Con las vacaciones de agosto a la vuelta de la esquina y visto lo visto en el entorno que nos rodea a uno se le vienen a la mente más preguntas que respuestas. No obstante, no es aventurado pensar que alguna incógnita se habrá despejado a la vuelta del verano.
La primera de ellas tiene que ver con nuestro sufrido país. ¿Lograrán nuestros diputados alcanzar un acuerdo para dotar a España de un gobierno? A este respecto, ninguna claridad arroja lo sucedido con la elección de la presidenta del Congreso y la mesa de la Cámara, más allá de constatar la mayoría de centroderecha salida de las urnas. Quien quiera ver en ello el preludio de un posible pacto para la investidura de Mariano Rajoy solo tiene que echar la vista atrás unos pocos meses para constatar que la elección de Patxi López como presidente del Congreso no fue preludio de ningún pacto para la investidura de Pedro Sánchez. Nada que ver la elección de los órganos parlamentarios con la elección del presidente del Gobierno.
Tras siete meses ya de parálisis que ponen en jaque la vida institucional del país y la propia recuperación económica, lo que urge es que nuestros dirigentes demuestren de una vez si van a estar a la altura del momento y de las exigencias del país y, en un contexto de graves riesgos –Brexit, crisis bancaria en Italia, auge del populismo y de los movimientos xenófobos, terrorismo yihadista, crisis migratoria, inestabilidad en nuestras fronteras, con Turquía en primer plano– abandonan el tacticismo y dejan de mirarse al ombligo, anteponen los intereses del país y elevan la mirada ante los desafíos de futuro.
La segunda también gira en torno a España y a la herencia de Rajoy a sí mismo. ¿Conoceremos finalmente la multa europea por el incumplimiento de los objetivos de déficit público? Este miércoles deberíamos salir de dudas tras la reunión del colegio de comisarios. Sea como fuere, ninguna broma con este asunto: sea cual sea la cuantía supondrá la constatación de un grave incumplimiento por un comportamiento aún más grave del Gobierno por su decisión irresponsable de bajar impuestos para mejorar su imagen ante las elecciones de diciembre. Decisión que, con multa simbólica o no, acabaremos pagando todos los españoles ante la grave desviación del déficit público, los 10.000 millones de euros de recortes exigidos en Bruselas y los programas cofinanciados por fondos europeos que podrían verse congelados.
Hablando de negociaciones y de Bruselas, a la vuelta del verano debe empezar a despejarse el camino que deben enfilar las relaciones del Reino Unido y los 27 tras la negativa de la ciudadanía británica a permanecer en la Unión Europea. Más que la duda sobre si la nueva primera ministra británica activará el artículo 50 antes de fin de año o ya en 2017, la cuestión realmente relevante que a uno le surge más bien apunta a si los 27 se mantendrán unidos a la hora de negociar con Reino Unido o si en algún momento podrían comenzar las deserciones para negociar bilateralmente. Desde luego, la gira de Theresa May por las capitales europeas, ninguneando a los presidentes de Comisión y Consejo, apunta maneras.
Las últimas dos cuestiones tienen que ver con graves amenazas a nuestra seguridad.
La primera tiene que ver con el terrorismo yihadista y va más allá de si seremos capaces de una vez de mejorar la coordinación, la cooperación y el intercambio de información entre servicios de inteligencia y cuerpos policiales dentro de cada país y entre los Estados miembros de la Unión cuyas lagunas se ponen en evidencia tras cada nuevo atentado. Tras el exagerado despliegue de fuerzas de seguridad tras los asesinatos de Munich, cabe preguntarse sinceramente si vamos a aprender a gestionar las amenazas a nuestra seguridad con respuestas proporcionadas que nos ayuden a manejar la incertidumbre y no nos conviertan en rehenes del miedo o si vamos a entregar esa victoria a quienes pretenden inocular ese virus en nuestras sociedades como vehículo para acabar con nuestras libertades y nuestro modo de vida.
La segunda tiene que ver con Turquía. Como tantos, respiré aliviado al comprobar que el golpe de estado había fracasado. No obstante, no puedo reprimir el temor a que las masivas purgas desencadenadas por Erdogan en Turquía, así como el autoritarismo creciente del mismo, no acaben poniendo en riesgo la propia democracia en aquel país.
Muchas preguntas, veremos si el receso veraniego nos trae respuestas.
José Blanco