«Me encanta que no sea una canción eurovisiva la que ha ganado». La primera frase con la que resumió Ruth Lorenzo el Festival. Pues nada, el año que viene llevamos un chotis, una jota o una sardana. Menuda gilipollez, menuda castaña la ganadora y menuda patraña lo de las votaciones populares.
Por partes. Barei, 22. ¿No decían esta semana que estaba en el top ten? ¿No decía Julia, la pareja de Íñigo, que las casas de apuestas la situaban tercera? El baile a lo Lina Morgan ha quedado mucho peor que el del Chiquilicuatre.
¿No era el inglés el idioma fundamental para este certamen? ¡Toma inglés!, como diría el Moreno. Barei ha hecho posible lo que parecía imposible, quedar un puesto por detrás de Edurne. El año que viene flamenco o que vayan los de la tamborrada aragonesa o a cualquier organillero de San Isidro. Perderemos, como siempre, pero en Europa verán algo muy español. Renegar de lo tuyo no te lleva a ninguna parte, como ha quedado demostrado.
Y menos mal que no ha ganado Australia, porque se podría haber provocado una segunda guerra civil en nuestro país por aquello de que le hubiera tocado a a España organizar el certamen (por esas cláusulas eurovisivas tan ridículas como lo del televoto). Que si se sería un derroche, que porque tenía que celebrarse en Madrid y no en Barcelona, que porqué no lo presentaba Belén Esteban… Claro que a lo mejor, si sigue la guerra en Ucrania nos toca de todos modos ser anfitriones.
Desde luego la canción de la asiática-australiana (no solo la mayoría de sus acompañantes en su reservado eran asiáticos sino que hasta la que dio las votaciones de aquel país era china-coreana, como si ya no hubiera ni un Hugh Jackman más en aquel país) era mucho mejor que la muermo de la ucraniana (al menos cantó en su idioma), pero que hubiera ganado un concurso europeo un país oceánico habría dejado en muy mal lugar a los músicos del viejo continente.
Dado que por la canción no fue, una no sabe si Ucrania ganó por su letra reivindicativa o por el portavoz del jurado de su país, que salió con un árbol de Navidad en su cabeza y con su madre borracha de la mano (señora mayor con botella de champán en una mano). Claro que mejor que el de Albania, que sacó tras de sí, como monumento más hermoso de su país, un edificio de hormigón.
Lo único claro es que no ganó a través de las tradicionales votaciones de todos los años (ya saben, las de «guiaomini tqo points, du poa») sino de las de no sé qué votos populares, los únicos por ejemplo que no sólo encumbraron a Polonia, la que había quedado la última, a la sexta plaza sino que podrían haber llevado a España al liderato. Como nadie sabía cuantos puntos iban a darse a cada uno podría haberlo logrado con un 500.
Ahora, después del éxito de Justin Timberlake con su actuación (a una le recordó el momento lo de los descansos de la Superbowl), sólo falta que el año que viene les de por invitar a Estados Unidos. Y el próximo a Japón, el próximo a alguna cuadrilla de Daesh… Esos sí que harían ruido y no los eurofans.
La mosca