El delantero francés del Real Madrid Karim Benzema parece empeñado en demostrar que es un peligro público. En Francia acaban de imputarlo por un presunto chantaje a un compañero en la selección gala. Y en España acumula media docena de infracciones graves de tráfico por las que cualquier ciudadano corriente con el mismo nivel de reincidencia habría sido arrojado ya al trullo.
La actitud al volante de Benzema es irresponsable y parece que su condición de estrella del fútbol es un obstáculo para que se reforme. En 2011 la policía de Ibiza lo multó con 250 euros por participar con su ‘Porsche’ en una carrera ilegal. En febrero de 2013, un radar lo detectó a 216 km/h en un tramo limitado a 100 de la M-40, por lo que pagó 18.000 euros de multa y le retiraron el carné ocho meses. Ahora, la Policía Municipal lo ha cazado sin el permiso en regla –y ya es la segunda vez-, por lo que se enfrenta a una posible multa de 650 euros.
En 2014, Benzema ganó 15,4 millones de euros netos, de los que más de la mitad proceden del Real Madrid. El resto proviene de contratos y patrocinios con Adidas y otras marcas. Y digo yo, para una persona de ingresos tan abultados, ¿qué significa una multa de 250 o 650 euros?
La pregunta deja al descubierto la ineficiencia del actual sistema de sanciones de tráfico. Porque, superado cierto nivel de renta, las multas pierden la su función disuasoria y se convierten en peajes cuyo pago permite a algunos ricachones seguir haciendo el cafre.
Países como Finlandia han resuelto ese problema con un modelo muy peculiar: Cuando un conductor es multado, las autoridades introducen su número de la Seguridad Social en un ordenador e inmediatamente acceden a su última declaración de la renta. Entonces, la cuantía de la sanción se calcula en función de los ingresos del infractor. De esa forma, la multa que a un trabajador puede suponerle el pago de 200 euros, para un millonario pueden ser 200.000. A continuación, unos ejemplos:
En marzo de este año, el millonario Reima Kuisla fue multado por circular a 103 km/h en una zona de velocidad limitada a 80. La multa ascendió a 54.000 euros porque el año anterior había ganado 6,5 millones. En agosto de 2013, un empresario fue cazado por una patrulla policial en la región de Ostrobotnia cuando circulaba en su Mercedes a 123 km/h en un tramo restringido a 80. Tras comprobar que el año anterior había ganado más de dos millones de euros, recibió una sanción de 63.448 euros. En marzo de 2009, el millonario Jari Bär recibió una multa de 112.000 euros por ir a 82 km/h en una zona de 60, cerca de Siilinjärvi (Savonia del Norte). La multa puede parecer desorbitada, aunque quizás no tanto para alguien que ingresaba 560.000 euros al mes, según su última declaración al fisco.
Por supuesto, los afectados ponen el grito en el cielo y presentan recursos. Pero al final, pagan. Y la mayoría de los finlandeses defienden su sistema y recuerdan a los sancionados que, quien cumple las normas, nada tiene que temer.
¿Y qué se hace con ese dinero? Pues redistribuirlo junto con el grueso de los ingresos del Estado, que provienen de los impuestos. El Gobierno lo destina, entre otras cosas, a pagar el mejor sistema educativo gratuito del mundo, en el que todos los universitarios tienen derecho a becas-salario; a mantener un sistema de protección por desempleo y contra la pobreza de cobertura universal, que garantiza que ni un hogar se quede sin ingresos ni haya desahucios. También sirve para sufragar uno de los mejores modelos de protección a las familias, con ayudas que ascienden a unos 100 euros al mes por hijo.
Todo eso es posible en un país pequeño, ahora gobernado por una coalición de centro-derecha, que destaca por la calidad de su democracia y –pese a los baches de la crisis– por el dinamismo y el alto grado de innovación de su economía. Quizá estaría bien que Karim Benzema se diera una vuelta por Finlandia con alguno de sus coches de lujo.
César Calvar