jueves, octubre 3, 2024
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La noche en que vi la Luna

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Estaba profundamente dormido como correspondía a un chaval de nueve años. Vivíamos modestamente en el barrio de Cuatro Caminos de Madrid, en una casa baja con un patio que para nosotros era un enorme campo de juegos. No disponíamos de ducha y el inodoro estaba situado fuera de la casa, por lo que en invierno era duro levantarse para realizar aguas mayores. Pero éramos felices, porque mi padre trabajaba de sol a sol para mantener a su mujer y sus cuatro hijos y existía una atmosfera de moderado optimismo en el sentido de que el país iba a más cada año que pasaba.

Y recuerdo aquella noche como si fuera ayer y eso que han pasado un montón de años.

Estaba dormido porque eran las cuatro de la mañana y de repente sentí las manos de mi padre azuzándome para despertarme, diciendo: “Pepito, despierta, hijo no te pierdas esto”

Con legañas en los ojos, me levante y fui con él al cuarto de la televisión. Estaba encendida mientras los demás miembros de la familia dormían.

-Mira hijo-me dijo con la mirada llena de entusiasmo-, los americanos están llegando a la Luna.

En blanco y negro, con imágenes en  blanco y negro, los dos contemplamos embobados como Neil Amstrong, pisaba el polvoriento suelo de nuestro satélite, con los comentarios entusiasmados del gran Jesus Hermida.

Recuerda esto siempre, hijo. Es un gran momento para la humanidad. Estas siendo testigo de la historia

-Recuerda esto siempre, hijo. Es un gran momento para la humanidad. Estas siendo testigo de la historia.

Y me di cuenta de que tenía lágrimas en los ojos, por el hecho de compartir aquello con su hijo mayor.

Desde el día siguiente, todos los niños quisimos ser astronautas, nos empezó a interesar el espacio, la ciencia, en suma el futuro de la humanidad. Aunque tan solo fuese por adelantarse a los rusos en la carrera espacial, los Estado Unidos lograron en tan solo nueve años, dar un salto de gigante en la tecnología. Para ello emplearon casi el cuatro por cien de su producto interior bruto, utilizaron a miles de las mejores mentes del planeta. Con ese dinamismo que caracteriza a la sociedad estadounidense, la gran mayoría de los científicos e ingenieros no pasaban de los cuarenta años, lo cual en la gerontocracia española hubiera sido imposible, porque se hubiera premiado el amiguismo y el peloteo antes que el mérito.

Aquel proyecto supuso la invención de miles de cosas que hicieron avanzar el mundo como por ejemplo los pañales desechables-pregúnteselo a los bebes-, el código de barras, nuevos tejidos como el Kevlar o el Teflón, los aparatos inalámbricos, el velcro-no es de recibo ver a los astronautas desabrochando botones-, el microondas, el tubo de pasta de dientes y muchos inventos más que, sin patente, son aprovechadas por toda la humanidad-antes de criticar a los yanquis, pensemos en eso-.

Han transcurrido décadas de aquello, los niños de mi generación lo vimos en directo-¡Desde la Luna cuando nos costaba hablar telefónicamente con el pueblo de nuestros ancestros!-, y en nuestras mentes infantiles quedaron grabados a fuego los nombres de aquellos tres héroes que pilotaron la nave y pisaron por primera vez un mundo que no fuese el nuestro: Amstrong, Aldrin y Collins.

Hoy en día, si preguntan a cualquier chaval de secundaria, no sabrá decir quienes fueron aquellos hombres, pero seguramente les dirá quien es el presidente de su Comunidad Autónoma, o el del cantante de moda.

No hemos aprendido nada en España, seguimos siendo un país encerrado en sí mismo, sin la capacidad de ver más allá de nuestras narices.

Años después, una cálida noche de verano, pasando unas vacaciones estivales en la presa del Burguillo, en la provincia de Avila, mi padre y yo estábamos tumbados al fresco, contemplado el maravilloso cielo estrellado y una inmensa Luna, cuando me dijo:

-Recuerda hijo, solo los grandes hombres son capaces de darse cuenta lo pequeños que son en la realidad.

¡Cuánta razón tenías papa!

José Romero

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