Las elecciones catalanas del 27-S no nos han sacado de dudas. Dejan tantas incógnitas como las que ya atormentaban el escenario de la política nacional. Lo cual acentúa la gravísima responsabilidad en la que ha incurrido el presidente de la Generalitat que, en su intento de romper España, lo único que ha conseguido es romper a Cataluña en dos mitades prácticamente iguales.
De la consideración moral, o política, a la consideración técnica: la mitad soberanista tiene ventaja en escaños y la mitad unionista tiene ventaja en votos. Si Mas y Junqueras, los copilotos del desafío al Estado, se ratifican en el carácter plebiscitario de las elecciones del domingo, deberían atenerse a los votos y no a los escaños. Pero no es seguro que lo asuman. Así que la interpretación de ese cruce de datos tal vez no frene el debate interminable sobre la eventual desconexión de Cataluña sino que lo reavive.
Nadie niega la amplísima victoria nacionalista medida en una mayoría absoluta del Parlament. Eso sí, no gracias a los partidos que impulsaron la aventura (CDC y ERC), sino por el espectacular crecimiento de un partido tan radical como la CUP (de 3 a 10 diputados). En cualquier caso, no les da para proclamar la independencia, pero sí para formar gobierno.
Un gobierno monocolor de Junts pel Si (nueve escaños menos que en 2012) carece de apoyo para seguir el camino hacia una eventual independencia de Cataluña dentro de dieciocho meses. Así que Más y Junqueras tendrán que optar entre amontonarse con la CUP o renunciar al sueño del Estado catalán mediante una negociación con el Gobierno central para mejorar el encaje de Cataluña en el Estado español.
Sería absurdo que, a la vista de los resultados, los independentistas persistan en su idea de reventar el Estado con menos respaldo del que tenían antes del 27-S. Pero no menos absurdo es que pretendan cargarse el Estatuto de Autonomía con menos escaños (72) de los que se necesitan para reformarlo (90), según sus propias reglas. No solo ha fracasado el intento de mejorar esos apoyos populares con las elecciones del 27-S sino que se ha instalado la semilla de la división.
Sería absurdo que, a la vista de los resultados, los independentistas persistan en su idea de reventar el Estado con menos respaldo del que tenían antes del 27-S
Si se impone el sentido común y los dos principales caudillos del soberanismo, Más y Junqueras, asumen que la causa de la Cataluña española ha superado en votos populares a la de los secesionistas, deberían ir pensando en formar un gobierno nacionalista, cuya prioridad sea la negociación con el Gobierno central que mejore el autogobierno de Cataluña en el marco de la Constitución.
Antonio Casado