Algunos lectores saben que he perdido tres cenas, porque Pedro Sánchez no ha logrado ser investido como presidente del Gobierno, y van a convocarse nuevas elecciones. Todos los perdedores, sin necesidad de ser ludópatas, intentamos lograr la revancha, y ya he puesto en marcha otra apuesta: me juego una cena a que antes del 20 de mayo alguien dice que va a llevar a cabo una reforma fiscal para que paguen más los que más ganen.
¿Les suena? ¿Hay alguna campaña electoral en que el simple de turno no lo haya propuesto? En todos los sistemas fiscales de todas las democracias los impuestos están estudiados para que pague más el que obtiene más ingresos, lo que no quiere decir que los muy ricos, a través de sus asesores intenten, y en la mayoría de las ocasiones lo consigan, evadir impuestos. Pero para ello no basta enunciar una obviedad. Decir que van a pagar más los que más tienen es lo mismo que afirmar que la chuleta de cerdo no entrará en el menú de los vegetarianos. O que se va a llevar a cabo una reforma hidrográfica para que el agua esté húmeda.
El problema que tienen estos anunciadores de la simpleza es que, llevados a la par por su entusiasmo y su ignorancia, si llegan al poder nos muele a impuestos a la clase media, que somos los constantes vigilados o, peor, ponen en marcha una medidas tan coercitivas que espantan a los inversores y se ahuyenta el capital que es de lo que, a la postre, todos vivimos.
La existencia del ignaro no me sorprende; lo que sí me deslumbra es que encuentren a un abultado grupo de cofrades que, ante la tontería contemporánea asientan gravemente con la cabeza, como si estuvieran ante una declaración de inteligencia arrolladora. Tanto como que encuentre a alguien dispuesto a aceptar la apuesta.
Luis del Val