sábado, octubre 12, 2024
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Cartas al director

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Érase una vez, y no precisamente hace mucho tiempo, una época en la que el ser humano controlaba la información y los canales de comunicación; eran los tiempos dorados de la radio, de la prensa escrita y de la diversificación de canales de televisión. Una época en la que las “cartas al director” eran la vía más directa que el ciudadano tenía para expresar su opinión públicamente a través de los medios de comunicación, fundamentalmente escritos.

Por aquellos días, cuando alguien deseaba estar informado, accedía a la información de forma voluntaria y proactiva. Lejos queda aquella situación del actual bombardeo de información indiscriminada que prácticamente “acosa” cada día al ciudadano, quien en ocasiones se ve arrastrado por la inercia del uso compulsivo de las redes sociales y otros canales de comunicación. Hoy podemos recordar, casi con nostalgia, como aquel ciudadano, cuando deseaba compartir su opinión, lo hacía conversando o debatiendo con otras personas, de frente, cara a cara.

Hoy, todo ha cambiado. La tecnología ha hecho evolucionar a marchas forzadas los canales de comunicación lo cual ha incidido directamente en la información, tanto en la forma, como en el fondo, transformando la tipología de mensajes en su estructura y su contenido.

El desarrollo del mundo de la comunicación ha generado un avance social de un valor incalculable y, ciertamente, muy positivo; pero como sucede en cualquier ámbito de la vida, lo positivo se puede transformar en negativo, si el uso se convierte en abuso y, sobre todo, si se hace de una  forma irresponsable y se actúa de mala fe. Esta reflexión me lleva muchos días a preguntarme por qué nos empeñamos una y otra vez en llevarlo todo a lo extremo. Qué extraña capacidad tiene el hombre de convertir algo positivo, en un infierno.

Cuando surgieron las redes sociales, principalmente aquellas más generalizadas como Facebook o Twitter, los usuarios las utilizaban para informarse y, a su vez, informar y opinar. Hoy, el abuso indiscriminado y descontrolado de esta herramienta, amparada por el anonimato, ha convertido un medio eficaz en un arma arrojadiza contra todo aquél que no piense o que no actué a imagen y semejanza de quienes masacran en manada, como lobos cegados por el odio.

Lejos quedan aquellas “cartas al director” en las que el autor debía responder con su nombre, apellidos y número de documento nacional de identidad, de las opiniones y comentarios que vertiera en ellas. Hoy, por el contrario, cualquiera puede abrirse una cuenta en Twitter o Facebook sin tener que responsabilizarse del contenido de la misma, es más, un mismo usuario puede crear varios perfiles y utilizarlos a su mejor conveniencia.  El anonimato ha protegido de tal manera las malas prácticas, que la figura del troll se ha multiplicado hasta el infinito y más allá. Estoy convencido de que en la actualidad, el número de cuentas correspondientes a perfiles falsos es prácticamente equiparable al de cuentas de personas reales; si en algún momento cambiara la legislación y se hiciera exigible un número de identificación personal como el DNI o el pasaporte para registrar cuentas, desaparecerían millones de ellas.

«Cualquiera puede abrirse una cuenta en Twitter o Facebook sin tener que responsabilizarse del contenido»

Estos días, el debate sobre la impunidad en las redes ha vuelto a saltar a la primera línea de la actualidad, tras la trágica muerte en el ruedo del joven torero de 29 años, Víctor Barrios, al que las redes sociales, desgraciadamente, convirtieron en tendencia.

Nada más conocerse la trágica noticia, algunos antitaurinos convirtieron las redes en un hervidero de críticas tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Algunos dejaban únicamente comentarios a favor del toro y otros, directamente, celebraban la muerte del torero.

Las redes sociales se transformaron en un cuadrilátero virtual, en el que numerosos usuarios de Twitter recriminaban a los antitaurinos la crudeza de sus comentarios, y comenzaba entonces un cruce de insultos, acusaciones y reproches que ha inundado las redes durante varios días.

Lamentablemente hemos podido leer todo tipo de barbaridades, insultos, vejaciones y humillaciones, regadas por un profundo odio. No voy a reproducir en estas líneas ni una sola de las aberraciones publicadas en Twitter ya que no quiero sumarme a la difusión de mensajes éticamente obscenos y moralmente penalizables.

Siempre ocurre que ante este tipo de situaciones, se producen reacciones negativas y positivas. La posición del Partido Animalista PACMA ha sido ciertamente vergonzosa al situar en la misma escala comparativa a personas y animales.

En la vertiente positiva, ejemplos como el de Pablo Casado que ha animado públicamente y ofrecido todo su apoyo a la viuda del torero y a la Fundación Toro de Lidia por denunciar los hechos ante la Guardia Civil, lo cual ha permitido a la Fiscalía abrir una investigación. Sin embargo, a pesar de existir la posibilidad de denunciar, la indefensión del ciudadano en las redes es terrible.

Cualquier ciudadano puede ser acosado, insultado y humillado casi con total impunidad, y aún lo padecemos mucho más quienes desarrollamos profesionalmente una labor pública. Insisto, una vez más, en que el anonimato es una de las principales causas que amparan a estos delincuentes de las redes y abogo por un control escrupuloso desde la Dirección de las empresas propietarias de la redes, para la identificación de los usuarios a la hora de registrar sus cuentas.

Las “cartas al director” aunque sean virtuales, deben ser responsabilidad de sus autores. No todo vale, y el daño que se inflige, lamentablemente no es virtual.

Borja Gutiérrez

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