domingo, noviembre 24, 2024
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Los libros imprescindibles

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Desde hace unas cuantas semanas uno tiene la impresión, tal vez sólo subjetiva cuando no completamente errada, que en los medios de comunicación se repiten y multiplican, hasta el límite de lo tolerable, las listas de libros recomendados por cualquiera que tenga una cierta proyección pública. Unos afirman que se trata de la lista con los mejores libros escritos desde la aparición del alfabeto. Otros, aparentando mayor modestia, aseguran que su lista es la que contiene los libros que hay que leer antes de que nos sorprenda la Parca. También los hay que se agrupan por gremios, algunos relacionados con el mundo editorial, como los libreros, y otros que poco tienen que ver, como los políticos, para establecer sus peculiares listas e indicar al lector lo que debe leer.

No deja de tener todo esto, al margen de la puerilidad que presupone a los desvalidos lectores, un relativo interés de divulgación en el marco de una sociedad como la nuestra, en la que la inmensa mayoría no lee nunca nada y no tiene, por tanto, la más mínima curiosidad en descubrir por sus propios medios cualquier libro concreto que, atendiendo a sus propias circunstancias, pueda resultarle interesante. De la misma manera, esa misma labor divulgativa es lo único que podría salvar a esos programas televisivos en los que alguien, aparentemente muy leído, recomienda determinadas lecturas y, siguiendo criterios cuando menos particulares, establece la lista de lo que sus espectadores deberían leer. Algo parecido es lo que repiten una y otra vez los suplementos culturales de nuestros periódicos.      

Sin embargo, dentro de esa simplificación extraordinaria que supone pronunciarse sobre lo que hay que leer, los hay todavía mucho más rotundos. Son los que afirman –sin pudor alguno– que han establecido la lista de libros que debe leer, ni más ni menos, toda persona inteligente.

Esto es lo que afirma en cierto periódico nacional, un neurocientífico llamado Sam Harris, sin duda alguna persona extraordinariamente inteligente, además de muy leída, que identifica ocho libros que considera esenciales. Luego, según confiesa él mismo, al darse cuenta –inteligentemente– que en su lista no figuraba ninguna obra escrita por autoras, añade cuatro libros más. De esta manera, la lista que el señor Sam Harris ofrece para que sea leída por toda persona inteligente, se amplía hasta llegar a la docena, cifra redonda y que, además de utilísima a la hora de comprar huevos, tiene su aquél de cabalista.

Debe uno confesar que aunque todavía no haya leído ninguno de esos libros, no renuncia a conseguir algún día, sin prisas, esa hazaña y poder luego ingresar en ese tan selecto club de personas que el señor Sam Harris considera inteligentes. Mientras tanto, aunque no tan inteligentemente como debería, seguiré hurgando al buen albur de las estanterías, de los libreros de viejo y de los mercadillos ambulantes para disfrutar leyendo, no lo que figure en una lista, por muy inteligente que sea, sino esos libros que, en un momento dado y por los motivos que sean, me llamen la atención.

      

Ignacio Vázquez Moliní

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