martes, noviembre 26, 2024
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El reloj de arena

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Comprendo que los relojes de arena fascinen a mucha gente. Una de las mejores maneras que nos quedan para perder de verdad el tiempo en estos tiempos tan atribulados es contemplar la lenta cadencia de los diminutos granos cayendo desde el bulbo con un ritmo constante y que van formando una pequeña pirámide cuya cima, a medida que transcurren los minutos, se desmorona en silencio una y otra vez.

Hay también mucha gente que, como Jacques Attali, colecciona relojes de arena. Pasan sus horas de ocio no sólo contemplando cómo cae la arena sino, sobre todo, husmeando por anticuarios y mercadillos en busca de la pieza codiciada que complete tan singulares colecciones. Los ejemplares más codiciados son los que han sobrevivido desde los tenebrosos años de la Edad Media, cuando los relojes de arena eran más habituales, y también los del Renacimiento, justo antes de que se popularizasen los relojes mecánicos y destronaran definitivamente a estos humildes instrumentos que tan certera y fielmente midieron el paso de las horas.

Los grandes descubrimientos europeos y las nuevas técnicas de navegación que los hicieron posibles no podrían haberse llevado a cabo sin la ayuda de los relojes de arena. Más adelante, cuando ya no fueron necesarios a bordo de las naves, siguieron siendo esenciales para medir la duración de muchas actividades humanas, como la oración de los fieles en las iglesias, o en los talleres para no alterar los incipientes procesos industriales de fabricación de muchos productos y también, por supuesto, tanto en las ilustres cocinas de postín como en las de los humildes hogares. 

Los relojes de arena conllevan un importante simbolismo que regresa una y otra vez

Los relojes de arena, como muchos de los objetos que atraviesan los siglos y siguen presentes en la cotidianeidad de nuestras vidas –desde unas tijeras o un martillo hasta las escuadras y cartabones– conllevan un importante simbolismo que regresa una y otra vez, incluso ahora mismo cuando uno escribe estas líneas, al apretar el ratón del ordenador para que se active cierta función del programa informático y aparece en el cursor su estilizada silueta de avispa. También cuando se pasea por un cementerio y se descubre que en muchas lápidas aparece su figura, tal vez luciendo además alas de murciélago. De hecho, hasta no hace tanto era costumbre en Inglaterra enterrar a los muertos con un pequeño reloj de arena, representando que el tiempo es cíclico y que llegará el día en que regresen lo que se han marchado.

Pueden transformarse también en objetos agresivos que interponen su inexorable marcha a todo anhelo dialogante que busque exponer cuitas y encontrar soluciones

Los relojes de arena, que durante siglos tanto y tan bien han servido a los hombres, pueden transformarse también, situados en lugar bien visible sobre la mesa de un despacho, en objetos agresivos que interponen –como si de una barrera se tratara– su inexorable marcha a todo anhelo dialogante que busque exponer cuitas y encontrar soluciones, sin que quien allí haya situado el reloj demuestre su hartazgo nada más ver caer el último grano de arena.

Ignacio Vázquez Moliní

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