Hace algo más de cien años, un joven Ortega y Gasset hablaba de que todas las épocas son de transición, que no es sino transformación, y escribía que «toda una España -con sus gobernantes y sus gobernados- con sus abusos y sus usos, está acabando de morir». Un siglo después vuelve a ser verdad lo que escribía Ortega para quien la España de los comienzos del siglo XX consistía en «una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos ministerios de alucinación». También se refería a los abusos -que parece que no son sólo de esta época, pero que ahora se conocen con inmediatez y universalidad- y señalaba que «los abusos no constituyen nunca, nunca, sino enfermedades localizadas, a quienes se puede hacer frente con el resto sano del organismo». Si «el resto» está sano, claro.
Ortega sigue vigente como si la España de hace un siglo no hubiera cambiado. Y no es cierto, España hoy, afortunadamente, es radicalmente distinta, infinitamente más igualitaria, moderna, social y democrática. Pero los políticos y sus partidos no han cambiado tanto. Y nos están llevando a retroceder en asuntos capitales, como, por ejemplo, el aumento de la desigualdad entre ciudadanos o la falta de voluntad de caminar juntos. El reciente proceso electoral y los intentos de formar gobierno han mostrado lo que Ortega criticaba entonces y lo que seguimos denunciando hoy: la falta de interés de los políticos por buscar lo que une, proyectos que hagan avanzar al país en medio de la crisis y más generosidad para resolver los problemas de los ciudadanos por encima de los intereses partidistas.
Pedro Sánchez ha fracasado en su intento de formar gobierno. La verdad es que nunca tuvo una sola posibilidad real de hacer un gobierno con futuro. Lo intentó, y hay que alabárselo, aunque a más de uno nos gustaría saber si alguna vez creyó que eso era posible o simplemente era la única maniobra posible para conservar su puesto de secretario general. Podemos nunca tuvo interés alguno en formar parte de ese gobierno si no era para fagocitar al PSOE. Y lo hubiera hecho, arruinando para siempre al PSOE y, posiblemente también a España. Ciudadanos ha ganado en la negociación lo que no le dieron las urnas, pero nunca tuvo poder real para decidir. Y el PP de Rajoy ha jugado, como durante toda la legislatura, el papel de don Tancredo.
Ciudadanos ha ganado en la negociación lo que no le dieron las urnas, pero nunca tuvo poder real para decidir.
¿Es ahora el turno de un Rajoy que ha demostrado que no ha sabido afrontar la corrupción dentro de su propio partido, que ha perdido millones de votos de los electores y que dejó que tomara la iniciativa Pedro Sánchez? Aunque creo que Rajoy no es ni de lejos el mejor candidato del PP para formar un gobierno, pienso que hasta la fecha límite para convocar nuevas elecciones, éste es el turno de Mariano Rajoy. Que debería llamar no más tarde de este lunes a Pedro Sánchez y a Alberto Rivera y que los tres deberían sentarse en la mesa a negociar un gobierno de coalición, el único posible para sacar a España del lío en que todos la han -la hemos- metido. Ni vetos ni miedos. Si no son capaces de entenderse, ni Rajoy ni Sánchez merecen encabezar los proyectos de sus respectivos partidos.
Francisco Muro de Iscar