domingo, noviembre 24, 2024
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Un Cambio para el 26-J. Y para el 1-M, y…

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El Cambio, con mayúscula, es algo que está ahí, llamando a la puerta, a muchas puertas. Exigimos a nuestros políticos -y hacemos bien– que se adapten a los nuevos tiempos, que no repitan campañas electorales como la que sufrimos el pasado mes de diciembre, que se comprometan con propuestas regeneradoras: puede que nada de esto hagan, y los síntomas ante los dos meses que se avecinan no parecen muy alentadores en cuanto a innovaciones y progresos en nuestro arquitrabe democrático; pero el caso es que ahí están las exigencias y el debate en torno a ellas. Lo que ocurre es que ese Cambio va más allá, debe ir mucho más allá de la personalidad de quien vaya a ocupar La Moncloa y cómo organice 'su' partido.

Fíjese usted, por ejemplo, en los sindicatos. Plantean la festividad-símbolo del 1 de mayo como si aquí no hubiera pasado nada, como si todo siguiese siendo lo mismo. Creo que la renovación en los órganos jerárquicos de UGT no lo ha sido sino de algunos rostros, poca cosa, y no de planteamientos de fondo. En Comisiones Obreras, que se sepa, ni eso. A este paso, pronto cesará el bisindicalismo para ser reemplazado por un mosaico de pequeñas organizaciones sindicales que, aunque no sean precisamente -y afortunadamente- Manos Limpias, no merecerán la confianza de los trabajadores.

Las instituciones siguen ancladas en un relativamente confortable pasado

Ya que tocamos el tema, pienso que los dos grandes sindicatos 'de clase' tienen que empezar, a mi juicio, a apartarse del modelo reivindicativo francés, al que tan apegados parecen: la reciente huelga por las 35 horas semanales demuestra que una parte de nuestros vecinos está entendiendo muy poco por dónde soplan los vientos del futuro, y espero que nadie me acuse, por lo que digo, de predicar políticas 'neoliberales'. Creo que UGT y CC.OO habrían de empezar a estudiar también caminos alternativos: los trabajadores autónomos y los emprendedores no son la solución a todos los males del desempleo, de la precariedad y de la temporalidad excesiva, pero pueden ser un comienzo de solución parcial al actual, desolador, panorama laboral español. Y esta es una solución parcial, insisto, parcial, bastante mal reflexionada, y peor aún aceptada, por nuestros líderes sindicales.

Y esto es solo un ejemplo. Las instituciones, casi todas las instituciones, siguen ancladas en un relativamente confortable pasado… que no volverá: hay que revisar muy a fondo la estructura del poder judicial, de todas las administraciones y, cómo no, de la propia Casa del Rey. La propia sociedad civil, por otro lado, da alarmantes muestras de anquilosamiento; la falta de reacción crítica ciudadana a la parálisis política propiciada por quienes aspiran a ser nuestros representantes es una buena muestra de ello.

La sociedad civil, como la Administración, viven aun excesivamente pendientes de lo que hagan o no hagan los gobiernos, es decir, el 'dedazo político'. Y resulta obvio que los datos macroeconómicos conocidos recientemente no muestran con la suficiente claridad una realidad que todos constatamos cada día: muchas cosas se han ido parando en estos cuatro meses largos con un Gobierno 'en funciones'. No es cierto que seamos capaces, en un país como España, tan dependiente de las decisiones políticas, de vivir sin un Gobierno sólido y estable, como sí han sido capaces Italia o Bélgica: las consecuencias de seguir instalados en la filosofía del 'piove, porco Governo' las acabaremos pagando bastante caras, sin duda. Pero, de momento, lo cierto es que el poder Ejecutivo sigue teniendo demasiado que ver con el hecho de que llueva o no a gusto de todos. O de casi nadie, como es el caso. Y ese, claro, no es, de ninguna manera, el Cambio en el que uno anda pensando. Con mayúscula, desde luego.

Fernando Jáuregui

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