sábado, noviembre 23, 2024
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¡Viva Ecuador!

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Luis es un hombre recio, de pelo en pecho, con dos cojones como dos balones del mundial. Es extremeño y sargento, sargento chusquero del Tercio. De los de antes. De los de “ponte bien la camisa o te meto un puro que se va acordar la madre que te pario”. A Luis le apodan el “tres huevos”, porque dice que para vencer hay que tener un huevo más que el enemigo.  Aunque es duro en la instrucción de sus hombres, los quiere como si fueran sus hijos. Siempre alardea de su lema, copiado del ejército israelí: “a mas sudor, menos sangre”. Y lo tiene claro. Mete caña a los reclutas hasta que le odian, pero el último día de entrenamiento se cogen un buen pedo con ellos y sueltan algunas lágrimas juntos. En las misiones de combate, los nuevos soldados agradecen a Luis “el tres huevos” las horas al raso, corriendo y disparando que los hizo pasar.

Luis también ha ido al frente, a Afganistán y precisamente he quedado con él a la vuelta de una de las misiones. Nos vemos en el Hogar del Legionario de la Plaza de Ramales. Se trata de un amplio establecimiento, con buena comida y buena bebida; engalanado con fotos de héroes, metopas y banderas. Los parroquianos son lejías veteranos, algún que otro policía y algún soldado despistado que se encuentra de permiso en Madrid.

Luis me espera sentado una de las mesas apurando una botella de tinto peleón, de ese que te deja la cabeza con un tío tocando el tambor en su interior. Hace mucho que nos conocemos, así que el saludo es efusivo y cariñoso.

-¿Cómo estas marques?-pregunto-ya pensé que no volvías, que los moros te habían hecho prisionero y puesto un mono naranja.

-No tienen cojones-contesta jactanciosamente-. Antes de degollarme, les como la yugular a mordiscos.

Reímos a la par que pedimos otra botella de vino. Luis me cuenta un poco su avatar.

-La verdad es que aquello es peligroso, amigo mío-prosigue-. Además, no puedes fiarte de ningún “cabeza de toalla”. No sabes cómo van a reaccionar. Los respeto. Son tíos capaces de volarse por los aires antes que cooperar con nosotros. Y te hablo de gente que vive en la miseria absoluta. Lo cierto es que desconcierta un poco…

Luis interrumpe la conversación y mira a la puerta. Acaba de entrar un joven sudamericano y uno de los policías que sorben café en la barra le ha parado y solicitado la documentación. Luis se levanta y se dirige a hacia ellos con decisión. Observo con curiosidad como habla al oído del agente a la vez que exhibe su carnet militar. Unos instantes después, el policía devuelve la documentación al joven dándole las gracias y vuelve a lo suyo. El sudamericano y Luis se cuadran saludándose militarmente el uno al otro. Cuando vuelve a la mesa, estoy que me muero de ganas por conocer lo ocurrido. Inquiero a mi amigo con impaciencia y este me responde con tranquilidad:

-Estábamos de patrulla. Objetivo: despejar la ruta lithium de enemigos para construir una carretera de verdad. Era el tres de septiembre del 2009 y estábamos en el paso montañoso de Sabzak. De repente, talibanes y milicias tayikas abrieron fuego sobre nosotros desde una distancia de mil metros más o menos. Ordené a mis hombres cuerpo a tierra, mientras mi capitán trataba de organizar las diferentes secciones y pedir refuerzos a la base. Gracias a Dios, nuestros vehículos blindados nos cubrían, aunque apenas podíamos levantar la jeta, pues aquellos cabrones afinaban bien la puntería. A mi ametrallador lo coloque en el flanco derecho, encima de un Hummer, con el calibre 30 para fuego de supresión, pero le hirieron en una mano y tuve que sustituirle yo mismo.

Luis descansa un momento para tomar otro trago de vino.

-La situación era jodida, amigo-prosigue-. No podíamos retroceder ni avanzar. Estábamos copados, a la espera de que los yanquis nos diesen apoyo aéreo, pero llegó la noche y los putos aviones no llegaron. No dormimos. Los hombres estaban con los nervios destrozados y cansados hasta la extenuación. La mañana amaneció fría de cojones. Desayunamos como pudimos y otra vez comenzamos a recibir fuego enemigo. Esporádico eso sí, porque esa gente sabe lo que hace. Te vuelven loco con cuatro o cinco disparos. Saben que nosotros no aceptamos bajas y juegan con ello. A media mañana nos encontrábamos en situación desesperada. Los moros habían avanzado posiciones ya ahora se encontraban a unos quinientos metros. Se preparaban para picarnos el pasaporte, macho. A mí no me importa morir, pero no como una rata enterrado en el suelo. De repente, un tío salta de detrás de la cobertura y disparando ráfagas cortas con el G36, sale corriendo hacia el enemigo. Y lo mejor, es que el muy cabrón iba gritando ¡Viva España! ¡Viva Ecuador!

Luis se detiene para tomar el resuello y esboza una sonrisa amplia.

-¡Con dos cojones!-dice-Era el cabo segunda Wilson Andres, alias “panchito”, alias “pelopincho”, alias “cabezabuque”, natural de Manabí, Ecuador. Alistado al Tercio para conseguir los papeles y la nacionalidad. El caso es que el hijoputa corría como el viento hacia los talibanes y claro, no era cuestión de dejar que lo matasen por muy indio que fuese, así que trinque un Hummer, puse un conductor y me agarré a la Mg. Avanzamos disparando, unos en vehículo, otros corriendo. Fue una carga absolutamente loca, loca y magnifica a la vez. Gloriosa, tío, créeme. Los talibanes, al ver esa horda de demonios bajitos, renegridos  y con un cabreo de cojones, gritando ¡Viva España! y ¡Viva Ecuador!-porque ya todos gritábamos lo mismo-, corriendo hacia ellos, montaron en sus desvencijadas motocicletas y salieron de najas, con el rabo entre las piernas. Fue una victoria. Ese muchacho al que los polis identificaban era Wilson. Y tuve el honor y el orgullo de que un hombre como el sirviese a mi lado. Tuve el honor y el orgullo de sentirme español y ecuatoriano a la vez. Europeo y sudamericano al tiempo. Solo nosotros, los españoles entre todos los europeos, tenemos el privilegio de sentirnos así: hermanos de unos tíos que viven a diez mil kilómetros y con los que compartimos más de lo que nos creemos. Esa acción no aparecerá en la prensa, ni quedara en la historia. Es más, oficialmente no existió aquel combate. Pero ese tío merece nuestros respetos como hermanos de sangre y así lo explique a los agentes. Ellos lo entendieron, espero que el resto de españoles también.

José Romero

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