jueves, octubre 3, 2024
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El terror en Niza

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La primera vez que fui a Niza fue a principios de los años ochenta. Luego he vuelto algunas veces, no muchas, a esa ciudad encantadora que, al menos en España, asociamos con una Costa Azul antigua y tranquila, de veraneos reposados a orillas del más amable de los Mediterráneos, lleno terrazas frecuentadas por familias algo antiguas, y quizás demasiado tradicionales, que pasean los días de ocio a la sombra de las palmeras de la Promenade des Anglais.

Poco tiene que ver la imagen colectiva de esa hermosa y tranquila ciudad con la del terror inmisericorde desencadenado en la noche del 14 de julio por un sujeto despreciable, carente de cualquier sentimiento humanitario, que ha transformado un enorme camión en instrumento de muerte y tortura, al lanzarlo a toda velocidad sobre las familias que esperaban el espectáculo de fuegos artificiales en la inigualable Promenade des Anglais.

Aunque muy poco tenga que ver ese paseo ensangrentado con la mítica y amable avenida que dibuja su tranquilad cosmopolita, acrisolada a orillas del Mediterráneo durante varios siglos de convivencia y tolerancia, quizás sea en momentos tan siniestramente tristes como los que hoy vivimos cuando conviene conservar esa bella imagen de Niza en la que lo mejor de Francia e Italia quedó unido para siempre en un crisol cultural abierto a todos.

Desde que a finales del siglo XVIII los primeros viajeros ingleses descubrieran el encanto de Niza, creando desde la nada la imagen de lo que luego sería la Riviera francesa, muchos han sido los personajes fundamentales de la historia europea que han tenido una estrecha relación con Niza y su región. Ya los rusos de uno y otro bando en los años de la Revolución encontraron en esos paisajes un refugio efímero frente a las tensiones que a la postre cambiarían radicalmente todo el continente europeo. No fueron pocos los que en sus callejuelas apacibles buscaron las huellas de la Niza de Garibaldi, como Vicente Blasco Ibáñez en los años de su exilio en la cercana Menton. También en aquellos años tumultuosos de experimentos literarios y políticos, algunos quizás demasiado avanzados para su época, como Guillaume Apollinaire, creyeron que Niza era el antídoto para salvarles de sus propios excesos. Muchos han sido los escritores que, de una manera u otra, hasta hoy en día han seguido buscando el sosiego de Niza, como fue el caso de Nietzsche, o de ese adolescente lituano que luego se llamó Roman Gary. También del belga Maurice de Maeterlinck, una vez alcanzada la fama del premio Nobel y de otros escritores fundamentales para comprender el siglo XX, desde Maupassant a Gide, hasta llegar a Patrick Modiano y Le Clézio. 

Al pensar en Niza, también como un modesto homenaje a tantas víctimas de la irracionalidad más fanática, no recordemos el dolor actual, por grande que sea, sino a todos esos personajes que desde la encantadora tranquilidad de sus recoletas plazas y luminosas calles contribuyeron a erigir la Europa tolerante y abierta cuyos valores a todos nos unen.

 

                     

Ignacio Vázquez Moliní

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