martes, noviembre 26, 2024
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De animal et hominem

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Me encuentro con un gran amigo, taurino de los de siempre, en un recoleto bar de la calle Huertas. Está lloviendo sobre Madrid, es hora tempranera y apetece un café caliente con unas porritas churruscadas. Tras los saludos de rigor, tomamos acomodo en una de las mesas situadas en un discreto rincón, a salvo de miradas y escuchas interesadas.  

-¿Qué opinas de la campaña anti taurina?-pregunta así, de sopetón, sin anestesia.

Mantengo el silencio unos instantes, prueba inequívoca de que no que contestar.

-No sé-replico-. Me parece una fiesta ancestral, muy enraizada en España…

-Yo te lo diré, amigo mío-le noto un poco alterado-. Se trata de acabar con los símbolos nacionales, de todo lo que huela a España. No digo que no haya activistas de corazón, gente que de verdad cree en evitar cierto sufrimiento a los animales, pero estoy seguro que detrás hay intereses espureos.

Asiento con la cabeza, parece que puede tener cierta razón.

-Nos estamos volviendo locos, amigo-dice mientras bebe un sorbo de café-. Hay algo que me escama, que no me deja dormir ¿Por qué no se solicitan derechos para las cucarachas? ¿Te imaginas lo que debe ser morir aplastado por un pie del tamaño-para ellas-, de un edificio de cinco plantas?

Los humanos tenemos derechos porque nuestro cerebro se encuentra en un estado superior en la escala evolutiva. Hemos sido capaces de organizar sociedades complejas y luchar por disfrutar de derechos consustanciales a nuestra especie, que por cierto han costado mucha sangre y de todas las ideologías. En nuestros días, en una gran mayoría de estas sociedades basta nacer para disfrutar de estos derechos como un ser superior en cuestión de inteligencia. Los animales nacen sin derechos, somos nosotros los que se los otorgamos. No han luchado por ellos. Jamás he visto una manifestación de cebras o antílopes quejándose del mal trato que sufren por parte de sus depredadores. Nunca he observado una foca denunciar en una comisaria por el ataque de un tiburón. Tampoco debemos olvidar que el perro procede del lobo, que en un momento determinado se acercó al hombre para establecer una simbiosis en busca de supervivencia y que todas las razas de estos maravillosos animales las hemos creado nosotros artificialmente. Igual que con el toro de lidia.

Hemos sido capaces de organizar sociedades complejas y luchar por disfrutar de derechos consustanciales a nuestra especie

Detiene la plática para morder un trozo de porra. No le quito la razón en alguno de sus argumentos.

-Cada día observo a mas parejas jóvenes que tienen perros en vez de hijos-prosigue-. Buscan el cariño de cuidar de algo parecido a un ser humano, pero renuncian a su misma especie, a procrear. Lo humanizan, lo tratan como uno más de la familia. Pero no se percatan de que la relación es también a la inversa, bidireccional: es decir, cuanto más humanizamos a un animal, menos humano nos contempla el. Termina considerándonos uno de los suyos. Y hasta ahí no llego, porque resulta que hay personas que acaban preocupándose de las necesidades de los animales e ignoran los de los humanos que también necesitan de ayuda y cuidados. No quieren que comamos animales, que somos unos salvajes por ello, pero nos encontramos en lo alto de la pirámide, amigo mío, nos los comemos, sí señor. Sin pedirles permiso, como hace una leona cuando ataca a una gacela para comérsela, o un cocodrilo que se zampa a un tío de un bocado sin educación alguna. Por supuesto que soy partidario de ahorrar sufrimiento a cualquier ser vivo, no me malinterpretes. Odio a la gente que disfruta haciendo daño, sea a lo que sea. No se disfruta matando un animal, igual que no se disfruta matando a una persona. Pero eso es una cosa y otra no comérmelos para mi estricta supervivencia ¿Qué dicen los defensores de los animales de las crías asesinadas por el gorila macho que no son de su estirpe? Nadie quiere más a un toro de lidia que el torero. Lo respeta, le da la oportunidad de defenderse, lo que no hacemos con los pollos, por ejemplo. Es la lucha ancestral entre el hombre y la bestia, lo salvaje contra lo civilizado. La bestialidad del guerrero Aquiles que mata sin compasión para su disfrute y venganza iracunda por el mero hecho de alcanzar la gloria ante los dioses en combate singular, en contraste con el orden del hoplita griego organizado, que no abandona la formación bajo ningún concepto ya que el individualismo para asesinar está prohibido. No publiques esto, que me mandan a la hoguera de la inquisición moderna ¿Me lo prometes? Y si lo haces, no des mi nombre.

Le aseguro que sí, moviendo la cabeza afirmativamente.

-Así estamos-apostilla para finalizar-. Cambiando la ley natural ¿Recuerdas un libro titulado Las Ruinas de Palmira, del Conde de Volney, un filósofo francés del siglo XIX? El principio básico es la supervivencia de ti mismo y de tu especie, aunque seamos nosotros mismos en ocasiones nuestros peores enemigos. El hombre es el máximo depredador de nuestro planeta, el más alto, y eso no podemos olvidarlo, porque si hemos logrado alcanzar esta posición ha sido por mera y simple supervivencia. Somos capaces de controlar el clima, las poblaciones de otras especies, encauzar fuerzas de la naturaleza, romper el átomo…Pero todo esto depende de un equilibrio muy delicado y necesario puesto en nuestras manos. Sino lo mantenemos, nos vamos a la mierda…

Nos despedimos. Él se marcha a resolver unos asuntos burocráticos y yo a dar mi consabido paseo por el centro. No puedo evitar pensar en la charla que he mantenido con mi amigo. No sé si tiene razón, yo que nunca he tenido mascotas-pero si cinco hijos-, que jamás haré daño a ningún ser vivo.

Tras un rato de paseo, se me abre el apetito y entro en una conocida cafetería de la Puerta del Sol. Pido una cola zero, que estoy cuidando la línea. El camarero, atento, me ofrece una tapa con la consumición.

-¿Ensalada de patata o unas alitas de pollo?

Me acuerdo de las palabras de mi amigo, de lo de la evolución y todo eso y contesto:

-¿Puede ser un poco de las dos?

José Romero

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