lunes, noviembre 25, 2024
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Una España con alma

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Cuando el cuerpo perece, las cenizas retornan a la tierra y el alma se eleva a los cielos. Creo en el alma con la misma vehemencia con la que puedo ser testigo de la existencia de la vida. Y, al igual que las personas poseen alma, también la tienen los pueblos y las naciones.

El alma de un pueblo es esa cualidad que trasciende del plano tangible y cuantificable, que sobrepasa casas, fuentes, tierras, calles, plazas… El alma es ese halo invisible que lo recorre, que forja el carácter de sus gentes, que empuja el hermanamiento, propicia la vecindad y que, a su vez, se sustenta de recuerdos, tradiciones y de amor por la tierra, por la patria y la bandera.

Son las ocho de la mañana, en Madrid es día de mercado. Amanece el dos de mayo. Mercaderes, artesanos, vecinos que han madrugado, forman bullicio en las callejuelas, algunos muy molestos y desconfiados ante la presencia de cientos de soldados franceses. Dos carruajes a las puertas del Palacio Real esperan a sus ocupantes cuando la voz del maestro José Blas Molina grita: “Traición”.

Aquélla fue la palabra que desencadenó una lucha descarnada contra uno de los mayores ultrajes que se puede cometer contra un pueblo… la traición.

Fusilamientos, cargas, represión, arcabuceados… pero la mecha contra la ocupación del ejército francés y la traición de algunos propios, ya había prendido.

“Somos españoles y es necesario que muramos por el rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey. Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son. Dios guarde a vuestras mercedes muchos años. Móstoles, dos de Mayo de mil ochocientos ocho. Andrés Torrejón, Simón Hernández”

Así rezaba un fragmento de la proclama que lanzaron los alcaldes de Móstoles, aquella misma tarde del segundo día de mayo, alentando a sus vecinos a defender la amada patria.

Algunos historiadores, varios siglos más tarde, han concluido que ese carácter valiente e “indomable” con que siempre se ha descrito al pueblo español durante aquélla contienda y que fue el elemento que fraguó el empuje para echar del suelo español a los ejércitos de Bonaparte, tuvo más de leyenda que de realidad.

Naturalmente los capítulos de la historia no se escriben desde una sola perspectiva y es el conjunto de los pequeños y grandes acontecimientos el que contribuye al desarrollo de los países y a la construcción de la historia global.

Hoy, con frecuencia, cuando observo la realidad que nos rodea, me pregunto con tristeza ¿dónde se halla aquel sentimiento patrio? Nos estamos acostumbrando a ser testigos de constantes infamias contra nuestra bandera, nuestra constitución, la unidad y la defensa de España.

Algunas de las fuerzas políticas que han emergido de manera reciente y, por supuesto, los nacionalistas independentistas, han hecho del enarbolamiento de la bandera contra la patria, la parte central de su discurso.

A la memoria me vienen los datos de una encuesta elaborada por el CIS en 2014, encargada por el Instituto Español de Estudios Estratégicos, de la que se desprendía que, en aquel momento, tan solo el 16,3% de la población española lucharía por su país en el caso de que sufriera una agresión extranjera.

Aquella misma encuesta señalaba que en total, un 55,3% de la población española, rechazaría o se mostraría reacio a tomar parte en la defensa de España si fuera atacada. ¡Nada que ver con el tosco y vetusto pueblo español de 1808!

Y mientras, en la España moderna, aperturista y globalizada de nuestros días, esta misma semana, los constitucionalistas españoles, observamos con verdadera consternación, como la periodista catalana Empar Moliner quemaba un ejemplar de la Constitución en TV3, alegando su derecho a denunciar injusticias, indicando que nuestra Carta Magna no la representa y amparándose en el derecho a la libertad de expresión, tan reclamado últimamente, por muchos  que no respetan las libertades de los demás.

Y en este mismo escenario, la entidad Acció Cultural del País Valencià (ACPV) anuncia que ha organizado un acto el próximo 23 de abril en la Plaza de toros de Valencia, con el apoyo institucional de los gobiernos de Cataluña y Baleares, la Diputación de Valencia, los Ayuntamientos de Valencia, Alicante y Castellón, y las cinco universidades públicas de la Comunidad Valenciana. 

Es más que triste el hecho de que algunos se empecinen en llevar a cabo una destrucción transversal de nuestras instituciones y, por extensión, de nuestro país, justificando su actitud y sus hechos en el ejercicio de la libertad y amparados en la Constitución, ésa misma que, por otro lado, dicen que no les representa.

Soy un defensor a ultranza de la libertad, pero una libertad en igualdad de condiciones para todos. Una libertad cuyo ejercicio no suponga la agresión al espacio, las creencias, la identidad y la propia libertad de los demás. Y sé que es compatible, solo se ha de tener voluntad de querer encontrar la esencia de lo que nos une, en lugar de dar alas a lo que nos distancia.

Es el alma de los pueblos, esa que les forja una identidad común y propia, esa que favorece la vecindad y el entendimiento, la que, sin duda, debemos recuperar. Porque amigos, sin duda, el alma de un pueblo no es otro que un pueblo con alma y España la tuvo, la tiene y, sin duda, la tendrá.

Borja Gutiérrez

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