lunes, noviembre 25, 2024
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La abstención

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¿Qué pasa con ese tercio de españoles que nunca vota? La abstención estructural oscila entre un 30 y un 40%. ¿Por qué no votan? Se suele denostar la abstención como una falta de espíritu cívico, como una «morbosa despreocupación de la cosa pública»; hasta el punto que en algunos países votar es obligatorio, como en Bélgica. 

Hay una abstención de pura indiferencia, de anomia, pero hay otra, la doctrinaria, deliberada, como la de los anarquistas que la predicaron para no legitimar a los partidos aburguesados. Como hace unas semanas cuando el 53% de los rusos no se molestaron en acudir a las urnas para evitar prestar legitimidad a Putin. En este caso, cuando la democracia es falsa, abstenerse es una actitud moral.

Pero en general, los que se abstienen renuncian a ejercer su derecho -escaso, limitado, pero derecho al fin- a participar en los asuntos públicos. Optan por refugiarse en el disfrute acomodaticio, individual y privado que les da la sociedad. Es el individualismo llevado a su extremo. Esto corresponde perfectamente al tipo de sociedad que hemos creado, donde hay pocos deberes y muchos derechos. Porque el que no vota sí quiere escuelas, sanidad, carreteras, pensiones, etc.

Pero es verdad que cuando nadie, ni dirigente ni partido, nos conmueven, nos mueven con ellos, nos convencen, la abstención es una posibilidad y una seria tentación. Ya dijo Ortega que la irrisoria política es directamente proporcional a la anemia vital. En España, los adalides de los partidos al uso, incluso de los nuevecitos y emergentes, están haciendo todo lo posible para quitarnos las ganas y no votarles nunca más. Han demostrado durante diez meses su incapacidad para poner los intereses del país sobre los personales o partidarios. No han sabido ejercer algo tan antiguo como es la representación política, que existe desde la Grecia clásica. 

Y aquí cabe también una abstención, diríamos, ad intuitu personae, es decir, porque nos neguemos a votar a un determinado sujeto, cabeza de lista, sin que ningún otro nos convenza, sin que tengamos alternativa. 

Es el problema de las listas bloqueadas, confeccionadas por los aparatos de propaganda de los partidos, sin tener en cuenta a los ciudadanos. Nos dejan maniatados. Y además les damos igual, aunque ganen por el 20% de los votos reales (sumada la abstención), se quedan encantados y lo celebran como si todo el país les hubiera votado. El triunfalismo no tiene límites.

Otra posibilidad es el voto en blanco. Pero tanto en caso de abstención como de voto en blanco, la aritmética no perdona y se puede favorecer por omisión justo al que no se quiere. Si no me gusta Clinton, mi abstención puede, de rebote, favorecer a Trump. 

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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