El triunfo en escaños de los partidarios de la independencia (CDC, ERC, CUP) pero no en votos va a tensar el futuro político de Cataluña en sus relaciones con el Gobierno central. Abre las puertas a una Cataluña fracturada entre partidarios y contrarios a la secesión.
Los resultados obtenidos, un millón ochocientos mil votos suponen aproximadamente un 33 por ciento del censo electoral. Un resultado similar al obtenido en la votación que aprobó el Estatuto y dio origen a la deriva soberanista del líder de Convergencia. Artur Mas cuya implicación en la campaña en algunas ocasiones desbordó el registro institucional está claro que no ha conseguido el triunfo que esperaba. Ahora depende del apoyo de la CUP fuerza política situada en las antípodas de lo que representa Convergencia: defiende un modelo de sociedad anticapitalista, niega el pago de la deuda y tras conocer el resultado de la noche electoral, convoca a sus seguidores a un proceso insurreccional. Así las cosas todo parece indicar que Artur Mas no podrá contar en primera vuelta con su apoyo pero habiendo obtenido «Junts per el sí» sesenta y dos escaños podrá salir elegido presidente de la Generalitat en la segunda vuelta.
Resulta paradójico que quien fue a las elecciones planteándolas como un plebiscito claramente lo ha perdido porque los partidarios de la secesión se han quedado en el 47,6 por ciento.
La principal conclusión de las elecciones del domingo es que no es España la que se va a romper sino que lo que ha conseguido el señor Mas es acabar con el catalanismo político. Unió separada de Convergencia queda fuera del Parlamento. La trascendencia de lo ocurrido el domingo, es a mi modo de ver, que la «cuestión catalana» marcará las elecciones legislativas españolas del próximo mes de diciembre.
El PP, otro de los perdedores de la noche, (García Albiol ha conseguido menos escaños que Alicia Sánchez Camacho) pierde una de sus líneas de fuerza en el discurso de ser el «único» garante de la unidad de España. Ese papel, los catalanes partidarios de la Constitución, parece que se lo han confiado a Ciudadanos. El partido de Albert Rivera se perfila como un posible árbitro en la escena política nacional. Los resultados del PSC-Iceta consiguió salvar los muebles aunque los socialistas pierden escaños, mantienen sus opciones como partido capaz de tender un puente con la nueva situación catalana.
La última sorpresa que nos ha deparado las elecciones catalanas ha sido el relativo pinchazo de Podemos. Expectativas disminuidas, que un gesto de honradez política reconoció el propio Pablo Iglesias.
Como dato en términos históricos casi definitivo cabe anotar la desaparición de UDC, el partido más antiguo de Cataluña.
Está claro que el debate independentista que polarizó a la sociedad catalana se ha llevado por delante a un partido cuya principal seña de identidad siempre fue el pacto.
Ahora será más necesario que nunca la disposición al dialogo visto que aunque Mas ha obtenido una victoria pírrica hay un millón ochocientos españoles que quieren dejar de serlo.
Fermín Bocos