lunes, noviembre 25, 2024
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Las corrupciones

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Lo reconozco en público y con publicidad, le he pedido prestado el título de mi columna de hoy a nuestro viejo amigo Jesús Torbado. Muy joven, quizá adolescente y por recomendación de mi amado padre, leí su gran obra “Las Corrupciones”, ganadora del Premio Alfaguara del 65.

Torbado, que tenía cuando escribió su novela 22 años, articula su libro a partir de la teoría de que tres son los órdenes que se corrompen en el ser humano a lo largo de su existencia terrenal: la fe en dios, la fe en los hombres y la fe en uno mismo. Y yo, humildemente, construiré mi artículo de hoy, mediante un paralelismo más o menos acertado, a partir de la pesimista visión de don Jesús, tan dolorosamente certera.

Y es que, en la política española, la corrupción ha ido desde dios hasta los hombres, pasando por uno mismo (en el sentido, esto último, de haberse corrompido a los votantes, a los ciudadanos, y a los parias de la tierra que somos todos nosotros)

Verán, desde hace varios meses vengo dando vueltas, en mi cabeza, al fenómeno de la corrupción política en España. Y desde luego, afecta gravemente a la mayoría de los viejos partidos, especialmente a las dos grandes formaciones nacionales, Partido Popular y Partido Socialista, pero también señala a los partidos periféricos, siendo el caso más destacado el de los convergentes catalanes, podridos ellos hasta su dios.

Lo primero que quiero subrayar es que toda la corrupción política es censurable y que constituye un mal incalculable para la democracia española. El daño que el latrocinio de los “partidos democráticos” está haciendo a la sociedad española y al sistema de valores constitucional es enorme, pues siembra las bases de la desconfianza y la desidia entre los ciudadanos y da la salida a los populismos de derechas e izquierdas, porque el populismo es solo un modelo, una metodología, o sea, una forma exitosa de la manipulación política. 

Aún así, es importante destacar que los jueces y tribunales están haciendo su trabajo, al procesar y enjuiciar a los supuestos responsables. Y esta circunstancia no es baladí, pues significa en realidad que la todavía hoy joven democracia española funciona relativamente bien, al ser capaz de detectar y depurar casos de corrupción que afectan a las más altas instituciones del Estado, como la Monarquía, sacudida por los comportamientos presuntamente “poco ejemplares” del ex-duque de Palma y por el papel que ha decidido jugar en todo el proceso la Infanta Cristina, comportándose como una esposa antes que como una princesa, pero sin renunciar a su posición en la línea dinástica. 

Para mí, cualquier corrupción política es deplorable, pero para muchos votantes, por ejemplo del PP, la corrupción sistémica de la formación conservadora no ha sido lo suficientemente grave como para laminar a su presidente, quien -como cabeza de cartel en las pasadas elecciones- registró 14 diputados más que en los anteriores comicios. Dicho esto, yo veo en los casos de corrupción del PP, PSOE y Convergencia como una especie de taxonomía del fenómeno corrupto. 

La corrupción de los convergentes catalanes, la del 3 o el 5 por ciento, según los casos, es una corrupción absoluta, suprema, esencial. Es, como veremos, la corrupción de dios. Responde a los intereses de una familia, los Pujol, cuyos miembros se han hecho inmensamente ricos, al margen de las dádivas al partido, siempre secundario. Ha sido una corrupción absoluta, como absoluto era el poder de esta familia. Ha sido suprema porque ha afectado a todos los órdenes de la vida política catalana. Y ha sido esencial porque el poder de los Pujol solo se entiende desde la concepción de la política como una manera natural de enriquecerse por derecho propio, cuasi divino. 

La corrupción del PP es, sin embargo, más compleja. Se ha practicado sistemáticamente allá donde han gobernado, pero los frutos de su acción presuntamente delictiva se han repartido entre las cajas “bes” de cada agrupación local, provincial, regional o nacional y, cómo no, entre los que hacían de “recogesobres”. El caso de Bárcenas es, probablemente, el ejemplo más perfecto y definido, pero no es excepcional y representa en suma el modelo de corrupción pepera: ”uno para mí y otro para ti”. Siempre han adorado el emprendimiento (es ironía, no me malinterpreten)

No se han enriquecido, que sepamos,  Aznar o Rajoy, ni sus vástagos, ni sus esposas. Lo han hecho, y bien, el partido y sus secuaces con el beneplácito, sin duda a mi parecer, de sus líderes, alcanzados así de lleno por estos espesos lodos. Es, digámoslo así, la corrupción de los hombres.

La corrupción socialista es, desde el punto de vista cuantitativo, la más grave, pues solo con los casos de los Cursos de Formación y de los ERE en Andalucía, podemos afirmar que jamás hubo un desvío ilegal de fondos públicos tan importante en España, desde la democracia, como el propiciado delictivamente por los socialistas andaluces.  

Pero esta corrupción, galopante y atroz, no deja de tener su “aspecto socializante”, porque las ingentes cantidades de dinero robado al Estado se han repartido entre miles y miles de paniaguados, clientes potenciales de un socialismo de amiguetes y votantes comprados, además de lo que, siempre es así, se llevan a su propio bolsillo los listos que gestionan “lo sucio”. Es, en cierto modo, la corrupción de uno mismo y, por ello, quizá la más destructiva.

¡Es como si los partidos hubieran puesto su impronta ideológica en su manera de corromperse!

Permítanme, queridos lectores, cerrar mi crónica de hoy con la ineludible cita cervantina que siempre dispongo y que, en este caso, nos enseña que “La senda de la virtud es muy estrecha y el camino del vicio, ancho y espacioso”. 

¿Lo ven? no he descubierto nada nuevo.

Salud y buenos alimentos (de cara a unas terceras elecciones, claro)

Ignacio Perelló

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