Me pregunto qué efecto tendrá en el electorado la ausencia de Mariano Rajoy en los debates electorales. Falto a la cita de El País, ahora lo ha hecho a la de Antena 3. ¿Miedo? ¿Calculo electoral?
¿Inseguridad? Quizá todo esto y mucho más. El caso es que es imperdonable que el Presidente de Gobierno y candidato se esconda detrás de las faldas de Soraya Sáenz de Santamaría o deje sillas vacías con tal de no debatir con sus oponentes.
Sus asesores creen que Rajoy tiene más que perder que ganar en un debate televisado y que solo debe medirse con Pedro Sánchez que hoy por hoy es el principal líder de la oposición.
Argumentan que los candidatos son mucho más jóvenes que Rajoy y que este parecería el padre de todos ellos en vez de un contrincante. También que se Iglesias, Sánchez y Rivera se ensañarían enumerando una y otra vez los casos de corrupción que salpican a importantes dirigentes del PP. Amen de que le recordarían una y otra vez su ya famosos: «Luis se fuerte…» dirigido a Luis Bárcenas.
Sí, sin duda a Rajoy le favorece no medirse con los otros candidatos pero esa actitud le resta gallardía y le presenta como alguien que no es capaz de dar la cara y de explicarse seguramente porque tiene difícil justificar la corrupción que había anidado en su partido.
El caso es que es imperdonable que el Presidente de Gobierno y candidato se esconda detrás de las faldas de Soraya Sáenz de Santamaría
Pero ¿qué clase de líder es quién no es capaz de dar la cara, de dar respuesta a ese profundo malestar que hay en la sociedad española precisamente por la corrupción de la que su partido es el principal protagonista?
En ningún país de nuestro entorno un dirigente político se permite ni le permiten no acudir a un debate con el resto de los candidatos. Tiene la obligación de hacerlo. Se lo debe a los electores.
Mariano Rajoy demuestra que solo sabe medirse con red debajo, que no es capaz de afrontar el riesgo que supone confrontar sus ideas y sus proyecto con otros candidatos en un debate televisivo y sobre todo que no es capaz de aguantar el «chaparrón» ante la vergüenza de los casos de corrupción.
De manera que la pregunta que nos podemos hacer los ciudadanos es: ¿Se puede confiar en un político que no da la cara?
Julia Navarro