Hay quien confunde inflexibilidad con firmeza. Suelen ser los mismos que confunden flexibilidad con debilidad. No es infrecuente en un país como el nuestro, tan mal acostumbrado a la práctica de la política no como ejercicio de diálogo y de cesión, sino como ejercicio de monólogo (no pocas veces, de diatriba) y de imposición.
Uno que ha vivido en primera línea de la refriega política (en años en los que ha sobrado mucha testosterona) estaba dispuesto a desprenderse de prevenciones y prejuicios ante el tan pregonado advenimiento de un nuevo tiempo y una nueva política a nuestro país.
Pero lo cierto es que la realidad ha acabado probando aquello de que novedad y juventud no siempre caminan de la mano cuando de ideas y comportamientos se trata. Al contrario, con demasiada frecuencia se topa uno con ideas demasiado viejas en personas muy jóvenes, lo cual no deja de ser ciertamente desalentador, pero no por ello menos previsible viendo el festival de tópicos y lugares comunes que envuelve (y asfixia) la política actual.
Con demasiada frecuencia se topa uno con ideas demasiado viejas en personas muy jóvenes
Vistos los resultados de las pasadas elecciones, y el nuevo tablero multipartidista, el mayor cambio que podría haber traído el nuevo tiempo y la nueva política habría sido sin duda lograr por primera vez reunir en torno a un proyecto de gobierno a fuerzas provenientes de diversas trayectorias ideológicas. De hecho, incluso cabía pensar que esto no era un desatino habida cuenta de la visión que trasladaba de sí misma una fuerza, Podemos, que antes de enfrentarse a las urnas huía como de la peste de la división clásica entre izquierda y derecha para situarse en una mucho más confortable (y rentable): el cambio frente a lo establecido, lo nuevo frente a lo viejo.
Lo nuevo, sin embargo, apenas resistió más allá de la hora de cierre de los colegios electorales para ser barrido por lo más viejo entre lo viejo: el baile de sillas, la descalificación, la ambición de poder por el poder. Todo lo cual ha llevado a que en estos más de 100 días transcurridos desde las elecciones, hasta en tres ocasiones lo pretendidamente nuevo haya dado portazo a la posibilidad de un gobierno verdaderamente nuevo. Los adalides del cambio han acabado resultando apóstoles del inmovilismo.
El primer portazo lo dio el líder de Podemos en la rueda de prensa posterior a su reunión con el jefe de Estado, al presentarse como vicepresidente plenipotenciario de un gobierno imaginario para el cual ya había designado a sus ministros, sin por supuesto haber hablado de nada de ello con su hipotético socio de gobierno ni haber negociado programa de gobierno alguno. Por no tener, no tenía ni los votos necesarios para hacerlo realidad.
El segundo portazo lo dio poco después, en la sesión de investidura de Pedro Sánchez, al votar junto al PP contra el acuerdo de gobierno alcanzado por PSOE y Ciudadanos y, por tanto, al cerrar el paso al cambio de gobierno en España, añadiendo al rechazo al relevo de Mariano Rajoy altas dosis de rencor, incluso de odio, hacia los gobiernos socialistas impulsores de la construcción del Estado del Bienestar en nuestro país.
El único acuerdo encima de la mesa es el programa negociado y pactado por PSOE y Ciudadanos
El tercer portazo lo dio la pasada semana, en diferido, al anunciar una futura consulta sobre acuerdos de gobierno a la militancia de Podemos absolutamente inconsistente, por cuanto que el único acuerdo encima de la mesa es el programa negociado y pactado por PSOE y Ciudadanos dado que Podemos decidió levantarse de la mesa de negociación sin ni siquiera esperar a obtener una respuesta sobre las propuestas por ellos realizadas, lo que constituye toda una demostración de voluntad negociadora… Una consulta con un nivel de incertidumbre equiparable a plantearle a un seguidor del Atlético de Madrid si prefiere que su equipo gane La Liga o que la gane el Barcelona. Si no se da un resultado a la búlgara, entonces es que Pablo Iglesias tiene un problema más que serio en su partido…
En esta tesitura, todo hace presagiar la inevitabilidad de nuevas elecciones. No deja de tener su aquel que la única sonrisa lograda por Pablo Iglesias en todo este tiempo sea la Mariano Rajoy. Esa sí que es una sonrisa del destino…
José Blanco