y eso quiere decir siempre una sorpresa desagradable. Messi, que casi es mejor que luzca, que se le vea, porque cuando está escondido en el cambio de plano su veneno es criminal.

Leo tira la falta con una rosca llena de odio, Mattieu se adelanta a Ramos (eterno Ramos contra los azulgrana),y golpea de un cabezazo en los bajos del Madrid. Sin duda era difícil para Casillas pero el de Móstoles se tiró como si tuviera un traje de amianto de los que se ponían los que limpiaban Chernobil. Nada pudo hacer, dicen los defensores del antiguo régimen. Uno cero, y Casillas de portero, cantan los niños.

El Madrid contra el Barsa, desde que existe Messi, parece un salmón remontando un río inacabable. Basta un parpadeo para volver al mar. Y otro más, para ahogarse en el océano. Es una tensión absoluta, cercana a la violencia, la que Leo exige de sus contrarios. Hoy merodeaba como un depredador resabiado que espera el momento en que la pieza se adentre en su territorio por su propio pie.  Esa era su historia que siempre corre paralela al partido, y mientras, en el otro lado, el Real siguió con la cabeza fuera y haciendo su fútbol, con un punto más de determinación. De esa agresividad justa se escaparon un par de balones que a punto estuvieron de ser gol en contra. Pero cada llegada del equipo blanco era una señal en la puerta. El público estaba enloquecido a la manera del Camp Nou. Con un sonido de turba, que sólo rompe en aplausos después de que un rondo de sus muchachos tome ritmo. Una jugada extraña, preñada de rebotes (arte menor que los tres delanteros del barsa dominan como nadie) está a punto de ser el segundo azulgrana. Y sale el madrid con cierta prisa. Al equipo catalán se le transparenta la espina dorsal. Casi no hay estructura. Basta un aleteo de Modric para plantarse a unos metros del área rival, y ahí se abren las aguas. Benzemá es quien recibe en carrera y de medio lado, arrastra el pie sobre el balón en un gesto que podía ser un taconazo, si las palabras tuvieran equivalentes en lo real. Fue la joya incrustada en el partido. Cuando se desentierre esta época, los arqueólogos fijarán en la memoria los gestos y rarezas, llenas de arte y sentido común, que Karim y Marcelo han dejado esparcidas en cada encuentro que han jugado.

El balón quedó muerto en el sitio hacia donde Cristiano llegaba con tres culés colgados de sus espaldas. Metió la puntera y la España constitucional gritó el gol con el frenesí de las causas perdidas.

El Barcelona se sublimó en ese tanto y el Madrid comenzó un encuentro de 15 minutos, en el que jugó contra dos contendientes: Piqué y Bravo. Nadie más apareció.

El balón siempre estaba en la zona de tres cuartos azulgrana con el centro del campo culé paralizado y la defensa arremolinada en torno a Bravo. Sólo unos pocos hombres defendiendo el fortín. No era gran cosa, y parecía que el madrid se estaba regodeando sobre el cadáver de su enemigo, pero el martillazo no llegaba.

Y al otro lado, el público sabe muy bien quien late.

Marcelo se la dejaba de tacón a Isco, que quiebra y requiebra y se la pone para Karim, sobre el que se abren todas las posibilidades. Escoge al taciturno Bale, que ni siquiera tenía la sombra de Alba y el galés que no se cree a sí mismo, destroza la jugada parándose a pensar donde no debe. Corriendo cuando no cuadra. Encogiendo la pierna donde debería guiarle la alegría del instinto. Estuvo en la primera parte desacompasado del tono del encuentro, pero se las arregló para robar balones, dejar alguna carrera brillante y un par de pases llenos de sentido.  En la segunda se arrinconó a una distancia prudencial del balón y no acudió a las llamadas de auxilio de su equipo. Mal asunto.

Acabó la primera parte. No había ni rastro del Barcelona, pero el empate campeaba en el marcador y ahí seguía Messi, sentado en una silla, la mirada baja y con las piernas colgando.

El segundo tiempo comenzó como el primero, con el madrid pretendiendo la victoria con una marea que se atrofiaba a un gesto del gol. Todo esto es muy de la época de Cristiano, el mayor generador de ocasiones que ha conocido occidente, que convierte en el equipo en una sombra de sí, pero al que le falta exactitud y contagia su equipo de esa forma sui géneris de acercarse al fútbol. Tal y como nos enseña Cristiano, todo va siempre hacia delante, y tira del equipo hasta convertirlo en un país muy amplio, algo desordenado. Así estaba el madrid, atacando sin freno pero con cierta cautela, y también habiéndose  olvidado ligeramente de lo que había por detrás. Bastó el mismo balón llovido que en anteriores ocasiones y esa torpeza encantadora de Pepe y Ramos al tirar el fuera de juego. Suárez paró sin miramientos y ejecutó por el palo largo, muy lejos de Casillas, vencido antes de hora,  que miró compungido al balón entrando manso en la portería.

El gol de Suárez deformó al madrid y sajó el partido por la mitad, de donde emergió Messi con una sonrisa tímida, que provoca escalofríos en la bandada rival. El Real lleva tres meses guardándose para las grandes ceremonias y así ha perdido el gesto de competir hasta el final. El físico y el emocional. La dureza mental que se adquiere cuando cada partido es el único. Se olvidó de la propuesta de Anchelotti y comenzó a respirar contra el miedo. Sacaba el balón con prisas, rifándolo, obsesionado con la rapidez de sus delanteros y el primer toque. No se masticaba el juego y las pérdidas eran continuas, y allí, el rey era Leo, olisqueando por donde iba a ir el balón y conduciendo diáfano por el carril central, estampa pavorosa que no nunca tiene remedio.

Al Madrid primero le abandonó la inteligencia. Luego sufrió a Messi. Después se olvidó de cómo defenderlo, y comenzó a meter la pierna, algo tan inocuo contra el argentino como rezar delante de un tigre. Poco después se quedó sin ánimo y a expensas de los movimientos arrítmicos del encuentro. Cada contra del barsa era una oportunidad de gol más clara que la anterior. Y en  final salió Xavi a darle burlonamente la extremaunción. Comenzó a tocarla a falta de 5 minutos y así terminó todo. Como una pesadilla que se dio la vuelta sobre sí mismo hasta volver al origen.

 

BARCELONA, 2 – R. MADRID, 1

Barcelona: Bravo; Alves, Piqué, Mathieu, Jordi Alba; Rakitic (Sergio Busquets, m. 76), Mascherano, Iniesta (Xavi, m. 79); Messi, Luis Suárez y Neymar (Rafinha, m. 84). No utilizados: Ter Stegen; Pedro, Bartra y Adriano.

Real Madrid: Casillas; Carvajal, Pepe (Varane, m. 72), Sergio Ramos, Marcelo; Modric (Lucas Silva, m. 87), Kroos, Isco (Jesé, m. 79); Bale, Benzema y Cristiano. No utilizados: Keylor Navas; Chicharito, Arbeloa e Illarramendi.

Goles: 1-0. M. 19. Mathieu. 1-1. M. 31. Cristiano. 2-1. M. 56. Luis Suárez.

Árbitro: Mateu Lahoz. Mostró amarilla a Pepe, Luis Suárez, Jordi Alba, Sergio Ramos, Carvajal. Modric, Mascherano, Isco, Iniesta y Alves.

Camp Nou. 98.760 espectadores.

Ángel del Riego

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