Conozco a Durán desde tiempo inmemorial. Siempre ha sido un tipo duro y peligroso. Fue mercenario, trabajó para los servicios secretos de varios países, recorrió África y Sudamérica ejerciendo de guardaespaldas de dictadores y señores de la guerra. Hemos quedado en un bar de la calle León en Madrid, un lugar discreto del bohemio barrio de las letras.
A pesar de que ya frisa la cincuentena sigue siendo un hombre de figura imponente. Habla poco y mira mucho a su alrededor, como si estuviese siempre en alarma roja. Pide un JB con red Bull a las doce de la mañana ¡No deja de sorprenderme!
-¿Cómo estás?-pregunta con mirada triste.
-Bien ¿y tú?-respondo.
-Ya sabes, trabajando como siempre, aunque ya los años pesan. Y lo peor de hacerte viejo, lo peor-recalca-, es que te salen pelos en las orejas, tío. Es repugnante.
Suelto una leve carcajada. A un hombre como aquel, lleno de cicatrices externas e internas, lo que más le preocupa en estos momentos es que le salen pelos en las orejas ¡increíble!
Continuamos la charla como si nada, pero de improviso hace su aparición un abuelete de manual: tripa, con menos pelo que el culo de una brasileña, y camisa ridícula abierta por el pecho para mostrar pelo ibérico y un medallón de oro. Esta acompañado por una joven de aspecto latino. Una joven que podría ser su nieta, pero que esta tan buena que revienta, con un pantalón ajustado que parece que la hayan dado un hachazo entre las piernas.
El abuelo es dicharachero: habla en voz alta, invita a un imbécil alcoholizado que aposenta sus brazos en la barra. Intenta claramente llamar la atención.
Mientras, nosotros a lo nuestro, aunque observamos el espectáculo de vez en cuando y de reojo. Durán, hombre de mundo y al que precisamente no le han faltado escarceos amorosos, comenta en voz baja la situación:
-Ya ves amigo, algunas personas pierden la objetividad sobre si mismos cuando van cumpliendo años. La piba le tiene que estar sacando hasta las tripas, por no decir de la pensión o lo que tenga el idiota ese.
-No entiendo porque los hombres necesitamos carne joven-apostillo-. Es como si necesitáramos ser adolescentes de por vida. Parece que si nos acostamos con una mujer joven, volvemos a tener veinte años. Es una forma de autoengaño.
El abuelo, se percata de que hablamos de él y sin cortarse un pelo abandona la barra y la chavala acercándose a la mesa donde nos sentamos.
-¿Os importa que os invite?
Durán y yo nos miramos. Accedemos más por compasión que por convicción.
-¡Camarero, otra ronda para estos señores!-ordena el viejo mientras se sienta al lado nuestro-Sé que os preguntáis qué coño hace un viejo chocho como yo con un pibón como ese. Tenéis razón al preguntároslo. Tengo setenta y dos años y cada día me miro al espejo ¿sabéis lo que veo?
Permanecemos callados mientras el camarero sirve la nueva ronda. Cuando se retira, el hombre continúa.
-Veo un rostro arrugado que hace tiempo era el de un joven apuesto y triunfador. No penséis que no sé qué este putón me está sacando la pasta. Soy consciente de ello. Estoy solo desde que hace diez años murió mi mujer. Es un destino cruel: quieres a una persona como a nadie y de repente se la lleva un puto cáncer. Te quedas vacío, haciendo acopio de vagos recuerdos. Una mañana te levantas y decides que la vida sigue, que no da tregua. Me quedan pocos años de existencia y el dinero me importa una mierda ¿Cuánto tiempo hace que no tocáis un culo duro como la jeta de un político? ¿O unas tetas tan tiesas como la estatua de Colon? Al fin y al cabo, el sexo es lo que mueve y ha movido el mundo desde siempre ¿Por qué no aprovecharlo? Moriré pronto, pero os aseguro que muy a gusto. Os dejo chavales, la churri me echa de menos.
Durán me mira impávido como siempre. Me encuentro descorazonado. Aquel tipo nos acaba de dar una lección impagable. Carpe diem. La vida es demasiado corta para no disfrutarla comiéndote la cabeza con problemas absurdos y pueriles. Me despido cortésmente de Durán y deambulo por las calles del centro. Sin quererlo, no puedo dejar de mirar a todas las mujeres jóvenes con las que cruzo mis pasos. Tienen la cintura de avispa y caras de angel. Hacía tiempo que no me fijaba en el otro sexo, embebido en mis propios problemas. Ahora me doy cuenta de que son una bendición divina.
A partir de hoy me apunto a la cofradía de santa Viagra.
José Romero