Como, sinceramente, no espero que los inscritos en Podemos, que votan este fin de semana qué hacer en el futuro, apoyen abstenerse en la votación para facilitar que Pedro Sánchez y Albert Rivera vayan a ocupar La Moncloa, y como hace tiempo que desesperé de la posibilidad de una gran coalición entre socialistas, 'populares' y Ciudadanos, no me cabe en la cabeza otra salida al embrollo político en el que estamos metidos que la repetición de elecciones. He dejado de creer en los llamamientos al entendimiento y las mutuas súplicas cara a la galería que se cruzan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, sometidos mutuamente a la ducha escocesa del palo y la zanahoria: menudo Gobierno ese, en el que los socios no se respetan ni ante los micrófonos.
Así que, perdida la esperanza de un pacto reformista en el que algo semejante a una gran coalición significase la evolución del PP, la mediación de Ciudadanos y la consolidación de una 'nueva izquierda' por parte del PSOE, pienso que ya solo nos queda volver a intentarlo e ir olvidando ese enorme fracaso colectivo que ha sacado a la luz la mediocridad de nuestra clase política y el papel excesivamente pasivo que, ante esta mediocridad, desempeña la sociedad civil. Hemos sido, todos nosotros, durante casi cuatro meses, apenas meros espectadores de la película, no sé si de terror o una astracanada de la serie B, que quienes aspiran a ser nuestros representantes han protagonizado. Uno de ellos hasta se permitió reprocharme que yo hubiese criticado en un artículo que el único pacto al que han llegado, por unanimidad, 'nuestras' -comillas, por favor- fuerzas políticas en este tiempo haya sido uno, en el Parlamento… para prolongar durante una semana más las vacaciones de Semana Santa. «Con ese tipo de artículos lo único que se consigue es que nos pierdan el respeto a los votados por ellos», tuvo la desfachatez de decirme aquella Señoría.
Siempre pensé que repetir las elecciones era lo peor que nos podría pasar: un suspenso para todos, incluyéndonos a los ciudadanos de a pie, aunque, lógicamente, son otros, que no van a pie, los que merecen una mayor reprobación. Lo que ocurre es que los demás hemos entrado en el juego, nos hemos dejado fascinar por los trucos de magia de los prestidigitadores de tercera que nos mostraban acuerdos de gobernación de imposible cumplimiento, avances de progreso y regeneración que no eran sino ocupación de sillones y seguridades inmovilistas que insistían en lo bien que nos va gracias a ellos. Hoy, a la vista de los intentos desesperados de algunos por mantenerse a flote, de otros por llegar a tocar alfombra y chofer y de los de más allá por mantenerse en una poltrona que creen merecer más que los demás, empiezo a pensar en que lo mejor será repartir cartas nuevas; les hemos tomado la medida y puede que ahora actuemos en consecuencia.
Nos hemos dejado fascinar por los trucos de magia de los prestidigitadores de tercera que nos mostraban acuerdos de gobernación de imposible cumplimiento
Pero nada será posible, nada se hará, si esa sociedad civil adormecida en la que estamos insertos no se rebela para tomar el control de nuestras propias existencias. Hasta ahora, la Vieja Política -y nadie está proponiendo una verdaderamente nueva- se basaba, sobre todo, en la falta de participación de la sociedad en las decisiones y en la marcha de la política. Si nos quedamos anclados en la desesperación ambiente, consistente en creer mayoritariamente que unas nuevas elecciones van a dejarnos sustancialmente como estamos, seguiremos en esa Vieja Política, que pervive gracias a que los ciudadanos son considerados no como tales, sino más bien como súbditos, unos señores y señoras que votamos y pagamos los impuestos que, a su vez, sirven para pagar a los políticos. Así han actuado 'ellos' en los casi cuatro meses transcurridos desde las elecciones del pasado 20 de diciembre. Y así, desempeñando este rol pasivo, hemos actuado nosotros, casi divirtiéndonos con los saltimbanquis y las ocurrencias varias propias del 'pan y circo', con más de lo segundo que de lo primero.
Sí, estoy, sin duda, siendo duro en mis apreciaciones, pero la verdad es que no sé cuándo llegará la gota que rebase la paciencia de nosotros, la minoría silenciosa, tan silenciosa. El espectáculo, que incluye el abrupto resurgimiento de muchos casos de corrupción y la constatación de que aquellos a los que elegimos se han sentido impunes e inmunes para meter la pata y la mano, ha de terminar ya. Alguien debería cuidar de garantizarnos, antes de que vayamos a las urnas, que nada de lo que ha venido ocurriendo va a volver a ocurrir. Porque, para repetir lo mismo, yo no voto.
Fernando Jáuregui