domingo, noviembre 24, 2024
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Con las manos abiertas

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Escribía el genial novelista Benito Pérez Galdós, en uno de los Episodios Nacionales, que: “La voluntad del hombre apunta, y otra voluntad más grande dispara; pero rara vez va el tiro a donde uno pone la puntería”.

Y parece que así, entre tiro y tiro y escasez de puntería; entre alzamientos, advenimientos de nuevos regímenes, efímeros reyes que llegaban desde el extranjero, revueltas sociales, restauraciones de difícil diseño y demás episodios, fue fraguándose la historia de nuestra querida España, llegando a convertirse en alguno de sus más descarnados momentos, en ese Saturno devorando a sus hijos, que plasmara Francisco de Goya con descomunal maestría en uno de sus más famosos lienzos.

Los españoles fuimos poco a poco asistiendo al nacimiento de esas dos Españas atávicas, antagónicas y confrontadas, que también el genial Goya retrató, con preclara y dolorosa anticipación a su tiempo, en ese otro lienzo titulado “Duelo a garrotazos”. Un cuadro que aún a día de hoy me estremece y me provoca un dolor infinito en el alma cuando lo contemplo en el Museo del Prado.

España destrozada a garrotazos por España. Devorada por sí misma. Trágica visión la de Goya, triste realidad de locura, pérdida de rumbo, violencia y odio la que afrontó esta nación durante siglo y medio, y tuvo su más trágico desenlace en nuestra guerra fratricida, consecuencia última de una brutal falta de entendimiento entre esas dos visiones de un mismo país que hicieron brotar lo más sombrío del ser humano, pero que dejaron a lo más importante, al individuo, nuevamente espectador sin butaca.

Como muchos historiadores hoy reconocen, el mito de esas dos Españas escondía una realidad aún más cruda, la de una tercera España que asistía atónita e impotente al devenir de los acontecimientos.

Esa tercera España estaba formada una mayoría de la población, cuyo único interés vital no era otro que el de proveer de futuro a su familia y vivir en una nación en la que la Justicia y la Libertad rigieran sus destinos. Esa tercera España ansiaba que la libertad individual fuera el auténtico motor de su vida, el eje de su propio progreso y el epicentro de la transformación de la sociedad. La misma libertad que a día de hoy debemos seguir defendiendo.

La Constitución de 1978, no sólo sirvió para instaurar una democracia moderna e indispensable en nuestro país, no sólo representó el reconocimiento explícito de que todas las Españas cabían en una, sino que convirtió al ciudadano en el epicentro de la nación. Atrás quedaban los tiempos de confrontación, los espadones, las conspiraciones, las imposiciones y los alzamientos.

Por eso, sigo sin entender que unos pocos traten de desafiar permanentemente la mayor época de paz, estabilidad, progreso y libertad que ha vivido nuestro país en los últimos dos siglos. Estamos condenados a aprender de nuestros errores, y aún así parece que hay quienes hoy en día no temen tropezar dos veces en la misma piedra, en alzar viejas banderas y agitar unos sentimientos en pro de un pueblo que sirva de excusa para sus propios intereses.

No podemos engañarnos. Como todo sistema, nuestra democracia aún puede y debe evolucionar, aún puede y debe adaptarse a los nuevos desafíos de una época tan cambiante como ésta que nos ha tocado vivir.

Pero creo, honestamente, que no hay mayor progreso que la libertad individual, que una sociedad en la que el ciudadano es el protagonista. Y eso es exactamente lo que nos ha dado nuestra Constitución de 1978, el sistema que todos los españoles nos hemos otorgado en paz y prosperidad.

Si algo nos han demostrado estos años de Democracia, es que España es una nación sólida, más fuerte de lo que nosotros mismos creemos, capaz de lograr los mayores éxitos cuando avanza en un mismo sentido, de resistir todos los envites y encerronas que la historia nos coloca en el camino a modo de trampa.

El tiempo nos ha brindado la oportunidad de comprender que con el poder y la fuerza de todos los ciudadanos somos capaces de superar con éxito los mayores desafíos. Aunque ya no seamos el país del duelo a garrotazos,  tampoco podemos permitirnos ni un segundo relajarnos y no afrontar los retos y hallar las soluciones que los nuevos tiempos nos exigen. Porque con puntería o sin puntería… algunos se empeñan en no bajar sus puños  y enterrar sus garrotes. Por fortuna, son muchas más las manos abiertas y tendidas, manos para trabajar unidas por el mejor futuro de España.

Borja Gutiérrez

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