lunes, noviembre 25, 2024
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El castillo ambulante

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Huyendo hacia algún lugar inefable, al Madrid se le olvidó el detalle. Lo dice el gitano. Chico, un detalle, nada más que eso. El detalle ata la virtud, trae la suerte envuelta en papel de plata, y convierte al futbolista en un pequeño sacerdote de una religión, que es el juego. El detalle es obsesivo y vulgar en su anticipación; sostiene el andamio sobre el que se mueve el genio, pero es lo contrario al genio. Contra el detalle atenta el ruido, el externo: la confusión y la furia interesada que envuelve al fútbol, y que se vuelve peligrosa cuando traspasa los muros porosos del Bernabéu y entra a formar parte del imaginario del vestuario. Y el interno, el de la propia entidad, mitad club de fútbol, mitad grandes almacenes con sus figurones en el escaparate.

Benítez es práctico y realista. Llena la pizarra de pequeñas flechas y obliga al futbolista a seguir sus instrucciones hasta el final. Hasta ayer mismo, parecía que el convencimiento era fingido. Que el trabajador sólo hacía lo que se le mandaba porque el jefe de obra vigilaba en el andén con el ceño fruncido. Ayer, en una primera parte sólida y entusiasta, el Real fue algo más que un equipo. Un organismo vivo y cambiante, que se ocupaba con la misma pasión del trabajo subterráneo que de la iluminación final a las puertas del área. Faltaba genio y por eso no se ganó, pero cada jugador proyectó en las sendas marcadas por Benítez, todo lo que lleva dentro. Se desvistió en el césped y así, como en un teatro, asistimos a la transformación del gesto. Se asumen como propias las mil y un pequeñas normas de la nueva ley, y, el paso del jugador se inserta en el plan general como si formara parte de un todo. Ninguno caviló en el repliegue mientras atacaba, no se atrofiaron los instintos por exceso de pensamiento y por momentos, los movimientos parecieron tan armónicos que el espectador no echaba de menos las jugadas de peligro. Como un corazón, la belleza del madrid estaba en su funcionalidad, en sus movimientos que bombeaban la sangre necesaria. Otra cosa fue Cristiano, el destinatario. Luego hablaremos de él.

Hubo dos partidos de selección muertos en los que nada se jugaba. Era Gales, y Bale quiso estar allí para que le llovieran caramelos como en las funciones infantiles. Por supuesto se lesionó. Y mientras, en el club, todos miraban el acompasado paso de las nubes de plomo sobre el horizonte de Madrid. Ese fue el detalle. Eso y que Gareth tuviera que jugar por orden del departamento de márketing en el Bernabéu, contra el Levante. Los periódicos cuentan cosas  increíbles de la relación de los médicos con la plantilla. Imposición de manos, sanadores africanos, collarines contra el paludismo y una receta homeopática hecha con coca cola y tiramisú contra la impotencia. Eso dicen en los periódicos, y también que los jugadores imponen sus criterios, porque es su cuerpo y lo pudren como quieren. Lo personal es político, y sobre todo en el Real. Pero así muere el detalle y menos mal que Benítez ha acabado de cincelar la entrada justo a tiempo. Menos mal.

El partido no era del todo trascendente y al otro lado había muchos grandes nombres pero mal amontonados. Así, el madridista estaba tranquilo, incluso tenía ganas de medirse por fin!, con un adversario de mejor plantilla. Grandeza, la palabra, tan mal utilizada casi siempre, es justo eso. El carácter que se eleva por encima de la música general. Un líquido que segrega el madridismo que es absurdo por optimista. No es una superioridad moral, es una superioridad a secas. Ese algo irresistible ¿Por fin lo tendrá este equipo?. Thiago Silva, Verrati, Motta, Ibra, Di María, Cavani, Pastore, Matuidi. Son gente importante pero no imponente. En este ciclo de semifinales y Lisboa, el madrid sólo tiene un miedo varado dentro. Es el niño bobo y estaba lejos. El resto, son únicamente jugadores de fútbol y los madridista siempre piensan que son los mejores en eso.

El principio del partido fueron dos estructuras que se rozan y no se llegan a hacer daño. El PSG tiene un centro del campo delicioso pero no mortal. Motta se mueve como un ciego por su habitación preferida. Sabe donde encontrar las cosas con el mínimo gasto. Verrati tiene el talento de la triangulación y el regate infantil, pero le falta ser mayor, tener los ojos más oscuros, o una exactitud distinta a lo que él se piensa que es la verdad. Ibra se acercaba a los medios y con Di maría encendía una llama pequeñita pero inservible. Los medios del madrid recuperaban en un instante la posición y los defensas se anticipaban sin aspavientos a los delanteros rivales. Ramos y Varane exhibieron una superioridad cómica contra Ibra y Cavani. Les faltó quitarse la ceniza de los hombros mientras avanzaban por la tierra quemada que dejan los centrales cuando salen con el balón.

De vez en cuando le llegaba el balón a Di maría y no pasaba nada. Un año fuera de la luz fluorescente del madrid lo ha convertido en otro jugador. No persigue liebres por el campo, ni manda balones a las cornisas. No decide partidos y parece que se ha vuelto definitivamente cuerdo. Es un futbolista vulgar, algo en lo que nunca se quiso convertir Marcelo.

Sin Modric y Karim, el madrid necesita poner el balón en un sitio entre los delanteros y los centrocampistas. Necesita unir costuras muy deshilachadas. A eso se dedicó con afán y sabiduría Isco Alarcón. Tiene los pies algo torcidos, no está en sus días finos, pero lo suple con inteligencia y voluntad. Acarreaba la pelota desde una zona a la otra como si fuera un aguador. Y se paraba. Hacía esa pausa suya, un poco irritante porque se transparenta demasiado, y daba tiempo a que Kroos se incorporase a las tierras de la media punta. Una vez con el alemán allí, todo era dominio. Las bandas se abrían, los picos del área quedaban limpios y Cristiano daba vueltas por el área esperando que le lloviese el balón. 

En el bar la gente tenía ya esa alegría salvaje del madridista. El gol estaba por llegar, el equipo presionaba de verdad y los mercenarios del equipo francés eran ninguneados. Espera Di María, que te echo un hueso para que lo persigas. Y ese Ibra, que parece un torreón. Julio Salinas con hormonas, no hay más. Míralo, si se mueve a la velocidad de los casquetes polares. El resto no existía. Verrati pudo ponerle un pase a Cavani, ese delantero extraño, deslavazado e intenso como un central algo anticuado. Pudo ponerle un pase de gol, pero es Verrati y no Xavi Hernández, y el balón quedó varado en una playa cercana. 

Varane ofreció una suficiencia insultante. A veces pasa con las mujeres jóvenes al entrar en los bares. Parecen inaccesibles. Ha alcanzado la imagen que él tiene de sí mismo y no da impresión alguna de esfuerzo. Acaba con los rivales mientras se pasea por el campo. La transición madridista -sin Modric- era problemática pero no un drama. Danilo las devuelve y Lucas expande el campo como si tuviera un cursor. Pero es en el lado de Marcelo donde pasaban las cosas. El brasileño es ya un icono y la gente ruge de placer cuando toca el balón. Todo es posible durante un segundo. Allá se va Isco y Cristiano que buscan diversión. Kroos, hierático, no se mueve de su casilla y cuando le llega el balón todos los rivales están fuera de sus puestos. Amaga y abre una vía enorme por la que se cuela Jesé, que remata bien, pero sin la sutileza dramática que pedía la jugada. Ese era el instante y no fue gol. Pero en los bares ya estaba liada la revolución y el eco le llegó al Madrid que se fue por el partido.

En ese momento llegó el error conceptual del Madrid. Abusó de los centros laterales, y estaba Thiago Silva, que es el rey en la selva pequeña del área. El dominio del Madrid se volvió inofensivo. Hermoso y con un punto operístico, pero lejos del gol. Cristiano jugó un partido decente, con el brillo justo entre líneas, pero incapaz de solventar en el área lo que sus compañeros armaban fuera. Va llegando a la tierra, donde será sepultado, y la superficie es dura y luminosa. Su gol se está convirtiendo en una mentira aceptada por todos. Algo de eso es el amor pero una parte de la aficción ya sólo quiere realidades. Tuvo en el segundo tiempo la oportunidad más clara, en la que se fue de su marcador en un sprint corto, y disparó regular, algo destemplado, incapaz de sellar con una joya el partido del Real.

En la segunda parte se levantó una música de la grada y el PSG perdió la vergüenza. Quiso ir por el partido. Un par de errores de Marcelo y Navas, dieron la falsa impresión de que el gol francés podía llegar. Isco se fue y volvió Modric, asmático y sin fuerza para sacar el balón de la cueva. El Real se fue apergaminando alrededor de su área y sólo buscó el gol en dos contras llevadas a trompicones. Los franceses metieron a Pastore, que razonó con la pelota lo que no había hecho Di maría, y a Lucas Moura, jugador unidimensional, que sólo tiene regate y huida hacia el área. Se fue la primera vez y después le sellaron el horizonte.

No hubo disparos que probaran a Keylor, pero más allá del tiempo añadido una jugada de Pastore provocó rebotes y ansiedad en el área. Nada pasó. Varana y Ramos echaron a escobazos a los intrusos y el partido terminó entre suspiros de aprobación de los dos contendientes. Un final manso para un partido que demostró que el Madrid es lo que Benítez quiere que sea. Un castillo de roca minuciosa, con una princesa-Marcelo- descolgándose por las almenas. La cuestión es qué hacer con el rey. Sólo domina llevado en andas. Y eso es la mitad de lo que fue.

PSG, 0; REAL MADRID, 0

PSG: Trapp; Aurier, T.Silva, Marquinhos, Maxwell; Matuidi, Motta, Verratti (Lavezzi, m. 79); Di María (Pastore, m. 66), Ibrahimovic y Cavani (Lucas Moura, m. 65). No utilizados: Sirigu, Kurzawa, Van der Wiel, Rabiot.
Real Madrid: Keylor Navas; Danilo, Ramos, Varane, Marcelo; Lucas Vázquez, Kroos, Casemiro, Isco (Modric, m. 68); Jesé (Cheryshev, m. 72) y Cristiano. No utilizados: Casilla, Nacho, Llorente, Kovacic y Borja Mayoral.

Árbitro: Nicola Rizzoli (ITA). Amonestó a Matuidi, Verratti, Sergio Ramos, Lucas Vázquez y Aurier.
Estadio Parque de los Príncipes de París. Unos 49.000 espectadores.

Ángel del Riego

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