jueves, octubre 10, 2024
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Más Europa

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Se hace difícil digerir imágenes como las que hemos visto este fin de semana. Imágenes de calles vacías, de comercios cerrados, de bares, restaurantes y cafeterías con la persiana bajada, de guarderías y colegios sin niños en la capital de Europa. El problema no es obviamente lo que se ve en ellas, sino lo que no se ve pero se deja sentir como si fuera tangible: el temor, el miedo, la angustia. La libertad amenazada.

No han sido fáciles los días vividos desde los atentados de París. El fantasma de la amenaza terrorista ha corrido por las capitales europeas pero quizás en Bruselas como en ninguna otra. La capital europea es consciente de su propia vulnerabilidad porque es consciente de que lo que anida en ella es algo más que una amenaza, es la certeza de que en su propio corazón late la semilla del radicalismo yihadista. Nadie ha expresado mejor esta mezcla de temor e impotencia que el propio primer ministro belga al admitir al día siguiente de los atentados de País que “casi siempre que pasa algo, existe una relación con Molenbeek, es un problema gigante”.

La cuestión, con todo, estriba en que no parece hallarse la solución a la altura de ese problema

Tras los terribles atentados que golpearon a Estados Unidos en su propio suelo en 2001, hubo una oportunidad de reaccionar en conjunto en defensa de la mejor forma de organización social que hemos sido capaces de construir: la democracia. Más allá de lo acertado o no de la solución adoptada, fue una resolución de Naciones Unidas la que dio amparo legal a la intervención en Afganistán para combatir el abyecto régimen talibán. 

Pero ahí se acabó todo

Luego vino la guerra de Irak, con su falseamiento de la realidad y su vulneración de la legalidad internacional, y la fragmentación de los aliados y de la propia Europa. Y de aquellos polvos estos lodos: hoy hasta sus promotores, salvo quien ustedes ya saben y que no merece ser ni mencionado, son conscientes y admiten cómo aquella nefasta intervención estuvo en la raíz del surgimiento del ISIS, Daesh, o como ustedes quieran llamar a esa pléyade de asesinos que están masacrando a la población de los territorios bajo su control en Siria e Irak y que han empezado a exportar su delirio hacia esta Europa envejecida y en crisis permanente que, pese a los oportunistas de todo tipo, sigue siendo el mejor de los mundos.

Desde luego, no tengo ninguna varita mágica para solventar este problema que, con el drama de los refugiados, constituye el peor que afronta Europa. Pero tengo muy claro que no es por la vía belicista iraquí, ni por la libia o siria por dónde va a venir la solución. Tampoco por la vía del pacifismo mal entendido que reniega de toda intervención militar: Europa no sería lo que es hoy si no hubiera librado y ganado la guerra contra el fascismo el siglo pasado. Sí, también hay guerras necesarias por causas justas.   

Le llamemos como le llamemos, eso no va a cambiar la realidad de la guerra, combate o lucha que necesariamente hay que librar para acabar con quienes amenazan nuestras libertades, nuestro modo de vida, nuestra democracia. Y que, además de firmeza, exige templanza para no cometer –ni repetir– errores que ganen adeptos a una causa deleznable.

Guerra, combate, lucha que exige poner fin a la barbarie de Daesh en los territorios que actualmente ocupa y que son, y seguirán siendo mientras nadie lo remedie, fuente de sufrimiento principalmente y en primer lugar para la población que en ellos habita, pero también foco irradiador de terrorismo yihadistahacia nuestros países.

Guerra, combate, lucha que exige escrupuloso respeto a la legalidad internacional y colaboración seria, leal y consecuente –de inteligencia, policial y también militar– con los países aliados para no volver a caer en los errores del pasado. A este respecto, es exigible evitar espectáculos poco edificantes como el dado por el Gobierno de España con su anuncio y desmentido exprés sobre su disposición a enviar a nuestro ejército a suplir al francés en Mali para permitirle focalizar sus esfuerzos contra Daesh. Hasta que el atentado de Mali también hizo añicos la disposición del Gobierno de Mariano Rajoy…

Guerra, combate, lucha que exige buscar una solución de más amplio espectro al avispero sirio, pero también al conflicto que desangra Libia y, de una vez por todas, al conflicto palestino.

Y una guerra, combate, lucha que exige además una mirada introspectiva, sobre nuestra incapacidad para coordinar inteligencia y trabajo policial para evitar los ataques terroristas, sobre nuestra incapacidad para controlar nuestras fronteras exteriores, sobre nuestra incapacidad para integrar a las minorías en nuestras sociedades y para evitar convertir las periferias de muchas ciudades en caldo de cultivo de extremistas. 

Incapacidades que, contrariamente a lo que postulan los movimientos populistas y nacionalistas que están resurgiendo en nuestro continente, claman por más Europa y no menos: porque solo Europa nos da la dimensión y la fuerza suficientes para enfrentar los grandes desafíos, sean económicos, migratorios, o de seguridad, que nos acechan.

Hoy más que nunca, la respuesta está en Europa

Si alguien piensa que su seguridad está en el restablecimiento de las fronteras nacionales –cuando la propia realidad se encarga de indicarnos que las amenazas habitan en nuestro interior–, o que su bienestar social y competitividad económica puede edificarse sobre el repliegue nacional –y no sobre la potencia de la escala comunitaria– es que se ha quedado anclado en la nostalgia de un mundo superado.

Hoy más que nunca, la respuesta está en Europa. En la Europa de los derechos humanos, la Europa de la libertades, la Europa de la democracia. Más y más Europa.

P.D.: Arreglen de una vez el monumento a las víctimas del 11-M. No permitan ni un segundo más esa ignominia. 

José Blanco

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