La temperatura es delirante: menos cuarenta grados. El frio congela la sangre y esta los músculos del cuerpo. La muerte por congelación es una muerte dulce: vas quedándote dormido hasta que no despiertas.
Pero eso no parece importarle a una figura casi invisible en la nieve finlandesa. Es un hombre pequeño que apenas alcanza el metro sesenta de estatura. Viste todo de blanco. Ocupa un puesto de francotirador detrás de un montículo de nieve compactada por el mismo para que al disparar, la nieve mano se alce frente a él. Su fusil -una variante finlandesa del Mossin-nagant ruso-, no lleva mira telescópica que pueda delatarle con algún reflejo. Lleva la boca llena de nieve para evitar que se note el vaho de la respiración. Tendido en el gélido suelo, apunta con cuidado a las figuras que tiene, en la lejanía, frente a él. Son rusos que están invadiendo su país. Aguanta, contiene la respiración y dispara. Un hombre cae muerto. Lleva quinientos cinco enemigos abatidos. Es el francotirador más letal de la historia y se llama Simo Häyhä.
En mil novecientos treinta y nueve, Stalin ordena al ejército rojo invadir Finlandia. Veintitrés divisiones compuestas por unos 450.000 hombres, carros de combate y artillería atraviesan la frontera. El fin de Finlandia como nación parece próximo.
La opinión internacional simpatiza rápidamente con Finlandia
Pero algo ocurre. Los 180.000 del pequeño ejército finlandés, están entrenados en guerra de guerrillas. Se desplazan en esquís, visten un camuflaje genial y conocen el terreno a la perfección. No presentan batalla, dan golpes de mano, emboscadas, ataques a las líneas de aprovisionamiento…Los rusos están desesperados, no pueden con aquellos diablos, ya que nunca saben dónde se encuentran. Me puedo imaginar la inquietud de los generales rusos conociendo como se las gastaba Stalin con los que no cumplían sus órdenes.
La opinión internacional simpatiza rápidamente con Finlandia. Cientos de extranjeros se ofrecen como voluntarios para luchar contra los soviéticos. La anécdota la proporciona el que luego sería actor reconocido mundialmente Christopher Lee, aunque debido a su nacionalidad británica, jamás sería enviado al frente.
Pero el que más daño hace, es ese pequeño granjero llamado Simo Häyhä. Nacido en mil novecientos cinco, es un hombre de campo. Había realizado el servicio militar obligatorio y vuelto de nuevo a la vida de los grandes bosques, la caza de animales y las pocas cosechas de un país que vive la mitad del año bajo el hielo. Cuando Rusia invade su país, él acude a defenderlo. No tiene una preparación especial, no ha acudido a ninguna academia militar. Tan solo es un hombre normal, con el instinto atávico de cazador.
Los rusos le llaman “La muerte blanca” y le temen más que a un nublado. Por ese motivo, urden planes para aniquilarlo. Lanzan ataques masivos de artillería contra la que creen es su posición. Llevan a decenas de francotiradores para darle caza, pero todos los esfuerzos resultan ímprobos.
Los rusos le llaman “La muerte blanca” y le temen más que a un nublado
Sin embargo, Simo es alcanzado casualmente en el rostro por una bala expansiva rusa. Queda en coma y la mitad de su cara desaparece. Es rescatado por sus compañeros y llevado a un hospital. Cuando despierta, la guerra ha concluido. Ha durado ciento cinco días exactamente, pero Rusia no ha podido conquistar Finlandia. Sin embargo, es cierto que en el tratado de paz, pierde parte de su terreno, su industria y su agricultura. Es un desastre para el Ejército rojo, del que se aprenderán lecciones y que conllevará la reorganización de los soldados de Stalin. Posteriormente, cuando la Alemania Nazi invada Rusia, las enseñanzas de la llamada “Guerra de Invierno”, ayudara a los soviéticos a ganar la guerra.
Simo, recuperado, vuelve a sus tierras de caza tras ser ascendido a teniente. De nuevo es un simple granjero y cazador, que vive por y para la naturaleza. Cuando, años después le preguntaron cómo era posible que hubiese sido tan buen francotirador sin tener enseñanza alguna, contesto lacónicamente, como tan solo puede hacerlo un hombre de campo: “hice lo que se me ordeno y lo hice lo mejor que pude”.
La Muerte Blanca, tuvo en jaque a todo un ejército durante tres meses, hasta que fue herido accidentalmente. Solo Dios sabe lo que hubiera conseguido si hubiera estado en servicio toda la guerra. Demostró, que en ocasiones, ser un tipo pequeño, de pueblo, con amor al campo y acostumbrado a sobrevivir en condiciones terribles, es más escuela que West Point.
¡Descanse en Paz Simo Häyhä, el mejor francotirador de la historia!
José Romero